Martin Scorsese/Leonardo DiCaprio, inagotable fuente de arte y entretenimiento

De actores, directores y sueños. De expectativas, nuevas emociones y  resultados

Martin Scorsese no quería dirigir Toro Salvaje [i]. No le gustaba el libro, ni exaltar la figura de un boxeador que consideraba se había inventado más de la mitad de lo que explicaba en su “autobiografía”. ¿Qué podía decir él de ese mundo? Además, la película era muy cercana al estreno de Rocky… Sumido en las drogas, necesitaba un éxito tras el fiasco comercial y de crítica (aunque muchos no estemos del todo de acuerdo) de New York, New York. Por supuesto, no a cualquier precio.

Pero De Niro creía en el proyecto, y persiguió al director hasta que revisaron el guion… y Marty aceptó.  Se trataba de un proyecto con interés personal para el actor, que el director no quería rechazar para no perder su amistad, pero para éste era absolutamente necesario encontrar un vínculo personal que le motivase, que le empujase a ponerse en marcha.   

De Niro perseguía a Scorsese para realizar Toro Salvaje igual que Leonardo DiCaprio para El lobo de Wall Street. 

Dos actores que ven el potencial de un director tan incombustible como ellos mismos. Un director que encontró, en el primero, la arrolladora fuerza que le permitiría seguir adelante tras varios fracasos, y, en el segundo, al que le ha llevado a mantenerse en el top de directores a nivel mundial, haciéndole recuperar sus ganas de hacer cine.  

«That’s entertainment» (Toro Salvaje)

La relación de Scorsese con sus actores: Reconocimiento, vitalidad y realismo. La búsqueda de una piedra angular

Sabemos que la estrecha relación con DiCaprio es repetir un ciclo que ya había iniciado con de Niro, con Keitel… Pero, ¿qué lleva a un consagrado director a necesitar el apoyo continuado de un actor? ¿El hecho estar rodeado de amigos para salir adelante, de admiradores que le insuflen fuerzas para continuar? ¿Es que le falta confianza en si mismo? Difícil de defender, si recordamos, por ejemplo, que Scorsese no pensó nunca en de Niro para el papel de Travis en Taxi Driver (1976). Aunque, claro está, él quería a Harvey Keitel, en el que ya había confiado para el Charlie de Malas calles (Mean Streets, 1973)… 

Miramax Pre-Oscar Party and 25th Anniversary Celebration - Inside

No es del todo descartable esa necesidad de sentirse arropado (incluso cuando le presentaban a mujeres necesitaba estar seguro de que sabían quién era él), pero es evidente que Scorsese necesita personajes con alma, con algo que decir. Encontrar un vínculo con ellos, y alguien de método que sea capaz de interpretarlos, por muy dispares y múltiples que sean las aristas psicológicas de los personajes. Eso es lo que le impulsa a seguir adelante con sus proyectos: la combinación buen guion/buen protagonista/buen actor. De hecho recordemos que cuando él y de Niro encontraron la forma de hablar del antihéroe de Toro Salvaje, centrándose en su impulsivo carácter y la relación con su hermano, Marty lo vio claro: La Motta tenía que presentarse ante el espectador en blanco y negro. Tenía que depender de otros, mostrar su vulnerabilidad de forma suficientemente sutil para equilibrar la balanza amor-odio que despierta en el espectador. La Motta se convertiría en el nuevo alter-ego de su director, de su peculiar e infiltrada autobiografía centrada en sus vivencias del momento (la caída del nuevo Hollywood), impregnando al boxeador de sus más íntimos sentimientos: un hombre a la deriva que, no obstante, espera encontrar su sitio. Igual que Charlie era su forma de recordar los años de juventud en Little Italy. La Motta, entonces, tenía que mostrar la frustración de un director que lucha para hacer realidad sus proyectos, su descenso a los infiernos y el darse cuenta de que necesita de los demás para volver a sentirse seguro. De hecho, regaló al personaje un final agridulce: felicidad en plena miseria. Porque sin mujer, sin amigos… el personaje/director se hunde.

Protagonistas marginados por la sociedad o por ellos mismos, por su egoísmo, por sus neurosis o simplemente por ser tan visionarios que no pueden asumir las reglas impuestas por la gran masa. Personajes que le atraen porque revelan una parte de sí mismo, interpretados por actores de los que sabe van a conectar con el sufrimiento del personaje/director. ¿Acaso La Motta no es muy similar al Jordan Belfort de El lobo de Wall Street? La adición a la fama, a las drogas, y a querer resurgir de sus cenizas… ¿Quién no puede pensar que son historias demasiado familiares para Scorsese?

