Ismael

Los tres mejores meses de mi vida

Mi admiración por Marcelo Piñeyro, un director aún injustamente tratado por el público y por la crítica, proviene de la primera vez que vi Caballos salvajes (1995), descubriendo lo que luego supe eran algunos de sus elementos poéticos más personales (la resistencia frente a un sistema injusto, la naturaleza, la familia, el amor) y su capacidad para construir narraciones vibrantes, auténticas y emocionales. Tuve la suerte de realizar un breve estudio de su filmografía hace tres años, que sigue vigente, puesto que desde entonces solo ha rodado Ismael, la película que ahora nos ocupa, de modo que puede complementarse bien con las líneas que siguen para el lector interesado en el excelente cineasta argentino.

Por encima de cualquier otra consideración, hay que adelantar que Ismael es, ante todo, una película profundamente emocional. Su comprensión pasa por la «comprensión» de las emociones que habitan en su interior, y la experiencia de vivir el filme es la experiencia de sentirlo. Por esta razón, el último filme de Piñeyro enlaza muy directamente con Kamchatka (2002), una de sus mejores películas, con la que coincide fundamentalmente al abordar la figura del padre, y al adentrarse en una complicada relación paterno-filial. Bien podría decirse, de hecho, que ambas son películas complementarias, porque si Kamchatka narraba la salvación emocional de un niño gracias a la habilidad de su padre para aislarle de la dureza del entorno, Ismael nos cuenta cómo la incapacidad de los mayores aboca al pequeño protagonista al páramo emocional de una orfandad efectiva bajo la aparente riqueza de tener una madre y dos padres.

La paternidad es solo una pieza de una de las grandes columnas vertebrales del cine de Piñeyro: la familia. El pequeño Ismael es el centro en torno al que pivotan las soledades que, una vez más, nos ofrece el cineasta argentino a través de la institución familiar: Félix (Mario Casas) es un joven maestro de alumnos con dificultades que ha vehiculado por esa vía su rebeldía contra una madre a la que culpa de no haberse entendido con su padre y de no haberle ofrecido nunca su cariño; a Nora (Belén Rueda), la madre de Félix, divorciada y enormemente alejada de su hijo, no se le conoce relación humana que la satisfaga, y dedica todo su tiempo al restaurante que dirige; Jordi (Sergi López) es un amigo de Félix que decidió hace tiempo vivir autónomamente en un rincón del mundo al que incluso resulta difícil acceder y que tiene muy clara la imposibilidad de mantener relaciones sentimentales duraderas y felices; Alika (Ella Kweku), madre de Ismael, es la joven con la que Félix tuvo una relación idílica de tres meses y a la que dejó embarazada, y que permanece enamorada de él a pesar del daño que le causó; Luis (Juan Diego Botto) es la pareja de Alika y, en su convicción de que ella sigue enamorada de Félix, asume en realidad que su relación no es sino la de una soledad compartida; y, por fin, Ismael (Larsson do Amaral) escapa de casa de su madre en Madrid para viajar hasta Barcelona a conocer a su padre, producto de ese sentimiento de pérdida que volverá a experimentar con la decepción tras conocerle.

La desertización emocional que produce la familia como núcleo de convivencia estandarizado choca frontalmente en el cine de Piñeyro con la idea del amor loco, otro de sus temas centrales y, en mi opinión, el más relevante y potente en Ismael. Plata quemada (2000) no está entre las mejores películas de Piñeyro pero sí es la que mejor expresa la idea del amor loco o, al menos, sus consecuencias; también en Tango feroz. La leyenda de Tanguito (1993) se trata de un tema nuclear, y de una manera u otra sobrevuela por todo su cine. El propio Ismael, que da título al filme, es producto de ese amor pasional entre Félix y Alika que, a medida que avanza la película, acabará siendo el tema principal, convirtiendo el filme en el más importante de la filmografía de Piñeyro bajo esta perspectiva. A pesar de que ninguno de los dos actores que protagonizan la historia de amor realizan interpretaciones brillantes —una de las grandes debilidades del filme, especialmente en el caso de Mario Casas—, Piñeyro logra momentos de intensa emoción mostrándonos dos personajes que habían aprendido a olvidarse a pesar de amarse profundamente y que ahora deben reencontrarse a causa de la decisión de una tercera persona, su hijo Ismael.

