Mud

I’ll GO to Hell

I

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Mud se estrenó en Gran Bretaña el pasado mes de mayo. Ello propició en The Guardian un artículo revelador sobre cuán importante ha sido para el guionista y director Jeff Nichols su tercera película. Las anteriores, Shotgun Stories (2007) y Take Shelter (íd. 2011), han adquirido la condición de jalones necesarios, estudiados, para que pudiese materializar Mud. Un proyecto bosquejado por Nichols en la adolescencia. Cuyo guión escribió hace ya cinco años con la pretensión —satisfecha— de que Matthew McConaughey encarnase al personaje que da título al film. Pero que no quiso realizar hasta no contar con diez millones de dólares. Doscientas veces lo que costó Shotgun Stories. El doble de lo que conllevó Take Shelter.

Presupuesto que Nichols estimaba indispensable para hacer honor a una «big American epic idea». A una ambiciosa novela de formación con guiños al realismo mágico, ecos del gótico sureño, y una conciencia preclara sobre lo que supone hoy por hoy el ser norteamericanos. Dos adolescentes ayudan a un asesino a burlar a los vengativos familiares de su víctima y a reencontrarse con su gran amor. La peripecia les descubrirá realidades agrias sobre las derivas actuales de lo comunitario, lo paterno-filial y lo romántico.

Argumentos resonantes en otras muestras de cine estadounidense producidas en los últimos años: Winter’s Bone (íd. Debra Granik, 2010), Photographic Memory (Ross McElwee, 2011), Cruce de caminos (The Place Beyond the Pines. Derek Cianfrance, 2012), Bestias del Sur salvaje (Beasts of the Southern Wild. Behn Zeitlin, 2012). Películas que testimonian cómo «el sueño americano ha devenido pesadilla […] el único misterio reside en por qué el conflicto generacional todavía no es asunto prioritario en la agenda pública estadounidense» (Niall Ferguson).

II

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Películas que, a un nivel más arquetípico, abordan la tensión irresoluble entre los pecados de nuestros padres y las esperanzas de nuestros hijos, los lastres del pasado y lo intangible del futuro, el todo fluye y el eterno retorno. No por casualidad, Mud concluye con una embarcación que logra alcanzar el Océano Atlántico vía el Golfo de México… y comienza con esa misma embarcación, en sintonía con el ciclo natural del agua, caída del cielo muchos kilómetros atrás, en el Bajo Mississippi. Tampoco es casual que el vigilante del río interpretado por Sam Shepard, peculiar ángel de la guarda para Mud y el joven Ellis (Tye Sheridan), se llame Tom Blankenship, como el amigo de juventud que inspirase a Mark Twain el carácter de Huckleberry Finn.

«All right then, I’ll GO to Hell», osaba exclamar Huck con imprudencia en el curso de sus aventuras. Tom, Mud y Ellis son Huck. Son el protagonista de Anticristo (Antichrist. Lars von Trier, 2009). Son el Hombre, empeñado en seguir habitando el paraíso terrenal incluso cuando este ya no es sino un lodazal, una isla desierta, el infierno al que le ha abocado su inmadurez. El Hombre; inclinado, pese a las exigencias de la Mujer y la Serpiente, a desentenderse del Bien y el Mal, a rechazar las servidumbres del purgatorio. Las servidumbres de una vida razonable, responsable, adulta.

Como Shotgun Stories, Mud fue rodada y se ambienta en la Arkansas natal de Nichols. Pero, como apreciamos, debe menos a la mera antropología que a un acervo artístico y simbólico. El romance tortuoso entre Mud y Juniper (Reese Witherspoon) evoca el de Orfeo y Eurídice. Tom Blankenship es una combinación extraña, benigna, de Cerbero y Caronte. Y las idas y venidas de unos y otros personajes por las riberas del Mississippi conforman el penúltimo jalón de un modelo de ficción, quién sabe si inagotable o atrapado en sí mismo, exponente de toda una mitología autóctona, la del Profundo Sur.

Un Sur perpetuamente sumido en «tiempo de ruina y confusión» (La balada del café triste), en el que olvidar «las desgracias de los mayores en el anhelo y la excitación de nuevas empresas» (Las aventuras de Tom Sawyer) desemboca con la experiencia que aporta lo vivido en el reconocimiento final de que «quizás lo mejor era dejar el amor para los libros […] Quizás el amor no pueda sobrevivir en ningún otro lugar» (Luz de agosto).

III

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Sorprende que Jeff Nichols tache su última propuesta de menos calculada que las precedentes. En demasiados momentos, se ahoga en los referentes y simbolismos apuntados, habituales por otra parte en su filmografía. Mud está redactada con demasiada aplicación como para ser literatura.

Nichols concibió Shotgun Stories «con un propósito muy específico». Ponerle en órbita. Pero los silencios y las elipsis y la ausencia de nombres propios para los tres hermanos protagonistas y una concepción del encuadre menos dramática que atmosférica, la apuesta por lo invisible, logran que su ópera prima recoja el testigo de cierta tradición representativa en torno a las disfunciones familiares y la violencia primando tanto la herencia cultural como su reformulación.

Son (Michael Shannon), Kid (Barlow Jacobs) y Boy (Douglas Ligon), como Curtis (Shannon) en Take Shelter y Mud en la cinta que nos ocupa, no son únicamente sujetos frágiles, niños sometidos a una demiurgia compasiva. Tienen mucho que decir desde su alienación sobre un mundo en el que, como ha escrito Alejandro Díaz, «las relaciones entre seres humanos se han sofisticado, deformado, y un equilibrio ancestral ha dado paso a otra cosa menos cálida, menos habitable».

IV

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Díaz coincide en aplicar las mismas ideas a Take Shelter: «¿Cómo filmar aquello que no puede ser visto? [Apelando] a los límites de la mirada del espectador». Nichols afirma que solo introduce en su segunda —y mejor— película escenas con efectos digitales «como respuesta al cine de zombies y demás» exitoso en el momento. Como herramientas de género que intensificarían su atractivo comercial. Y, sin embargo, esas herramientas son esenciales. Ayudan a plasmar los sueños y visiones de Curtis, respuestas a preguntas que nunca podrá articular nuestro estado de vigilia cultural.

Mud se percibe, en cambio, escrita y, después, realizada. Algo que sucede siempre pero no debería notarse nunca. El uso intensivo de la steadicam, la cegadora fotografía de Adam Stone, no disimulan el aluvión de reiteraciones y subrayados, de moralejas y lecciones, que empapan Mud hasta hacer de ella un territorio creativo enfangado, arenas movedizas.

Un diálogo evidencia el afán pedagógico de la película: Mud le garantiza a Ellis que practicar la bondad le hará digno de una mujer también buena, en cuyo amor podrá confiar. El consejo de Mud no solo es ingenuo. Atenta contra su configuración como personaje en virtud de un discurso que no responde a la naturaleza de la ficción sino al ansia de un cineasta turbio, perturbador, por ser constructivo. Hasta el punto de trastear con la naturaleza humana para recibir palmaditas en la espalda. Algo que, sin duda, haría revolverse a Son, Curtis y Mud con rabia primordial. «All right then, I’ll GO to Hell».