Ecos de Asia Oriental

1. La situación del cine de Asia Oriental en España

Por más que lo digamos y nos quejemos, la situación sigue mereciendo que lo sigamos diciendo y nos sigamos quejando. No nos llega nada del cine asiático —de Asia Oriental; del resto de Asia ya ni hablamos—. Nada. Apenas unas migajas fuera de contexto, escogidas por su éxito festivalero o por tener un director que ya se ha estrenado antes. Granos de arena que no pueden ser representativos de nada, que a duras penas pueden despertar interés en cinematografías que se encuentran entre las más vivas del mundo, con mucho que ofrecer incluso más allá de sus mercados domésticos —la falsa acusación de localismo generalizado suele ser uno de los argumentos esgrimidos por los distribuidores, en realidad esclavos de la industria estadounidense—. El mercado del DVD edita películas que no siempre han pasado por los cines pero, sin la publicidad semanal de los repasos a los estrenos de cine, la única opción que tiene el espectador medio para descubrirlas es toparse con ellas en unos videoclubs que ya nunca visita.

About the Pink Sky

Esto es grave porque se le escamotean al público nuevas experiencias. Los que ya pertenecen a la secta del cine de Asia Oriental están acostumbrados a buscarse la vida por sí mismos, con internet como fuente de referencias y vía de visionados. Algunos incluso tienen la suerte de poder asistir a festivales. Pero no hay que olvidar que la mayoría del público sigue conociendo las películas por su estreno en salas de cine. Si no se estrena, no existe. Y, aun así, los escasísimos estrenos (unos once este año) suelen partir con muy pocas copias. Además, apuntan a un arco de espectadores no muy abierto, que va desde el postureo bohemio de mediana edad hasta los jubilados con abonos, el mismo público del también escaso cine francés que llega. Fuera de eso, apenas hay concesiones; el target juvenil, hipster o no, es ignorado por los distribuidores, más aún desde que se agotó la moda del terror asiático. Una falta de respeto, tanto hacia un público variadísimo al que no se ofrece elección, como hacia unas cinematografías diversificadas, que ofrecen productos comerciales para el niño y la niña, pero también obras de todo tipo para espectadores exigentes.

De todo eso, nada. Y hay que repetirlo: si no se estrena, no existe. La mayoría de medios suelen prestar la mínima atención posible a los premios en los principales festivales, incluso las revistas y webs especializadas tienden —tendemos; un poco de autocrítica— a ignorar las producciones que no llegan y que, por supuesto, nunca llegarán. Por mucho que hayan sido descomunales éxitos comerciales o críticos en otros lugares. ¿Qué hacer contra esto? Pues esto mismo: quejarse. Evidenciar la situación, poniéndola en el contexto del monopolio estadounidense, monopolio no sólo de facto sino en términos literales. Hay que informar y publicar por cualquier medio, blogs incluidos, cuanto menos especializado mejor.

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2. Guía del cine de Asia Oriental en 2013

Aunque no es la única región ninguneada por las distribuidoras, Asia Oriental sí es la más viva. Por eso, merece la pena dedicarle este espacio en exclusiva, un somero repaso a las películas que han recibido la gracia divina de las distribuidoras —se incluyen enlaces a las que tienen reseña en Miradas de Cine—. Estaría bien no participar en el dogma de «si no se estrena, no existe», incluyendo en el artículo las que no han llegado. Pero, precisamente porque no se han estrenado, ha sido difícil verlas fuera de festivales, a los que no muchos tienen acceso. Sí sería posible hablar con algo de criterio y perspectiva de las del año anterior, porque, aunque todavía inéditas en España, ya han pasado procesos de criba y reivindicación y suelen estar más accesibles por otro lado. Pero una selección de 2013 en diciembre de 2013 sería medio a ciegas, parcial e incompleta.

