Re-Animator

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Hacía más de diez años que no veía esta película. Sabía que me había gustado, no recordaba nada más. Supongo que me acordaría de ella si la hubiera visto a una edad más impresionable, que es cuando hay que ver cosas como Re-Animator. A esa edad en la que aún no has descubierto que te puede chocar y al mismo tiempo excitarte el ver a una mujer desnuda y asida con correas a una camilla, recibiendo lametazos de una cabeza cercenada y sanguinolenta. Pero viva.

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Creo que mi plano favorito, y uno de los más inventivos del filme, es precisamente el último de todos: cuando Dan Cain (Bruce Abbott) le inyecta el líquido regenerador a su novia exánime, la pantalla se funde a negro y tan sólo vemos como esa sustancia fosforescente hace su tránsito desde la jeringa hacia el interior del cuerpo de Megan Halsey (Barbara Crampton). Una luz verdosa en la oscuridad. Cuando ésta se extingue definitivamente, empiezan a aparecer los títulos de crédito.

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Y es ahí cuando, si el flujo narrativo continuara, Re-Animator podría entrar en los dominios de Cementerio de animales, esa estupenda y desesperanzadora novela en la que Stephen King habla también sobre la muerte. Más concretamente, sobre la pérdida de seres queridos y la no aceptación de la misma. La fuerza motriz que mueve a los personajes del libro de King es el amor, mientras que, en la película de Stuart Gordon, las razones por las que el doctor Herbert West (Jeffrey Combs) quiere vencer a la señora de la guadaña son más oscuras. Podríamos especular con algunas, como la ambición, la atracción mórbida por lo prohibido o el ansia por cruzar ciertos umbrales. Por saber cosas que no nos está permitido saber. Al final de Re-Animator, el amor también entra en la ecuación, aunque sabemos que las consecuencias de ese acto desesperado no serán precisamente alentadoras.

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Confieso que la asociación de ideas entre el filme de Gordon y la novela de King (que luego fue adaptada al cine, en 1989, por Mary Lambert) me vino porque en ambas hay un gato muerto. Pero Re-Animator es una adaptación no demasiado literal de un relato de H.P. Lovecraft, perteneciente a la primera etapa, y la más fecunda cuantitativamente hablando, del escritor de Providence, antes de que se centrara en el ciclo de Cthulhu y escribiera sus mejores obras. Stuart Gordon y sus dos coguionistas, William Norris y Dennis Paoli, toman a los personajes principales de la narración de Lovecraft y los trasladan a la Universidad de Miskatonic del presente, que recibe la visita de cierto doctor proveniente de Suiza, donde ha dejado atrás un desagradable incidente…

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A Lovecraft sí lo descubrí en el momento preciso. Tendría dieciséis o diecisiete años cuando me hice con un ejemplar de aquél tomo gordo de Alianza, Los mitos de Cthulhu (en el que también había relatos de gente como Arthur Machen, Robert Bloch o Algernon Blackwood, entre otros). Aunque reconozco que no me entró a la primera, algo me hizo perseverar y terminé siendo un adepto a sus historias, en las que a menudo el horror era algo que no se podía ni explicar. Algunos de sus relatos tomaban la forma de largas confesiones en las que se evocaban sucesos aciagos, o de cartas y diarios hallados tras la muerte de sus dueños. El relato que adapta Re-Animator está narrado por el doctor Cain, que recuerda en pasado sus perturbadoras aventuras junto a Herbert West. Los guionistas de la película, como explica Luis M. Rosales en el libreto que acompaña a la suculenta edición coleccionista DVD/Blu-Ray de Selecta Vision, no mantuvieron esa estructura porque implicaría un uso algo cansino de la voz en off. Incluso parece que asuman irónicamente su cambio de estrategia cada vez que vemos como Herbert West, haciendo honor a su meticulosidad insana, se empeña en que Cain registre en cintas magnetofónicas el desarrollo de sus experimentos con cadáveres, aunque siempre ocurre algo que interrumpe las grabaciones. Esta historia nos llegará en vivo y en directo.

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Herbert West, reanimador, publicado originalmente en 1922 y de forma serial en la revista amateur Home Brew (algo parecido a lo que ahora llamamos fanzine), no está entre los mejores relatos escritos por Lovecraft. Es una historia de terror pulp competente pero definitivamente menor. Sin embargo, su adaptación al cine se ha convertido por derecho propio en un clásico del fantástico de los ochenta. En lo que no termino de estar de acuerdo es en que Re-Animator sea estrictamente una comedia de terror. Quizá sintetiza un tono finamente grotesco, a ratos cómico, muy propio del cine de género de esa década. La descocada banda sonora (incluida en la edición coleccionista) de Richard Band, claramente deudora de la que Bernard Herrmann compuso para Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), acentúa también la dimensión festiva de la película. Pero Re-Animator es, en esencia, un cuento macabro sobre un tipo que quiere resucitar a los muertos para satisfacer su ego. Es una historieta loca y siniestra como las de la EC. Y también, con toda probabilidad, la mejor película que hizo Stuart Gordon, aunque a mí me gustan casi todas. Fue su opera prima, bajo la batuta de Brian Yuzna, quien se encargó de dirigir su aún más delirante secuela, La novia de Re-Animator (Bride of Re-Animator, 1989). 

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Gordon ha vuelto al universo de Lovecraft, siempre con resultados simpáticos, en cuatro ocasiones: en su siguiente película, Re-sonator (From Beyond, 1986); en Castle Freak (1995); en la producción de la Fantastic Factory Dagon, la secta del mar (Dagon, 2001), y en Dreams in the Witch-house (2005), uno de los mejores episodios de la primera temporada de la serie televisiva Masters of Horror (Mick Garris, 2005-2007).

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No sé hasta qué punto el problema es nuestro, de nuestra mirada ya instruida y viciada, o de las propias películas. El caso es que el cine de terror que se hace hoy en día a menudo parece demasiado consciente de su propia historia, de aquello que le precede, así como también de los usos y de las modas del momento. Quizá los que escribimos somos también parte del problema al no poder evitar hablar de las películas teniendo en mente otras anteriores. Pero a veces cuesta dar con filmes que aúnen inocencia y desparpajo, que cuenten historias sin incluir, consciente o inconscientemente, la obligada dosis de nostalgia y sabiduría cinéfila. Re-Animator no es una obra maestra, ni falta que hace. Pero, sea porque tanto su director como sus guionistas estaban haciendo su primer filme, sea por razones mágicas e inasibles o por una combinación de todos estos elementos, creo que tiene eso, esa frescura, ese candor tan reconocible como difícil de expresar en palabras. Es una película que no falta ni sobra, hija del momento exacto en que fue concebida, y conozco al menos a una persona que la tiene en primerísimo lugar en su ranking personal de favoritas.