De Niro era en “el nuevo Hollywood” el actor que encumbró al director y le empujó a seguir con su carrera tras fantasear con las drogas. DiCaprio es en “el declive del cine (entendido como artesanía de sus autores y no de la industria)” el actor que ha mantenido en el punto de mira al director, empujándole, también, a seguir con su carrera. Scorsese ha necesitado reinventarse continuamente para seguir siendo escuchado. 

«Trabajar con Leo es muy sencillo porque tenemos los mismos referentes, nos gustan las mismas películas y música (…). Cuanto más trabajamos juntos, más sé cuánto puedo empujarle, cuánto puedo obtener de él. Con Bob (de Niro) la colaboración es mucho más intuitiva» (Extracto de la entrevista concedida a Stephen Whitty para The Star Ledger, New Jersey)

Quizá esta poderosa conexión haya sido la responsable de que relaciones con Harvey Keitel o Daniel Day-Lewis no prosperasen, dejando de ser “preferidos” por Scorsese. En cualquier caso, Leonardo DiCaprio entró en la vida del director, haciéndole olvidar el visceral vínculo con un de Niro al que ya no podía exprimir más  (o como mínimo de forma distinta a la relación intérprete/papel que consideraba le iba como anillo al dedo, aunque haya seguido ofreciéndole papeles (de Niro no aceptó ser Queenan en Infiltrados —The Departed,  2006—), y abriéndole las puertas al siglo XXI.

¿Qué ve Scorsese en DiCaprio?

Juventud. Inteligencia. Versatilidad. Ilusión. Scorsese le mira y se ve reflejado. Treinta años les separan, pero son como dos gotas de agua, en busca de proyectos retadores. No hay que engañarse: Scorsese no ve lo mismo en DiCaprio que en de Niro. Me aventuro a decir que este nuevo discípulo, mucho más aplicado, con inquietudes, es más parecido a él, detrás y delante de las cámaras. 

A los dos les encanta discutir sobre un nuevo proyecto, sobre una escena, sobre cómo actuaría su protagonista. Hablan, y refuerzan sus ideas. Mentor y abnegado discípulo, que no obstante se sabe tan importante para la evolución del maestro como para la suya propia.

¿Se aprovecha DiCaprio? Nada más lejos. Le ayuda a sacar lo mejor de él, igual que éste lo hace para con el joven aprendiz. No es imposible pensar que gracias a esta segunda juventud que le aporta el actor el director siente la energía, por ejemplo, del que está descubriendo las nuevas posibilidades que le aporta el cine digital. La reciente carta pública dirigida a su hija nos hacía pensar que no sólo ve futuro al cine, sino que cree en las nuevas generaciones de cineastas.

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Como sabemos todo empezó con Gangs of New York (2002). DiCaprio entra en la vida de Scorsese de forma tan casual com lo hizo de Niro (y de la mano de éste, por cierto), para un papel que aunque sea de protagonista, no es el “yo” de Scorsese que antes defendíamos. Quizá por eso no le importó tanto recordar que la fama de DiCaprio se sostenía en ese momento gracias a Titanic (James Cameron, 1997), además de fiarse de su amigo y, por supuesto, de recordarle gratamente por su papel en ¿A quién ama Gilbert Grape? (What’s eating Gilbert Grape?, Lasse Hallström, 1993). En ese momento su nuevo actor fetiche era Daniel Day-Lewis (dejamos a un lado documentales, musicales y films más espirituales de Scorsese, ya que en esta época volvió a sus orígenes, recuperando a De Niro y Pesci para Casino —1995— por ejemplo), con el que ya había trabajado en La edad de la inocencia (1993), y que iba a interpretar, éste sí, al poderoso sin escrúpulos que deberá caer para dejar paso a las nuevas generaciones de estadounidenses (no hace falta remarcar que es un papel ya visto varias veces en la filmografía previa, y posterior, del director). 