Pese a todo, merece la pena intentar mencionar al menos unos títulos que han llamado la atención y que, probablemente, nunca podremos ver en nuestras salas: Nobody’s Daughter Haewon (Nugu-ui ttal-do anin Haewon, Hong Sang-soo, 2013), para algunos la mejor película de su director; la gloriosa Journey to the West (Xi you xiang mo pian, Stephen Chow y Derek Kwok, 2013); Why Don’t You Play in Hell? (Jigoku de naze warui?, Sion Sono, 2013), la más desacomplejadamente mainstream de su director, sin abandonar sus excesos; The Missing Picture (L’image manquante, Rithy Panh, 2013), una nueva variación de Panh sobre el genocidio camboyano, que esta vez incluye muñecos de cera para las reconstrucciones históricas; y, por supuesto, ‘Til Madness Do Us Part (Feng ai, Wang Bing, 2013), otra estilizada mirada a la dureza cotidiana de millones de vidas, por parte de uno de los más grandes directores de la historia del cine.

Comencemos el repaso, país por país. La cinematografía china crece y crece, como todo en la República Popular. En este caso, sí es cierto que la mayoría son productos de consumo local, sobre todo indigeribles papillas romanticoides que copian las formas hollywoodienses y los argumentos de las series coreanas. También algunos thrillers americanizados, sin nada de la calidad de sus equivalentes coreanos, o épicas fantasías de acción à la Hong Kong pero vaciadas de espíritu y personalidad. La única película china que se ha estrenado este año en España, y con retraso, ha sido Las flores de la guerra (Jin ling shi san chai, Zhang Yimou, 2011), por su director y por estar protagonizada por Christian Bale. Como siempre en Zhang, es un placer visual de primera, si bien en este caso surgen problemas serios. Y es que su esteticismo no se sirve en abstracto, o en narraciones de otros tiempos, sino que aquí cuenta una historia reciente y trágica, cuyas heridas siguen abiertas y de la que aún quedan supervivientes. Por eso, la estetización de ciertos momentos cae en cierta grosería moral, al convertir dramas humanos en escenas de acción genéricas, incluso con regusto publicitario.

Aunque de producción estadounidense, el documental Ai Weiwei: Never Sorry (Alison Klayman, 2012) ofrece una mirada enriquecedora sobre la realidad china. Es el retrato de un artista que podría parecer un payaso farsante, famoso simplemente por haberse metido con la gente equivocada. Pero, gracias al documental, el público occidental puede conocer a fondo el potente compromiso social de Ai, cuyo activismo artístico es político en toda la dimensión de la palabra. China también ha participado en la producción de un blockbuster como Iron Man 3 (Shane Black, 2013), una situación que vamos a ver cada vez más. Sin embargo, la presencia china en la película se limita a la aparición de las estrellas locales Fan Bingbing y Wang Xueqi, cortada en la versión internacional. En la República Popular se incluyó metraje en el que ambos protagonizaban escenas cutres de vergonzante product placement, que enfadaron a los susceptibles internautas chinos. Por otra parte, hemos tenido la oportunidad de ver algo de la diáspora china, en la argentina Mujer conejo (Verónica Chen, 2012), una curiosidad que juega con los estereotipos sobre la mafia china para contar la historia de una chica que de china sólo tiene la cara.

El cine de Hong Kong hoy no es lo que era, pero este año hemos tenido la suerte de recibir Una vida sencilla (Tao jie, 2011), primera película que se estrena en España de su legendaria directora. Apela a ese público de mediana o avanzada edad que busca historias realistas, sensibles, humanas. En este caso, la obra es más que digna y no engaña con falsas emociones, sino que describe una situación muy local con un hálito universal. La sensibilidad y el detallismo de Hui, unidos a la interpretación de Deannie Yip —Andy Lau resulta tan antipático como siempre—, han enamorado a todo el que ha tenido oportunidad de verla.

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En 2013 ha vuelto a llegar algo de Corea del Sur, dos de esas películas de gran éxito comercial allí, que aquí gotean cada año estrenándose de tapadillo, sin apostar por ellas quizá por limitaciones económicas de las distribuidoras. La primera es El gran golpe (The Thieves) (Dodookdeul, Choi Dong-hoon, 2012). Un taquillazo descomunal en su país, que no es más que otra entretenidilla película de robos y traiciones, tan ligera como sus equivalentes producidos por todo el mundo. Su principal interés es una ligera vocación transnacional, con paseos por Macao y Hong Kong. La segunda película es Nameless Gangster (Bumchoiwaui junjaeng, Yoon Yong-bin, 2012). Es, como siempre en el cine surcoreano, un producto sólido y de buena factura. Sin embargo, su historia de correrías criminales, antagonismos personales e identidades conflictivas suena a ya vista, con escasa personalidad.

