Hace unos meses, días antes y después de la emisión del primer capítulo de True Detective (íd.; 2014-?. HBO), una pregunta flotaba en el ambiente como un cadáver en las marismas de Luisiana: ¿Quién demonios es Nic Pizzolatto? Un tipo sin más currículum televisivo que el guión de un par de capítulos de The Killing (íd.; Veena Sud, 2011 —?. AMC) era el elegido por HBO como showrunner y guionista único de su estreno más emblemático del año. Inmersos como estamos en una época marcada por la vuelta de renombrados directores de cine a la televisión, un mundo cerrado en el que sólo tienen una oportunidad aquellos que pueden atestiguar años y años de experiencia, la irrupción en el panorama de un joven profesor universitario de literatura y escritor en ciernes era, cuando menos, sorprendente. Y, atendiendo a la calidad del material exhibido en la primera temporada y a la expectación provocada tras su final, Pizzolatto está aquí para quedarse.
Uno de los aspectos más característicos de True Detective es su ambientación y localizaciones: los bosques, pantanos, refinerías, terrenos baldíos y pequeñas ciudades de Luisiana, ese lugar «lejos de cualquier camino» al que se refiere The Handsome Family en la canción de la secuencia de créditos de la serie. Y si hay algo que Pizzolatto conoce de primera mano es esa tierra, en la que nació y se crió. Nueva Orleans, aunque sea su ciudad natal, queda lejos: aquí los protagonistas son la oscura y voraz naturaleza, los rednecks y la white trash que habitan en las grandes extensiones de terreno del oeste del Estado, cerca de la frontera con Texas. Es el lugar de singular pregnancia y significado en el que se desarrolla el grueso de las narraciones de Pizzolatto, que se mira en el espejo de John Lee Burke y su sheriff Dave Robicheaux —el Tommy Lee Jones de En el centro de la tormenta (In the Electric Mist; Bertrand Tavernier, 2009)— para profundizar en un terreno noir desesperanzado y de aspiraciones filosóficas.
Galveston (2010), la primera y única novela escrita por Pizzolatto hasta el momento, puede entenderse como un paso previo a True Detective en cuanto a ambiciones narrativas y creación de personajes. Roy Cady es un Rust Cohle al otro lado de la ley, un matón a sueldo enfermo de cáncer pero sin el suficiente valor como para quitarse la vida. No hay caso a resolver, ni misterio a desentrañar más allá de los engranajes que mueven a un perdedor nato cuyo destino se cruza con el de Rocky, una joven prostituta que no es más que otra alma descarriada sin posible redención. Una frase define a Roy, ex alcohólico como Cohle, menos dado a las disquisiciones nihilistas pero igualmente derrotado ante la vida: «No necesito un plan, sólo movimiento. Como el asesino más puro, ya estaba muerto».
Roy y Rocky emprenden una fuga con destino incierto y los días contados, después de un estallido de violencia que hace salpicar sangre desde las mismas páginas de la novela. A partir de ahí es constante el sentimiento de pérdida, de no tener nada en este mundo a lo que agarrarse, y la sensación de que el pasado siempre está ahí, acechando, colgado al cuello de ambos como una pesada losa capaz de sepultarlos en cualquier momento. Leyendo Galveston resuenan en la memoria los diálogos y secuencias más relevantes de Retorno al pasado (Out of the Past; Jacques Tourneur, 1947), salvando las distancias, una referencia insoslayable para Pizzolatto. El escritor parece especialmente conmovido por los personajes que habitan sus historias, y en sus descripciones, incluso en las de carácteres despreciables como el mafioso Stan Ptitko, se aprecia un humanismo capaz de comprender las razones y debilidades de todos ellos, algo no tan usual como se supone. Los referentes literarios de Pizzolatto, también presentes en su irregular libro de relatos From Here to the Yellow Sea (2006), son William Faulkner, Denis Johnson, Cormac McCarthy y James Ellroy. Aunque no pretenda revolucionar el género negro, sí que busca denodadamente un estilo propio, plagado de influencias pero con una voz característica, ese aliento metafísico que se encuentra en el trasfondo de sus historias.
Como Galveston, True Detective no es tanto una ficción criminal sobre el asesinato de Dora Lange como una exploración de la mente y los sentimientos de sus personajes. El interés de Pizzolatto está focalizado mucho más en ellos, en la manera en que afrontan la vida y se relacionan con sus iguales, que en ir desvelando las claves del misterio, por más que éste sea el pistoletazo de salida de la narración. El viaje de Hart y Cohle al corazón de las tinieblas (Carcosa, en este caso) revela todos sus miedos y flaquezas, pero también su obsesiva determinación por resolver el caso y desenmascarar a los culpables. Ellos son el leit motiv de la serie, marionetas en las manos de un demiurgo que, a pesar de quererlas, las expone constantemente a la muerte, el terror y la soledad. Según Pizzolatto, algunos de los monólogos de Cohle, «puedes verlos como Job llorando ante un Dios despiadado, o como un personaje atrapado en un show televisivo gritándole a la audiencia». En frases como esa, extraída de una entrevista con The Daily Beast, y en el propio contenido de los monólogos de Rust Cohle, se puede rastrear la intención del guionista de ir más allá de la superficie y plantear múltiples capas de significado a lo largo y ancho del relato.
Y así es como el frustrado profesor de literatura, que quería ser dibujante de cómics y tuvo que ganarse la vida como camarero para pagarse la carrera, ha acabado creando el estreno más potente y creativamente ambicioso de la HBO en años, capaz de convertirse en uno de sus buques insignia. El acabado final de la serie habla mucho y muy bien del talento de Pizzolatto no sólo como escritor, sino también como showrunner. Para ello ha contado con otros talentos no menos importantes, los de Cary Fukunaga, Matthew McConaughey y Woody Harrelson principalmente, pero si hay algo que define True Detective son las altas aspiraciones de su creador, capaz de escribir de su puño y letra, sin necesidad de ninguna writer’s room, diez capítulos que están entre lo mejor de la cosecha televisiva reciente. Ahora el problema que se le plantea es tan complejo como desafiante, y la pregunta que flota en el ambiente como un cadáver en las marismas de Luisiana es otra: ¿Conseguirá estar a la altura en la segunda temporada?