Godzilla (2014)

gozilla-cartelHablar de Godzilla pasa por recapitular un legado que es imposible de sintetizar en pocas lineas, menos aún en una idea fuerte que articule un discurso homogéneo respecto a su representación, ¿permanece el discurso de denuncia pacifista anti-nuclear de Japón bajo el terror del monstruo (Gojira, Ishirô Honda, 1954) en el ardor militar prohumano de Godzilla: Final Wars (Gojira: Fainaru uôzu, Ryûhei Kitamura, 2004)? ¿Las referencias al choque cultural americano-japonés de King Kong contra Godzilla (Kingu Kongu tai Gojira, Ishirô Honda, 1962) tienen algo que ver con la idea de pacificismo vía la destrucción global de Galien, el monstruo de las galaxias ataca la Tierra (Chikyû kogeki meirei: Gojira tai Gaigan, Jun Fukuda, 1972)? No existe una idea regidora fuerte detrás de las películas del saurio japonés, salvo porque en todas ellas existe un claro referente pivotante: lo importante son los monstruos, Godzilla es el protagonista y no es precisamente amante de la humanidad.

Partiendo de ahí, es lógico que los americanos quieran apoderarse desesperadamente de Godzilla. Como referente cultural de entidad que no han tenido ocasión de adjudicarse y que, además, tiene una fuerte carga anti-americana —cuando no nace por las bombas nucleares, está hostiando referentes culturales americanos o recordando lo que es una catástrofe nuclear: Godzilla personifica la leyenda negra americana—, es lógico que intenten, por tercera vez, llevarlo hasta su campo; con Japón bajo el terror del monstruo lo intentaron mutilándola convirtiéndola en una película de catástrofes más, con Godzilla (Roland Emmerich, 1998) intentaron echarle la culpa a los franceses y les salió un saurio llamado Zilla (que sería ridiculizado en la infravalorada Godzilla: Final Wars, donde Godzilla lo derrotaría en el combate más breve de la historia de la saga) y con Godzilla (Gareth Edwards, 2014) vuelven a intentar apoderarse del mito descargándolo del anti-militarismo y anti-americanismo a través de una película que escora de forma constante hacia el drama de telefilm con un Godzilla entrado en años y kilos que ha gustado poco o nada en su tierra natal por su diseño excesivamente americano. Entendiendo por americano el consumo excesivo de comida basura y el inmovilismo personal.

Si algo hay que reconocerle a la película de Gareth Edwards es su intención de no enmascarar el saludo a los valores americanos: las constantes referencias militaristas, el desprecio hacia los japoneses al convertirlos en nada más que una nación a ser destruida sin posibilidad ni intención de encarar a los monstruos y hacer que todo orbite alrededor de América desde el segundo uno, haciendo que el atolón bikini fuera un intento de matar a Godzilla en uno de los muchos e inmensos agujeros de guión de la película, se reciben como ese bello alegato imperialista que abrazan con fervor patriótico en sus blockbuster. Aunque no es algo malo de por sí, pues cada cual deberá considerar hasta que punto se siente cómodo encarando ciertas disposiciones ideológicas, el problema es que sus arrebatos de semper fidelis son un ataque flagrante a la tradición de la saga: le importa más los humanos, lo que hacen los humanos y ni siquiera lo que ocurre con ellos —ya que esto segundo le emparentaría con la película original de Ishiro Honda, que no es el caso—, que cualquier cosa que puedan hacer los monstruos. ¿Cambia algo si se quitan los kaiju para poner un terremoto, un tornado, una invasión alienígena o un grupo de ángeles bajando a la tierra para traer el apocalipsis por su cuenta y riesgo? En realidad, no más de diez minutos de metraje.

