Pistas falsas sobre las pistas falsas
La vida es un spoiler pero no se nos avisa de cuando lo ponen. Normalmente estamos mirando a otro lado o cerrando los ojos en otro sitio. Andamos investigando nuestra muerte, nos sentamos para dejar de andar, miramos en Facebook o por la ventana (que según el barrio en el que estés puede ser lo mismo), saludamos a quien creemos que le gustamos, también a quien cavaría nuestra tumba con sus manos. Equivocamos los términos, ser saludable es otra cosa. Abrimos los ojos muy fuerte para no ver el spoiler ese que ponen aunque no nos avisen. Estamos al final del capítulo tres, no hemos llegado ni a la mitad de nuestra vida (eso creemos siempre) y si no crees en la reencarnación ni en el mercachifle de nuestro representante no habrá segunda temporada. Ni tercera, ni remake.
Pero es difícil no creer en todas esas mierdas cuando sabes que te vas a morir y ya. Incluso Rust Cohle, al final de la temporada, da su brazo roto a torcer y reniega de su hiriente existencialismo para dejar una puerta abierta a la negación de la evidencia y la verdad. Eso hizo que casi todos los ateos que nos enganchamos a la serie, entre otras cosas, por la amarga militancia de Cohle en las filas de los realistas, le bajáramos un punto en FilmAffinity y en nuestros corazones. Pero aún estamos en el tercer episodio y no estamos muy descontentos, porque la novia de un amigo nos ha presentado a una amiga que no está mal, y ya sabéis que follar es lo contrario a la muerte. No la vida, sino amagarse por primera vez con alguien. Rust no se amaga porque se amarga, y porque para él la vida es un camino de espinas sin rosas ni lenguados desde que su hija murió para siempre en extrañas circunstancias. Como todos los que mueren en la precuela de las cosas.
Sucede pasado solo 158 minutos después de que todos descubrieran a The Handsome Family por primera vez. 158 minutos desde que nuestra nueva vida diera comienzo. Es un momento mágico, porque es la primera vez que yo pensé en The Wire (íd.; 2002-2008. HBO) en toda la serie (yo siempre pienso en The Wire) y es por lo que la utilización del plano general me quiere parecer, por su leve picado, sus espacios abiertos, su naturaleza muerta cotidiana. Es el momento exacto en el que David Simon y Breaking Bad (íd.; 2008-2013. AMC) se encuentran en una especie de colegio abandonado donde la hierba crece determinada como si desconociera la obra de Rohmer. Cuando el encuadre es el preciso, la cámara comienza a deslizarse en un suave travelling que parece intentar imitar el extraño modo de caminar de Rust. Es como un campo pero él entra por una puerta. La cámara le sigue desde detrás de la valla y se encuentra con un cartel enorme que hace desaparecer de nuestra vista por unos segundos al detective que anda, y piensa raro, y que hace aparecer una leyenda bastante mítica.
«Escuela cerrada hasta nueva orden. Dios está trabajando» pone entre la metáfora y la ironía, como un «atención spoiler» para gente más leída. Rust se acerca a un tipo que está cortando el cesped o segando la hierba o algo de ese estilo primario, en un motocarro funcional y muy americano. El señor, que media vida después descubriremos que se llama Errol Childress, detiene la máquina y atiende a nuestro detective verdadero. Un árbitro de ajedrez que no existe le da al botoncito del reloj porque ambos contendientes tienen las manos ocupadas. Uno por la trayectoria vital de su inmunidad (¿inmundicia?) redneck y su pinta de personaje secundario gordinflas y bobalicón. El otro por las inevitables mecánicas, dinámicas y sinergias de su propia condición humana y filosófica. Nosotros no sabemos nada y por eso Fukunaga nos manda dos segundos al coche con Marty Hart, que está escuchando por la radio la voz de una policía joven con la que seguramente se amagaría si tuviera dos rones y una ocasión.
La chica informa sobre Reggie Ledoux, que, aunque tiene nombre de jugador blanco universitario anotador, es el antiguo novio de la nieta del señor mayor de la anterior escena, el que pescaba en un barco sobre aguas más sucias que turbulentas. El que años después, frente a los dos detectives afroamericanos, confesaría Marty que le recordaba a Rust por su falta total de creencias y asideros vitales. Como cuando al principio del episodio, en el minuto 117 de la vida o así, discutían en la puerta de una iglesia móvil sobre la necesidad del animal llamado hombre y mujer de engañarse con otras temporadas de su serie, mientras presenciaban el show espiritual del reverendo Theriot. Marty comienza a gritar y la conversación intrascendente entre Rust y el jardinero es interrumpida por la pista fundamental que les llevará a dar un rodeo de un montón de años. Un ratito antes y unos años después, Rust confesaba a los dos detectives del futuro que a él solo le bastaban 30 segundos para saber si alguien era el culpable en un interrogatorio. Las voces de Marty y la pista que hace que continúe la serie hicieron que la charleta con Errol durara solo 25 segundos.
Rust vuelve al coche mientras Marty piensa en voz alta «¿Hay alguien que pueda andar tan lento?». Marty le comunica el descubrimiento, deciden poner la sirena y cuando Hart arranca el coche podemos ver cómo Errol enciende el motocarro dentro de la valla. Están alegres porque tienen una pista que les separa de la verdad, que les libra del spoiler. Dos hombres que van a otra velocidad se alejan de un hombre que vive haciendo círculos detrás de una reja. A pesar de eso, tardarán casi media vida en atraparlo.