En otro país (Dareun naraeseo, Hong Sang-soo, 2012) ha supuesto la primera oportunidad de ver en cines españoles una película de Hong Sang-soo, uno de los directores clave del cine actual. Y sólo ha llegado porque está protagonizada por Isabelle Huppert. Es otra muestra del estilo de Hong, un poco repetitivo a estas alturas y sin especial inspiración. Sin embargo, siempre es un placer sentarse a ver sus infinitas variaciones sobre un tema, sus juegos y comentarios metanarrativos, sus originales tildes visuales. Su profunda capacidad de observación de las relaciones humanas sólo se manifiesta aquí en la primera parte, aunque el resto disemina perlas de sabiduría romántica, sexual e intercultural. No del todo lograda y algo cansina —sobre todo para los ya familiarizados con Hong—, pero sin duda la película más divertida que se ha estrenado en España en 2013. Por otro lado, aunque no es una película coreana, hay que nombrar el debut de Park Chan-wook en Estados Unidos, Stoker (2013), obra deslumbrante, sugerente y muy intensa.

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En cuanto al cine japonés, aunque no está en su mejor momento creativo, su industria y capacidad de reinvención es tan potente que siempre tiene mucho que ofrecer. Dos son las películas principales que han llegado a nuestras salas este año, ambas representantes de un cine tan inteligente y bien hecho como acomodado y burgués, ambas respaldadas por nombres o premios. Una es De tal padre, tal hijo (Soshite chichi no naru, Hirokazu Koreeda, 2013). Koreeda parece haber perdido la chispa en sus últimas películas, quizá por falta de ambición. Un cierto conformismo es lo que transpira De tal padre, tal hijo. Su argumento es de esos con los que es muy difícil hacer una mala obra. La verosimilitud del punto de partida la dota de gran interés ético, con unos dilemas que se plantean casi de manera automática. Koreeda hace pensar y toca alguna fibra sensible, pero su sutileza se convierte aquí en una cierta superficialidad o, más bien, en una excesiva confianza en que la historia se explique por sí misma. Es así hasta cierto punto, pero la inacción del guión y de la fotografía —el casi imperceptible movimiento constante de la cámara termina siendo irritante por su gratuidad— limitan su potencial. En cualquier caso, es una película con interés y que nadie se arrepentirá de ver.

El otro estreno japonés destacado ha sido Una familia de Tokio (Tokyo kazoku, Yôji Yamada, 2013). Su aval ha sido doble, puesto que es un remake de la que muchos consideran mejor película de la historia que, además, viene con el gran premio de la Seminci bajo el brazo. Como no podía ser de otra forma, es una obra tan agradable como pasajera, respetuosa e inofensiva. El estilo de Yamada, entre sobrio y adocenado, es perfecto en este sentido. Mantiene algo de la profundidad emocional de la original, con poca de su trascendencia, quedando al final la sensación de que su tono contemporáneo no consigue aportar nada sustancialmente nuevo.