Son bellísimos los planos discretos en que percibimos, cuando Alika viaja en coche hacia Barcelona para recoger a su hijo, que el rechazo aparente a Félix esconde un evidente deseo por volver a verle; en el caso de Félix, su vida tranquila se ve agitada repentinamente por esa visita y, lejos de estar impresionado por conocer a su hijo, su consternación se debe a que volverá a ver al amor de su vida. Piñeyro domina muchas artes del cine, y una de ellas es saber escoger el mejor mecanismo expresivo para cada momento: hay diálogos que expresan sintéticamente y sin subrayados la profundidad de los sentimientos de Félix (como ocurre en la escena en que explica cómo conoció a Alika y cómo fue su relación con ella, que acaba por resumir así: «fueron solo tres meses, pero fueron los tres mejores meses de mi vida»); por otro lado, hay escenas en que sobran las palabras, y son las miradas y los gestos lo que delata la conexión irrompible que permanece entre ellos (la escena en que sin decirse nada acaban besándose apasionadamente, a pesar de la gran resistencia que hasta ese momento había mostrado Alika). No cabe duda de que si hay un tema protagonista en Ismael, ese es la historia de un amor imposible que habita en el interior de dos almas doloridas que, a pesar del paso del tiempo y del daño causado, se siguen queriendo locamente, de ese modo en que quizá solo es posible querer a una sola persona una sola vez en la vida.

Todo lo dicho hasta aquí está relacionado de un modo u otro con la que es quizá la preocupación central del cine de Piñeyro, aunque en este filme se encuentre menos explicitada que en todos los anteriores: la toma de partido por el libre albedrío frente a la represión del sistema social o, dicho de otro modo, la confrontación de humanismo y capitalismo. Tema central en Caballos salvajes y El método (2005), ocupa un lugar importante en todos y cada uno de sus filmes, menos quizá, precisamente, Ismael. Sin embargo, como adelantaba, todo lo importante de la película remite de un modo u otro a eso: la inutilidad de la familia convencional, concebida a la sombra del sistema social imperante, para lograr la felicidad de los seres humanos; el amor loco como ejemplo supremo de libertad íntima arrinconada ante la obligación de las convenciones sociales; Jordi, un personaje alejado de la sociedad, cuyas normas detesta, y enclaustrado en un rincón paradisíaco (la naturaleza como contraposición a las grandes urbes es habitual también en Piñeyro); o la atadura que supone para Nora la necesidad de optimizar los beneficios de su restaurante. La rebeldía frente al sistema también se ve reflejada en el conflicto que se produce en el centro educativo donde trabaja Félix, aunque esa parte de la película —su ocupación profesional y todo lo que la rodea— es otra de sus debilidades, puesto que no está claramente definida ni acaba por encajar del todo en el conjunto.

Ismael, aun siendo excelente, no es la mejor película de Marcelo Piñeyro, pero vuelve a demostrar que el cineasta argentino posee algunas raras habilidades (profundizar en los sentimientos de los personajes con una gran economía expresiva, por ejemplo), un conjunto de ideas muy estable que da sentido global a toda su obra (aquí el amor loco, la familia y la paternidad, singularmente) y un alto nivel en la construcción de diálogos y personajes. Es una lástima que el trabajo muy limitado de Mario Casas no permita extraer, ni lejanamente, todo lo que contenía potencialmente el personaje de Félix, algo que ocurre también aunque en menor medida con el de Alika. La intensidad emocional que extrae Piñeyro del argumento, a pesar de ello, demuestra a las claras su extraordinaria capacidad como director.