Thor: El mundo oscuro

Narrativa relajada

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Existen reliquias anteriores al nacimiento del propio universo». Con estas palabras, Odín, regente de Asgard, da en Thor: El mundo oscuro carta de naturaleza al Éter; segunda amenaza que se cierne sobre su feudo, la Tierra, los Nueve Reinos ligados por las raíces de Yggdrasil, después de la que supuso el Cofre de los Antiguos Inviernos en Thor (íd., Kenneth Branagh, 2011).

El Cofre y el Éter son recursos argumentales intercambiables. Cuando el Dios del Trueno corra su tercera aventura cinematográfica, tendrá de nuevo a su disposición medio siglo de comic books. Medio siglo, por tanto, de energías primordiales y artefactos enigmáticos cuya función ha sido, es, será solo una: caer en manos equivocadas, desencadenar el caos. Propiciando con ello que, número tras número, película tras película, Thor tenga que levantarse y andar para restablecer el orden instituido por su padre y por Marvel Entertainment.

Camus hermanó el destino de Sísifo al de cualquiera. Incluso al de cualquier superhéroe: «La roca vuelve a rodar cuesta abajo. Uno siempre recupera su fardo. Pero la lucha por doblegar las cumbres basta para llenar el corazón de un ser humano ».

II

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Un relato arquetípico ha de ser siempre el mismo sin parecerlo. Su impacto perenne depende de que el lector o el espectador aprecien en su narrador un entusiasmo contagioso. Y las historietas de la Marvel han sabido concitar habitualmente tal entusiasmo. Merced, entre otras estrategias, a la splash page que nos garantiza en cada entrega mensual un lance todavía más grandioso, emocionante y original que los sesenta mil previos. La promesa no siempre se cumple. Pero la influencia del Excelsior! acuñado por Stan Lee nunca deja de surtir cierto efecto.

Un efecto que amplifica la decisión editorial de introducir al superhéroe y sus poderes en cada número. Infatigablemente. Porque los comic books suelen descubrirse a trasmano. En sobres sorpresa y saldos del Rastro y pupitres ajenos y bibliotecas de un familiar. Y el éxtasis que los trazos enérgicos, las onomatopeyas, las máscaras estridentes, causan en el ánimo juvenil, hace precisas de inmediato más dosis de una droga que Lee y sus discípulos se afanan con diligencia en identificar y taxonomizar por nosotros, a fin de que no nos venza el desánimo ante el tamaño inabarcable de la Casa de las Ideas.

III

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Los responsables del Marvel Cinematic Universe parecen haber decidido que los superhéroes de la editorial no sigan remedando a Sísifo ni presentándose cada vez que se asoman a la pantalla.

Empieza El mundo oscuro. Un prólogo deudor de El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings. Peter Jackson, 2001-2003) nos descubre al villano de la función: Malekith, gobernante de los Elfos Oscuros. Quien, por obligación contractual, pretende arrasar el Cosmos empleando el Éter. Pasan unos cuantos Eones. Aparece Thor. Se pasea con indolencia por un campo de batalla en Vanaheim. Hace uso del Mjolnir como si estuviese en una bolera. Coquetea con la belicosa Sif. Un diálogo nos aclara que está arreglando los estropicios causados por su hermanastro Loki en la película anterior…

Thor se caracterizaba por establecer un contraste agudo entre Asgard y Midgard, la Tierra. Es decir, entre la representación de lo fantástico y la de lo real. Como es lógico tratándose de una segunda parte, El mundo oscuro salta con familiaridad no ya entre Asgard y Midgard, sino también entre Jotunheim y Svartalfheim y Vanaheim. Por desgracia, la familiaridad se confunde con vulgaridad y desprecio por el sense of wonder.

IV

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No es novedoso que una secuela exija del espectador conocer al dedillo el film precedente. Baste con recordar Regreso al futuro II (Back to the Future Part II. Robert Zemeckis, 1989). Pero los tradicionales esfuerzos por restaurar el embrujo y el sentido de la fábula en cada una de sus entregas, han brillado por su ausencia los últimos años en sagas como El Señor de los Anillos, Harry Potter o Crepúsculo. Y Marvel Studios aspira a hacer de ello política.

Los peligros de convertir la ficción en fenómeno fan, en folletín de filiación televisiva que ha de primar en buena lógica menos la evolución y desarrollo de un argumento que el arrobo ante personajes o, mejor dicho, presencias icónicas, garantes de una embrutecedora sensación de comodidad, son obvios.

Un espectador del presente que no comulgue desde un principio con lo enunciado —que no planteado— en estos paraísos alienantes, o sin tiempo para asimilarlo, queda expulsado de los mismos. Y, para un espectador del futuro, películas como El mundo oscuro, desgajadas de su linaje familiar, de los guiños y cómics y videojuegos y metrajes extra y finales alternativos que “completan” y “enriquecen” su contenido, de la mixtura entre publicidad e información que rodea sus estrenos, serán ininteligibles.

