Chris Marker y 'La jetée'. La fotografía después del cine

libro_chrismarker-portadaLa obra de Chris Marker, puro palimpsesto plagado de guiños, referencias, críticas, divertimentos y descubrimientos, mantiene a efectos populares como única e inclasificable película reconocible La jetée. Su (re)descubrimiento provino del estreno de la película de Terry Giliam Doce monos (Twelve Monkeys, 1995). Antes de eso, Marker era todavía más desconocido. Y, evidentemente, La jetée no es única, aunque sí es un asteroide sin dirección.
Antónia Escandell Tur en su primer libro Chris Marker y La jetée. La fotografía después del cine (Jekyll y Jill editores, 2013) describe con cuidado y mimo el proceso vital (una más de las otras vidas que vivió el autor de Level Five) y fílmico de Chris Marker, descubriendo muchos de sus hiatos y cuidando desde el inicio la relación bibliográfica en español (bastante escasa) y en otros idiomas (igualmente escasa) de la obra markeriana.
Básicamente el libro está dividido en tres grandes bloques. En el primero de ellos, “El cine-ensayo y La jetée” describe al autor, sus inquietudes y el contexto de la película a estudiar. Descrita como cine ensayo, fotomontaje o foto-romance, la autora describe los vaivenes del autor, la escritura de su única novela (Le coeur net, 1949) o la publicación de guías de viaje Petit Planet en los años sesenta, incluida una guía de viaje de España, hasta por qué no, su aparición en Second Life, bajo el avatar Sergei Murasaki y acompañado de su gato Guillaume-en-Égypte o su presencia-ausencia de Immemory (1997), autorretrato interactivo cuando la red y la comunicación virtual eran embrionarias.
Las raíces de Marker se retrotraen a su colaboración con Alain Resnais, compañero de aquello que se definió, por oposición, como la rive gauche, con quien comenzó su colaboración en Les statues meurent aussi (1953), pero todavía es más notable esa sinergia en Noche y niebla (Nuit et brouillard, 1955), único e irrepetible retrato del Holocausto que, en solo treinta minutos, levanta polvaredas y acentúa mucho más el ritmo fílmico en lo que será posteriormente Marker que en la obra posterior de Alain Resnais.
Del mismo documental no podemos obviar esa voz en off que aparece en La jetée y que une las fotografías que dan forma a la película.
Este primer bloque produce una armonía en su lectura abruptamente cortada en el segundo bloque “Secuencia, plano, fotograma”, un intento de la autora de enmarcar el modelo de análisis que va a efectuar sobre la película de Marker. Nombres como Roland Barthes, Julia Kristeva, Sánchez Biosca, Christian Metz, Louis Althusser, Jean François Lyotard se unen para corromper la lectura amena del libro y producen, a su vez, un efecto nocivo en la parte más analítica que enfangan la lectura para los más neófitos. Sin ser innecesario, si hay en este bloque la obligación autoimpuesta de la autora por sustentar sus reflexiones. Y el bagaje con el que cuenta es demasiado opaco, o por lo menos la sensación obtenida es la de pisar sobre suelo sin tener el miedo de poder caer al abismo.
El tercer bloque “El montaje en La jetée” recupera la amenidad en la lectura, pero la percepción es que el miedo se ha atenazado de la autora. Las sutiles pero breves referencias a Hawks y, especialmente a Hitchcock con Los pájaros (The Birds, 1962) y Vértigo (1958) dejan el poso de no haber querido caer al abismo, de haberse quedado en la orilla, como si la obra de Marker produjera miedo, recelo, como si José Sirgado hubiera fracasado en su llamada a la autora para pasar al otro lado. Y pocas películas más pueden ofrecer tal capacidad de abismarse, de sumergirse entre cada imagen, cada foto, de separarlos o unir el uso del sonido, de desgajarlos, pero también de descubrir qué hay entre cada imagen, en cada corte.
Si hubiera caído la autora al abismo el libro, sin duda, hubiera sido diferente. Ni mejor ni peor, sino diferente. Pero la autora no ha buscado arriesgar, dejarse llevar por la película, por abismarse, por querer que sea la película la que envuelva al autor y lo consuma. Dejarse llevar por el vértigo, como hizo especialmente bien, Eugenio Trías en Vértigo y pasión.
El resultado es un libro perfectamente informado e informativo, una guía muy trabajada para adentrarse en esos recovecos de una película singular pero no única.