Y cómo es la vida
Con todo lo que te quería
Ahora no puedo ni verte
— La bien queridaTe miras y te dices que sin duda eres alguien,
que ese del espejo eres tú. Y eres tú. Pero no hay nadie.
— Miguel Morey
Por qué coño sigo aquí si nadie me quiere? Algo así debió pensar Amadeo de Saboya en alguno de los apenas dos años que duró su mandato como monarca español. Según cuentan diversas fuentes históricas, después de la revolución de 1868 y la salida de Isabel II, el gobierno provisional presidido por Serrano convocó unas cortes constituyentes que aprobaron una nueva constitución y un nuevo gobierno en forma de monarquía parlamentaria. Por primera vez un Rey iba a ser elegido por un parlamento. Pero paradojas de la vida; Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia, elegido para modernizar el país, desde su llegada se encontró con el rechazo unánime, incluso de los que los que le había votado. De la aristocracia borbónica porque lo veían como un extranjero advenedizo. De la Iglesia, porque había apoyado las desamortizaciones y su padre había clausurado los Estados Pontificios. De carlistas y republicanos, cada uno por razones inherentes a sus intereses. Pero sobre todo por parte del pueblo, porque lo veían como un Rey ensimismado, con un nulo carisma y una dificultad inusitada para aprender el idioma español.
Luis Miñarro, probablemente, también se ha hecho esta pregunta en algún momento de los 25 años que lleva ejerciendo el oficio de productor con Eddie Saetta. Compañía con la que ha producido más de 400 anuncios publicitarios, 30 largometrajes, así como distintos cortometrajes y videos musicales. El algún momento de todo ese tiempo en que todavía no le había llegado un merecido reconocimiento, pese a haber producido algunas de las películas más importantes del panorama del “cine de autor” de los últimos años como En la ciudad de Silva (Jose Luis Guerin, 2007), Honor de Caballería (Albert Serra, 2006) u Aita (José María de Orbe, 2010). Sin embargo este llegó en el año 2010, cuando Apichatpong Weerasethakul ganó la Palma de oro en Cannes con Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. Sin duda, podemos considerar Miñarro, una especie de Paulo Branco o Marin Karmitz: un mecenas que apuesta por el cine en el que creé por encima de la rentabilidad económica. Un productor que se dedica a apostar por el talento. Sirva como ejemplo su compromiso con Manoel de Oliveira; su director favorito, al que ha decidido seguir produciendo con los ojos cerrados hasta que ruede su última película.
Entonces, no parece extraño que Stella Candente, su primera película de ficción tras los documentales Blow Horn (2009) o Familystrip (2009), sea una película muy oliveriana a la manera de, por ejemplo, O quinto imperio (2005): dentro de un marco histórico perfectamente definido, se pone en escena los vaivenes del drama moral vivido íntimamente por un hombre. Como apuntábamos un poco más arriba, qué hacer en un lugar cuando nadie desea que estés allí, qué hacer cuando ni siquiera los que han votado saben porque han votado lo que han votado. La solución más lógica hubiera sido volver inmediatamente a su Italia natal. Pero como descubrimos en la segunda de las dos partes en que está dividido el film, en su casa la situación no es muy diferente: su mujer, la reina Maria Victoria está empezando a no quererle tanto. Su visita no es más que la crónica silenciosa de la evaporación del amor. Pero a esta amalgama de problemas hay que sumar un par de ellos más. Por una parte, vivir la angustia de que nunca podrá amar a la única persona que lo ama: un criado que, ante la imposibilidad de calmar su deseo y sed sexual por el monarca, acabará follándose un melón, en una escena con claras reminiscencias de El sabor de la sandia de Tsai Ming-liang. Por otra, el deseo hacia cocinera que Amadeo debe contener para seguir siendo fiel a su esposa, pese a todo.
Stella Cadente está construida por un sin fin de referencias cinéfilas y culturales. Pero es, sin ningún tipo de duda, el cine del citado Tsai Ming-liang la más reconocible y sobre la que merece la pena detenerse. Al igual que en la obra del taiwanes, aquí el amor insatisfecho está lleno de sueños, anhelos y deseos que nunca podrán llegar a cumplirse. Esto solamente podrán narrarse a través del género musical, que aparece para conseguir romper la tensión y el tono de la película. Miñarro nos regala dos números sustentados en temas sesenteros parar modular la película de una manera muy similar a la Maria Antonieta (2006) que firmó Sofia Coppola.
Llegados a este punto podría parecer que Stella Candente no fuera más que un ejercicio cinéfilo puramente naíf: nada más lejos de la realidad. Los flujos de (no) amor y deseo que tensionan al monarca, que por momentos no es más que una figura ensimismada consigo mismo, sintomatizan perfectamente esa agonía contemporánea del Eros que tan bien ha definido el filosofo Byun-Chul Han. «Sin amor es imposible interrumpir la perspectiva del uno y hacer surgir el mundo desde la perspectiva desde el punto de vista del otro, de la diferencia». No parece casualidad, por tanto, que Stella Candente esté casi totalmente articulada desde el punto de vista de la figura del monarca. No hay nada afuera de él, solo el ruido que lo rodea. Este casi solamente se deshace cuando se produce una variación del punto de vista hacia el de aquellos que entran en la orbita de “su amor” no correspondido y que no podrá corresponder.
Es evidente que el amo” viene animando la escena política desde Mayo de 68. Y que este amor podría tomarse como eje para una lectura política de la actualidad a través de la película. No obstante, Stella Candente presenta un panorama histórico que guarda más de un paralelismo con nuestro tiempo y que podría analizarse, además, como una alegoría de la “situación” Española y Catalana del momento. Sin embargo, me parece más enriquecedor ir un poco mas allá de la critica a la paupérrima realidad política que sufrimos todos los días, o al inamovible provincianismo en el que permanece instalada cada región (sin excepción) del estado Español, para tratar de entender la potencia del amor que emana de la película como una figura positivizada en forma sexualidad sometida al rendimiento: cuanto más follas, más vales dentro de una corte que parece vivir en una continua fiesta. Esta mutación del amor, este enmascaramiento es precisamente lo que regula nuestra mera vida. Si el sexo es rendimiento, entonces la sensualidad es un capital que hay que aumentar, y el cuerpo, con su valor de exposición, equivale a poco más que una mercancía. De esta manera, como apunta Han: «El otro es sexualizado como objeto excitante. No se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede consumir.»
Efectivamente, el otro se percibe como un mero objeto sexual porque se ha cerrado toda posibilidad a que el amor cree una “distancia originaria” de donde debería nacer el “principio del ser humano” y con ella la posibilidad de la alteridad. Entonces, no existe otra razón por la que, hoy, los momentos que mantenemos con las personas con las que nos relacionamos y las películas que contemplamos, sean lo más parecido a una estrella fugaz.