Sólo en su recta final podemos ver como Godzilla practica el noble arte de la violencia contra los M.U.T.O. (Massive Unidentified Terrestrial Organism; porque Godzilla no debe ser masivo o sí debe estar identificado), con una interesante planificación de combates con un par de puntos de interés que hacen más amargo el camino transitado hasta el momento, ya que hasta entonces todos los combates nos son vedados con cortes basados en elipsis muy bien construidas, pero que nos arrebatan el sentido último, y lo único disfrutable, de la película. Esas elipsis nos dan la medida del problema, que Godzilla en realidad no trata sobre monstruos gigantes sino sobre el amor y el heroísmo: reencuentros familiares se van sucediendo de forma aleatoria cada vez que toca por escaleta el momento romántico, igual que ocurren los vaivenes de un protagonista que a partir de un momento dado no sabemos ni donde está ni por qué —militares que permiten unirse a una misión secreta de alto riesgo a un hombre porque afirma ser artificiero, ¡así es el mundo en Hollywood— cada vez que toca por escaleta el momento dramático o el insulso momento acción.

Como ya hemos dicho, todo este desastre viene producido por un guión que hace aguas de todas las maneras inimaginables: desde un pésimo control del ritmo hasta una predictibilidad de manual de todos los acontecimientos que se sucederán, su incapacidad para concretarse como una película dramática de catástrofes o una película de kaijus le hace escorar de forma constante entre dos polos que resultan excluyentes entre sí. Desde la obsesión de utilizar armas nucleares contra los monstruos a pesar de saber que se alimentan de energía nuclear, o que la aparición de ciertos personajes sólo tenga una justificación dramática y no narrativa —el personaje de Bryan Cranston tiene sentido durante el prólogo, su aparición durante el resto de metraje es un mcguffin de la peor clase: para poner al protagonista en el lugar exacto que los guionistas desean—, hasta un plan definitivo contra los monstruos con tres hitos internos —1º) el personaje protagonista ha modificado y sabe desarmar la bomba en un minuto, 2º) les dicen que tienen plan de escape, aunque le confiesan que es falso, 3º) el plan de escape es la última opción, porque no existe, si es imposible desarmar la bomba— que por supuesto quedan desarmados en una concatenación de despropósitos tácticos que se deben solucionar a golpe de deus ex machina y personajes amnésicos que ni cuestionan ni les parecen importar las mentiras de los altos mandos. Las cosas ocurren porque así les va bien, sin molestarse en construirle un sentido. Si además tenemos en cuenta un tratamiento de sonido basado en subrayar hasta el vómito el dramatismo y que los actores podrían ser intercambiados por maniquíes sin que nadie notara la diferencia, salvo un Ken Watanabe con cara constante de «no sé que hostias hago aquí», la película se hace un estomagante agujero negro de desidia en espera de ver a Godzilla masacrando monstruos feos.

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Pero todo llega y no todo es malo. Del mismo modo que las elipsis son brillantes, aunque narrativamente nefasta, todo lo que corresponde al trabajo de planificación y combates se solventa en algún punto medio entre lo interesante y lo brillante, llegando en momentos de particular intensidad a hacer creíbles los combates entre los monstruos. Pese a todo nunca alcanza la excelencia que sí logró Kitamura —el cual tiene una carrera como director irregular, pero mucho más intensa e interesante— en Final Wars, la auténtica revisitación contemporánea de la saga, en particular porque sus momentos brillantes se basan en ataques aislados que palidecen en el conjunto de unas rutinas de combate repetitivas y perezosas. Eso sumado al guiño hacia Monsters con los dos M.U.T.O. besándose y el momento donde pretenden hacer una conexión heróica entre Godzilla y el protagonista a través del juego plano/contraplano tan bien ejecutado como narrativamente bochornoso, serían los únicos puntos oscuros de la labor del correcto, pero nada más, trabajo como director de Edwards.

Contra todo pronóstico, Godzilla se puede disfrutar. No, si se es fan de la saga, no se toleran los agujeros de guión capaces de matar de una embolia cerebral a cualquier persona capaz de diseccionar una historia o no se es capaz de hacer un ejercicio selectivo de memoria a partir de la cual obviar todos sus errores garrafales acontecidos a todos los niveles para quedarse con los, escasos, momentos de placer sensorial, pero se puede disfrutar: al fin y al cabo, es Monsters 2: Godzilla Edition con graves problemas de base.

Quien desee ver una nueva película de Godzilla hará mejor en esperar unos años hasta que Toho decida hacer una nueva película ellos mismos donde resulte que éste no era Godzilla, sino su obeso primo americano de otra dimensión paralela llamado Hollyzilla.