Pero DiCaprio le desbancó rápidamente. Quizá porque en ese momento el actor hizo aflorar al niño que llevaba dentro Scorsese, viendo en el actor al rebelde que fue él mismo en su juventud, y haciéndole recuperar la ilusión por el cine. Pero también encontró a un actor con la energía y paciencia suficiente que, una vez pulido, iba a ayudarle a explicar muchas de las historias que ya tenía en la cabeza. El propio Scorsese lo expresa al hablar sobre una escena eliminada de Infiltrados (The Departed, 2006), en la que DiCaprio/Billy está sentado en un banco, decidiendo si quiere incorporarse al equipo de policía de Queenan o seguir como policía recién graduado. Scorsese decía que no le gustó eliminar la escena por las expresiones de Leonardo, capaz de mostrar esa duda sutilmente en su rostro, hasta finalmente transformarla en pura decisión. Más adelante también dijo que sólo pudo pensar en él para el Teddy de Shutter Island (2010), ya que era el único actor que podía sobrellevar la carga emocional por la que pasa el “agente”… Y es que sin duda es gracias a Scorsese que DiCaprio ha podido erigirse como el mejor actor de su generación, aunque su buen aspecto le ha llevado a no ser lo suficientemente tomado en serio (éxitos como Titanic por todos es sabido no le hicieron bien, como mínimo en este sentido: su siguiente película, El hombre de la máscara de hierroThe Man in the Iron Mask, Randall Wallace, 1998— podría haberle hundido vilmente… menos mal de Woody Allen). Ídolo de adolescentes histéricas, sumado a un carácter tan infantil como el correspondiente a la edad a la que le llegó el éxito, no le hicieron un gran favor… hasta que se junta con Scorsese.

Para muestra un botón: la evolución del alumno, el prestigio del director

En sólo doce años han trabajado ya en cinco ocasiones juntos, y las cinco veces el personaje principal arrastra ese estigma de rebeldía, ansias de poder e inconformismo que tanto le gusta a Scorsese. Pero Scorsese, con ese hambre de superación que tanto le caracteriza, no ha ofrecido a DiCaprio papeles similares (como podríamos pensar hizo con de Niro), sino que se ha atrevido a regalarle mucho más juego, desde el torbellino de Amsterdam hasta el estafador Jordan, pasando por el superdotado Howard, el inestable Billy y el trastornado Teddy.

«Los pecados no se redimen en la iglesia, se redimen en las calles, se redimen en casa» (Malas calles)

En Gangs of New York  Scorsese se vestía de nuevo de época para hablar de los orígenes de la ciudad que le vio crecer. Un film histórico sobre mafias para la que necesitaba a un joven capaz de enfrentarse —interpretativamente hablando— a Daniel Day-Lewis. Scorsese pudo explicar la historia sobre las personas que habitaban una New York sin evolucionar (con los recortes necesarios tras el atentado de las torres gemelas), mostrándoles como matones incapaces de pensar en el futuro, y además conoció al que sería su inseparable inspiración. 

Es evidente que DiCaprio no llega a hacer sombra a un histriónico pero efectivo Daniel Day-Lewis, pero nos impactó con su facilidad de cambiar su acento cuando no quería ser descubierto por haber pasado su infancia en Five Points, además de por saber aguantar el tipo frente a su “adversario” (quién no recuerda la escena en la que Amsterdam está en la cama con Jenny, y se despierta sobresaltado al darse cuenta de que Bill ha estado observándole toda la noche). No pudo brillar, pero no se dejó intimidar, y aprovechó todos los momentos para comentar el papel con su admirado director. Y, por supuesto, hizo lo suficiente para que Scorsese siguiese teniéndolo en cuenta. 

«Si formas parte de un grupo nadie te dice que van a matarte, no hay peleas ni insultos como en las películas. Los asesinos llegan con una sonrisa. Llegan como amigos» (Uno de los nuestros)

 