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La expansión de estos productos por todo tipo de medios expresivos y plataformas, potencia además la idea de hallarnos no ante ficciones con poder para subvertir, dinamitar nuestros consensos sobre lo real; sino ante simulacros de ficciones que apuntalan un stato quo de lo imaginario asimismo convencional, arbitrario.

Pero hay más. Cuando Kevin Feige, mandamás actual de Marvel Studios, anuncia que «el guión de Los Vengadores 2: La Era de Ultrón estará absolutamente influenciado por todas las películas posteriores a Los Vengadores que conducirán a ella», está apelando a una lógica menos ligada a la pulsión cinéfila que a la consumista. Antaño circunscrita al merchandising asociado a la ficción, ahora inserta en la configuración de esta.

La reinterpretación de la figura del superhéroe como mera marca, como emblema obligadamente inexpresivo e incorrupto de un bien intangible que ha de simular la forma de película, videojuego o cómic, pero también la de mochila, golosina o preservativo, es palpable en cada fotograma de El mundo oscuro.

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Thor solo abre la boca para mugir. Malekith, para farfullar amenazas. ¿Sus motivaciones para destruir el universo? Vete a saber. Natalie Portman se interpreta a sí misma, ajada y pavisosa. La muerte de Frigga deja a Odín y Thor impertérritos. El humor que procuran las apariciones conjuntas de Darcy Lewis, ayudante de Jane, y el becario Ian Boothby, da vergüenza ajena. Las intervenciones de Heimdall, portero de Asgard, suenan a ruego del actor que le da vida, Idris Elba, harto seguramente de pasarse seis horas diarias en maquillaje, peluquería, prostética, chapa y pintura, para luego abrir la puerta y decir «Buenas tardes, señorito».

Que uno de los supuestos atractivos de El mundo oscuro sea la dinámica sentimental entre Thor y Jane, y esta se solucione tras minutos y minutos de créditos finales —mucho después del guiño a otra producción superheroica Marvel de próximo estreno, Guardians of the Galaxy (James Gunn, 2014), cuando en las salas de exhibición solo quedarán el friki de turno, el barrendero de palomitas y la anciana que busca risueña sus bragas—, es signo indiscutible de que, ni a Kevin Feige y sus secuaces, ni al noventa por ciento del público, les importa nada lo que se nos cuenta. Y con razón. No se nos está contando nada.

En este aspecto, a El mundo oscuro y, en general, al universo cinematográfico Marvel, puede achacárseles ya esa práctica a medias perezosa y a medias mercantilista del decompressed storytelling [narración relajada], que hace estragos desde comienzos de la pasada década en cómic, cine y televisión.

VII

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Únicamente Tom Hiddleston, intérprete de Loki; y Stellan Skarsgård, en la piel del científico Erik Selvig, expresan algo. Lo que hace de ambos meandros en el curso monótono de El mundo oscuro.

Hiddleston aprovecha con inteligencia esa tradición del cine comercial estadounidense consistente en cargarle a un actor británico con la responsabilidad de interpretar, no tanto al único personaje digno de tal nombre en una película de evasión, como al arquetipo de actor “de calidad” que encarna esos roles; Hiddleston se ganará la vida con ello hasta los cien años.

Y Skarsgård, quién sabe si catatónico tras leer el guión escrito para la ocasión por Chris Yost, Stephen McFeely y Christopher Markus, o por el rodaje de Nymphomaniac (Lars von Trier, 2013), se limita a correr en pelotas por Stonehenge y abrazarse a Thor con los pantalones bajados. Lo que, en el contexto de El mundo oscuro, hace de su personaje un prodigio de hondura dramática.

VIII

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Pero si El mundo oscuro alberga algún interés real, es gracias a sus aspectos formales. No la realización de Alan Taylor, quien se cree aún en el set raquítico de Juego de Tronos (Game of Thrones. D.B. Weiss, David Benioff, 2011-). Sí la estética híbrida que concretan diseño de producción y vestuario, efectos visuales y fotografía. Resulta significativo que, como en muchas producciones animadas de Pixar y DreamWorks, el primer tramo de los créditos últimos lo conformen elegantes bocetos de los fotogramas precedentes.

Escenas como aquellas en que vestales de Asgard examinan a Jane Foster, esta y Thor pasean por jardines y estancias palaciegas, se despide ceremonialmente a Frigga, Odín y Loki discuten en la sala del trono, la nave de Malekith rompe contra el asfalto de Londres, o Thor, Jane y Loki se adentran en Svartalfheim, beben sin complejos, con voluptuosidad, de los imaginarios románticos y posrománticos que jalonaron la pintura del XIX, al cabo antecesora e influyente en el cómic, la fotografía y el cine del siglo XX.

Y cuando, en el clímax, los personajes batallan en escenarios planetarios paralelos y unos mundos se asoman a otros, se vislumbra una suerte de abstracción convulsa, teñida de contrastes lumínicos y coloristas, que permite soñar durante algunos minutos con una revolución en el seno de las imágenes capaz de llevarse por delante los planes quinquenales de Kevin Feige.