Películas de mierda
I
Los franceses comen y hacen el amor en el seno de la cultura; han hecho de la cultura oratorio. Para los estadounidenses, sin embargo, la cultura está en todas partes y en ninguna; la cultura no es sagrada sino popular». Esta reflexión de Vicente Verdú, acertada como solo pueden llegar a serlo los tópicos, tópica como solo pueden llegar a serlo las certezas, alumbra el único atractivo de Malavita. Por lo demás, una intriga humorística tan simplona como casi todo el cine escrito y/o producido y/o realizado por Luc Besson.
La película tiene su origen en una novela de Tonino Benacquista, que el guión pergeñado por Besson y Michael Caleo respeta en líneas generales. Benacquista, escritor hecho a sí mismo, ajeno a cenáculos y academias, ha manifestado en enredos literarios como Los mordiscos del alba (2002) y La comedia de los fracasados (2008) y en sus colaboraciones con el director Jacques Audiard —Lee mis labios (Sur mes lèvres. 2001), De latir mi corazón se ha parado (De battre mon coeur s’est arrêté. 2005)—, un interés coherente por los personajes desubicados, incapaces de alinearse con lo convencional; lo que les hace caer incluso en el crimen.
II
Un interés que reitera «Malavita», publicada en 2004. Tras delatar ante las autoridades a Don Luchese, su capo, Giovanni Manzoni, un mafioso italiano afincado en Nueva York, huye con su familia a Francia, donde lleva seis años ocultándose con la ayuda de un programa de protección de testigos. Sin embargo, los hábitos agresivos de Giovanni y los suyos y la obsesión vengativa de Don Luchese obligan a la CIA a cambiarles de ubicación cada poco tiempo. ¿Serán las cosas más plácidas en Cholong-sur-Avre, el coqueto pueblo normando en que ha encontrado nuevo acomodo el clan Manzoni?
Hace poco moría Gerard de Villiers, autor por antonomasia de novelas de gasolinera y aeropuerto. «Soy un cuentacuentos», solía explicar De Villiers, «distraigo a la gente porque la gente tiene vidas de mierda». Benacquista practica la misma literatura, si bien con más ambición y dosis de autoconciencia: en «Malavita», el mafioso protagonista trata de otorgarse voz a sí mismo, de explicar y explicarse su naturaleza juzgada por hipócritas, a través de la escritura. Ello le granjea las burlas de su propia familia y los agentes de la CIA que le protegen…
III
El escribir también fuerza a Giovanni a preguntarse si una vida tan desbordante como la suya requiere de la Literatura, y si en la Literatura tienen cabida maneras elementales como la suya de habitar el mundo. Como puede apreciarse, no era necesario que Luc Besson modificase mucho «Malavita» para hacer de ella Malavita. Besson quiso ser Ridley Scott o Steven Spielberg. Ahora está un escalón por debajo de Mike Newell o Paul Feig. En todo caso, su filmografía continúa teniendo menos que ver con lo que entiende Francia por cultura que con lo que entiende Hollywood por entretenimiento.
En dos de sus mejores producciones, Venganza (Taken. Pierre Morel, 2008) y Desde París con amor (From Paris with Love. Pierre Morel, 2010), Besson jugaba con ambigüedad al contraste social, existencial, entre norteamericanos y galos, presas unos y otros de dilemas y prejuicios. En Malavita es menos sutil, y multiplica exponencialmente la potencia de las cargas de profundidad con las que ya Benacquista se empleaba contra la petulancia y el provincianismo galos.
IV
Que sea una familia de delincuentes llegada del otro lado del Atlántico la que imponga un poco de verdad en un entorno que hasta entonces había parodiado inconscientemente un cómic de Hergé, es sin duda reseñable. Como lo es la confianza en que el espectador se divertirá con imágenes cuyo nivel de violencia gráfica y argumental es muy superior al que podía esperarse de una comedia con Robert De Niro y Michelle Pfeiffer al frente del reparto.
Pero ni eso, ni el pertinente juego meta que auspician las presencias de De Niro y el productor ejecutivo Martin Scorsese en relación con el papel que desempeñaba en la novela y desempeña en la película Uno de los nuestros (Goodfellas. Martin Scorsese, 1990), bastan para soslayar que Malavita salta del planteamiento al desenlace ignorando el nudo; y que, como director, Besson parece haber encallado en una pulcritud trasnochada y haber perdido el pulso para las escenas de acción.
Cuando De Villiers presumía de distraer al vulgo porque la vida del vulgo es una mierda, cabe preguntarse si no contribuirá precisamente a ello el disfrute acrítico de novelas como las suyas o películas tan rudimentarias como Malavita, que uno olvidará apenas ponga el punto final a esta crítica.