Dos años después Scorsese filmaba otra película de época, otra vez con DiCaprio, que en esta ocasión (también) persiguió al director para que aceptase realizar el film tras la negativa de Michael Mann. El aviador (The Aviator, 2004) es una película poco valorada por el público en general (aunque sí estuvo respaldada por crítica y premios) pero que nos ofrece una forma de explicar la vida del superdotado niño que se enriquece gracias a sus ideas y sagacidad muy interesante, empezando porque el film se inicia desde lo que podríamos decir la mitad de la vida de Hugues que se muestra en la pantalla, con el inicio del rodaje de la costosa película Los ángeles del infierno (Hell’s Angels, 1930). Si por algo falla es por no mostrar de forma entendible el trastorno obsesivo-compulsivo del ingeniero/director/productor, ya que sus ataques quedan tan aislados en la película que parecen más excentricidades que enfermedad (muy al contrario que lo que sí había conseguido Ron Howard en Una mente maravillosaA Beautiful Mind, 2001—, por ejemplo). Una verdadera lástima porque precisamente es esa parte del personaje (además de su pasión por el cine, por supuesto) la que seguro conecta con Scorsese, y el montaje (que paradójicamente el montaje ganó el Oscar) cortó gran parte del trabajo conseguido por el actor, que se nos antojaba poco preocupado por dar coherencia a esos momentos. Personalmente, esta es la colaboración menos fructífera del tándem, quizá porque el papel puede recordarnos mucho al que hizo para Spielberg en Atrápame si puedes (Catch me if you can, 2002) al mostrar varias personalidades/identidades dentro de una. En cualquier caso, si aquí no brilló lo suficiente fue porque todos nos fijamos mucho más en los actores secundarios que representaban a personajes reales con los que muchos habían crecido, o como mínimo soñado y visto sus películas. Es por tanto difícil aislar su trabajo cuando en muchas ocasiones hace, básicamente, de nexo entre los personajes de la historia que parece motivaba más a Scorsese: la mafia existente entre los altos cargos políticos y empresarios de las líneas aéreas para monopolizar el mercado. Eso sí, todo aderezado con la intervención de algunas estrellas de la industria, sin duda admiradas por el director.

«Algún día vendrá alguien que limpie toda esta escoria de las calles» (Taxi Driver)

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Pero con Infiltrados DiCaprio sí podía callar todas las bocas. El actor se enfrentaba de nuevo a ser un personaje facilitador para el papel de Matt Damon, y también para estar a la sombra del inconmensurable Jack Nicholson y, en cambio, tal y como predecía Scorsese, DiCaprio supo dotar a Billy Costigan de una personalidad única que atrapa al espectador, manteniendo el equilibrio entre la cordura del policía y la locura del asesino a sueldo. Un paso más para actor y director que se apoyan mutuamente para sacar lo mejor de ellos mismos. Scorsese tuvo mucha libertad, aún más tratándose de un remake, y supo hacer suya la película e incluso incluir guiños al mejor cine americano del género (no pudo evitar homenajear a Scarface, el terror del hampaScarface, Howard Haws, 1932—… película por cierto producida por Howard Hugues), y cada vez que muere alguien en alguna parte del encuadre aparece una cruz, aunque sea de una estantería metálica). 

Aquí lo que Scorsese necesitaba de DiCaprio era el poder mostrar fragilidad ante los sucesos que le toca vivir, y sin, embargo mantener, tal y como indica el propio Billy sobre cómo comportarse ante los criminales, «your hand… steady». Incomprensiblemente DiCaprio no estuvo nominado al Oscar ese año por su interpretación cuando sin embargo era la mejor del tándem hasta la fecha: Scorsese había encontrado a un magnífico actor dramático, pero le faltaba darle una vuelta de tuerca más al talento del actor. 

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«Prefiero ser rey por un día que bufón toda la vida» (El rey de la comedia)

Y es que el papel de Teddy de Shutter Island no es en absoluto fácil. Si por un lado Scorsese experimenta con el thriller al más puro estilo Hitchcock, DiCaprio tiene que meterse en la mente de un hombre que ha desarrollado otra personalidad para no luchar contra sí mismo y sus crueles actos (por otro lado, asombrosa y terroríficamente  ¿justificables?). El actor dice que una de las escenas de las que se siente más orgulloso es en la que tiene que entrar a por los cadáveres de los tres hijos flotando en el lago de su casa. Scorsese y él discutieron incluso sobre qué haría un padre que se encuentra con tal panorama: ¿los sacaría uno a uno o a todos a la vez? ¿Iría a por el más pequeño, a por el preferido? ¿Intentaría reanimarlos? El resultado es uno de los momentos más tristes, aterradores y melancólicos de todo el film. DiCaprio conecta con el policía, se convierte literalmente en él, en el padre que ha dejado de serlo repentina e injustamente. DiCaprio sabe entonces por qué aparece Teddy, y Teddy deslumbra en la pantalla hasta el momento final en el que tiene que decidir si quiere seguir siendo un policía o cargar con un asesinato. La sutil diferencia interpretativa que DiCaprio consigue durante el film y en la escena final es digna de análisis: únicamente la expresión de su cara, su mirada al doctor, la bajada de los ojos y la forma de arrastrar los pies hacia el faro… momentos cruciales que encumbran toda la técnica fílmica que está a su disposición.