Una tercera película japonesa que ha llegado (es un decir) a nuestras carteleras ha sido About the Pink Sky (Sobre el cielo rosa) (Momoiro sora a, Keiichi Kobayashi, 2012), sin duda por su premio en el Festival de Gijón de hace ya dos años. Es tanto la más interesante como la más intrigante del lote. Es una de esas películas hechas para sentarse a verlas —algo que podría parecer una obviedad pero no siempre lo es— y que, aun así, crece en el recuerdo. Algo aburrida y alargada, mantiene el interés gracias a una dirección muy intuitiva y al llamativo trabajo de sus actrices. Su estética es la propia de todos esos vídeos de Vimeo con la Canon 5D Mark II —sea o no la utilizada aquí—, lo que la dota de cercanía y contemporaneidad. El uso que hace de los característicos desenfoques de la cámara es especialmente creativo, porque contribuye a aislar a sus protagonistas del resto del mundo. Apenas vemos nada más allá de los personajes principales que, más que solitarios, aparecen ensimismados gracias a este recurso. No obstante, esa potencia visual contrasta con un guión que parece venir de otra película, más simple y corta, que se debate entre aparentar ser más inteligente de lo que es y responder a arquetipos del género japonés de adolescentes. Además, acecha una tímida promesa de sexualización que se quiere pero no se puede materializar —las películas previas de Kobayashi eran desbarres para el lucimiento de voluptuosas idols—, lo que aporta mucha información sobre el contexto sociocultural. Un último estreno japonés ha sido la cita anual con el gato cósmico, Doraemon y Nobita Holmes en el misterioso museo del futuro (Doraemon: Nobita no himitsu Dôgu Museum, Yukiyo Teramoto, 2013). Basta decir que gustará a los que les gusta la serie, porque es el clásico capítulo alargado, con nuevos personajes y situaciones más gordas. Perfecta para niños por su habitual derroche de imaginación.

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Por último, queda hacer un acercamiento al cine del sudeste asiático. Ni rastro de Taiwán, Tailandia —a la que nos hemos podido asomar con la mirada de Nicolas Winding Refn en Sólo Dios perdona (Only God Forgives, 2012)—, Vietnam o Camboya, aunque al menos este año tenemos noticias de Malasia —con la irrelevante producción animada, de estilo global, Un pez fuera del mar (SeeFood, Aun Hoe Goh, 2011)—, Filipinas e Indonesia, siempre relacionadas con Occidente. De Filipinas, con producción paneuropea, ha llegado Cautiva (Captive, Brillante Mendoza, 2012), gracias de nuevo a la presencia de Isabelle Huppert. El pretendido realismo con el que cuenta un largo secuestro por parte de una guerrilla es tan realista como, por ejemplo, el de Black Hawk derribado (Black Hawk Down, Ridley Scott, 2001). Lo que en aquella era propaganda, aquí es simplemente confianza excesiva en el poder literal de unas imágenes incompletas. Mendoza cree que la mera reconstrucción de unos hechos puede explicarlos, cuando lo único que consigue es acercarse (con efectividad, eso sí) a su vivencia física. La falta de contextualización es total, así como la selección de los episodios a mostrar, limitada a una sucesión de conflictos interpersonales genéricos y tiroteos. Ni rastro de introspección, psicología, filosofía ni historia. Cabe augurarle a Mendoza un futuro en Hollywood tan destacado como el de Alejandro González-Iñárritu. La sensacionalista, aunque gozosa, Metro Manila (Sean Ellis, 2013) ha sido otro estreno ambientado en Filipinas, si bien es una película británica a todos los efectos creativos y de producción.

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También de producción occidental es The Act of Killing (Joshua Oppenheimer, Christine Cynn y Anónimo, 2012), quizá la película más imprescindible de los últimos años. El documental es todo un ensayo acerca de la memoria histórica y el genocidio, que aprovecha el poder del cine para ofrecer algo que los libros no pueden: la experiencia visual en movimiento de las causas y las consecuencias de la masacre. Contado en descorazonador (y real) presente. Gracias a ello, torturadores y víctimas se muestran en toda su crudeza en la pantalla, contaminando al espectador con sus tormentos interiores, frente a los que no se puede mirar para otro lado. Es la glorificación de la empatía como vínculo del presente con una memoria histórica que, lejos de habitar sólo en la Historia, sigue activa, sus verdades dormidas como un volcán. The Act of Killing nos enseña una Indonesia moralmente desahuciada, aunque lo que muestra también podría aplicarse a otros países cambiando simplemente el grado de intensidad. Por ejemplo a España, donde todo lo que vemos en The Act of Killing sigue vigente, en un nivel más profundo de la conciencia de la sociedad. Quién lo iba a imaginar, una película sobre un lugar tan lejano que nos dice tanto sobre nosotros…