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Scorsese a su vez sigue aquí experimentando, cómo no: el tono de la película es frío, metálico, todo un descubrimiento en su cine. Y, cómo no, sale airoso de su incursión. Tanto que decide sacar a ese niño que ya preveíamos, quizá atrapado por la personalidad e ilusión de DiCaprio, y le hace un inestimable homenaje al cine rodando La invención de Hugo (Hugo, 2011).

Siendo sincera, y visto el resultado de Shutter Island, al igual que ocurrió con de Niro pensé que Scorsese “abandonaría” a este su actor fetiche del momento para buscar algún otro. Había alcanzado el techo de la interpretación a la que parecía capaz DiCaprio, así que cualquier otra colaboración, a priori, sería una repetición de lo que ya habían conseguido (que no era poco, por supuesto). Porque Shutter Island es el súmmum actor-director en cuanto a vertiente dramática. De hecho, si en Gangs of New York simplemente se requería a alguien con mucha fuerza de voluntad y valeroso, y en Infiltrados Scorsese ya decía que veía que DiCaprio era el único que podía aportar sentimiento y criminalidad por partes iguales, lo conseguido en Sutther Island, combinado con la técnica precisa de Scorsese, sobrepasaba las mejores expectativas.

Pero claro… ¿es que DiCaprio no es capaz de hacernos reír?

«Den un escenario a este toro donde pueda demostrar su bravura, pues aunque lo mío es pelear, más me gustaría saber recitar. Esto es espectáculo» (Toro Salvaje)

Cerramos el bucle.

Martin Scorsese no quería dirigir El lobo de Wall Street. DiCaprio estuvo años persiguiendo al director para que lo aceptase y, cuando éste encontró la forma de hacérselo suyo, de conectar con “el lobo”, aceptó.

Ya hacía años que Scorsese se había alejado de la comedia, quizá por la mala prensa (posiblemente debida a que el director es incapaz de hacer género puro) que cosecharon sus incursiones (y, no obstante, se tratan de pequeñas joyas a redescubrir). Entonces… ¿con qué experimenta ahora Scorsese, si ya ha hecho comedia? Precisamente, y de nuevo, con engañarnos al hacernos creer que es tal. Ver El lobo de Wall Street es darse cuenta del cinismo que acompaña toda la historia, real, para más inri. Scorsese se excede seguro que mucho más de lo necesario, lleva al límite escenas que se nos antojan increíbles, pero hilarantes. Y, en realidad, DiCaprio no está siento cómico, está siendo cruel, que es lo que el papel necesita. De hecho, pocas veces nos hace reír por su capacidad interpretativa “cómica”: si recordamos la escena del coche, y no le escuchamos, su interpretación es angustiosa. Y en realidad ese momento lo es para el protagonista, no nos cabe la menor duda. Pero, ¡ah! Si se reviste con una voz en off risible, todo cambia… 

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¿Es entonces DiCaprio un buen actor de comedia? Aún no. Necesita de Jonah Hill (poderosas son todas las escenas que comparten), incluso a Matthew McConaughey (digno de premio aunque aparezca en pantalla escasos cinco minutos), para que le asociemos al género. DiCaprio, eso sí, es capaz de olvidar su más que arraigada condición de galán (difícil, y más interpretando este mismo año a Gatsby para Luhrmann), metiéndose en el papel de héroe derrotado, desagradable en muchas ocasiones no por su físico sino por sus intereses. Nos da la sensación de que no acaba de soltarse, no sabemos si por exigencias del guion o porque él también sabe que no podemos reírnos sin empatizar con Jordan, que no es lo que se busca. Así que la mejor forma es contenerse y no dejarse llevar completamente. Scorsese apoya su interpetación del personaje de la mejor forma que sabe, que es dirigiendo: le protege, crea escenarios y puestas en escena que le ensalzan. Con medios planos, con el montaje, con el sonido… todo para que salga victorioso.

Y, cómo no, lo hace. 

DiCaprio se nos mete en el bolsillo, igual que el director. Otra vez. Juntos. 

[i] Muchos conocen la historia del nacimiento y caída del denominado «Nuevo Hollywood» pero, en caso contrario, y si es un tema que interesa, leer el libro de Peter Biskind, «Moteros tanquilos, toros salvajes» (Ed. Anagrama) es imprescindible para conocer cómo empezaron directores como Malick, Spielberg o Coppola, así como productores tan influyentes como Robert Evans.