62 Festival de San Sebastián. Crónica 1

Hace sol y la mitad de la maleta se queda obsoleta de pronto, así como el que no quiere la causa. El bañador se mete pero es como meter condones. Que sí, que te gustaría usarlo, pero al final entre una cosa y otra te lo llevas de vuelta. La playa siempre coincide con una película que nos pone morenos o que nos apetece especialmente o que tenemos que ver porque luego te mueres y resulta que no la has visto y no la has puntuado en el Filmaffinity o el letterboxd. Y entonces nada tiene sentido ni dirección ni código postal. Por otra parte, es un placer ir a un festival de verdad, donde el respeto por los demás es norma establecida y donde la organización es tan profesional como eficiente. Nosotros lo agradecemos y nos ponemos a lo que nos gusta, que es ver pelis como si no hubiera pasado mañana. Aquí las que vimos anteayer (citándonos a ciegas en un viejo hotel).

Autómata (Gabe Ibáñez, 2014). Sección Oficial

Gabe Ibáñez ha dirigido un montón de anuncios que a ti te gustan. Se le da bien lo de contar en imágenes, tiene pulso, swing y flow, pegada, fuerza e intención. En Hierro ya demostraba que tanto su puesta en escena como su tratamiento visual, CGI mediante, contenían ideas y trabajo, contundencia y poesía, esfuerzo e inspiración. Pero el resultado final se precipitaba por el mismo barranco por el que se descalabra Autómata: el de las buenas intenciones y la poca sustancia. Porque una palabra puede valer más que mil imágenes (aunque siempre nos hayan querido convencer de lo contrario) y para contar historias, no solo hay que despertar a la imaginación y hacer que ésta florezca, sino que es fundamental e impepinable convocar al sustrato intelectual y ancestral de los mecanismos internos de lo narrativo. Autómata es plana (como una televisión carísima del futuro) y mustia porque copia de muchos sitios, pero no pega en ninguna parte. Por el camino se pierde ese pegamento, lo que nos hace hombres y mujeres (y autómatas), el brillo de/en los ojos, el placer de que al final todo encaje o no, el milagro de que nos haga pensar y nos haga pensar en nosotros, nuestros seres queridos y en la licuadora que ya no usamos. Por ser un muestrario de postales perfectas pero frías, falla Autómata o falló nuestra educación cinematográfica sentimental e intelectual. Por ser una película robótica, previsible y a ratos involuntariamente cómica (el momento Griffith o la escena de la chocolatina) falla o fallamos todos (o la robot sexy al río). M.O.

Black Coal, Thin Ice

Black Coal, Thin Ice

Black Coal, Thin Ice (Bai ri yan huo; Diao Yinan, 2013). Perlas

La crítica cinematográfica oficial, y la que quiere ser oficial, son un coñazo tremendo. En algún lugar leyeron (o le contaron, porque leer está demodé) que la función de su trabajo, que el cometido de su misión (¿os habéis fijado en que esas dos palabras juntas son una que lo explica todo?) es evangelizar, convertir, curar, predicar a todo aquel que no ve la luz con la misma claridad que ellos. En Berlín a Diao Yinan se le ocurrió ganar con esta propuesta por encima de la mejor película de la historia de la humanidad de este año y eso es imperdonable ad vitam aeternam. Y eso que la película que nos ocupa es un brillante thriller erótico sin tetas, pitos, ni tetes, oscurito y sandunguero, poderoso, al que no le tiembla el timón ni en sus derivas narrativas, ni en sus recesos conceptuales. Una odisea nocturna o gris con una elipsis hábil y precisa que dura cinco años (sin rodarlos) y que nos dibuja el itinerario sorprendente de un policía fracasado que se va alejando del arquetipo, al mismo tiempo que la trama y el amor se complican y fortalecen. La toma de decisiones a veces es discutible y su ritmo se empeña en deslizarse por las propias dudas del director y sus personajes, pero al fin y al cabo son decisiones propias, algo que a veces es impropio en el cine. Como bailar sólo y exclusivamente como te pide el cuerpo y no el protocolo, o intentar acabar con el mundo, armado hasta los dientes, utilizando fuegos artificiales. M.O.

Silent Heart (Bille August, 2014). Sección Oficial

Un tipo como Bille August, con la experiencia que tiene a sus espaldas, debería tener las cosas más claras a la hora de contar una historia. Encerrar a una familia un fin de semana en el campo porque la abuela se quiere despedir de hijos y nietos ante su inminente suicidio, aprobado por todos, de cara a evitar el sufrimiento de una enfermedad degenerativa aún en fase inicial, podría convertirse en un drama profundo y desgarrador, pero sabiendo que existen ya películas como Gritos y susurros o Sonata de otoño, es fácil comprender que quizá el danés pensó que no sería tan buena idea. También se debió plantear inclinarse por una comedia, a mi entender muy negra para que funcionase, pero el director de La casa de los espíritus tampoco se atreve a cargar las tintas en ese sentido. Y al final se queda a medias en todo. Por mi parte, no logro empatizar con ninguno de los personajes a pesar de unas interpretaciones convincentes, pues el problema se encuentra en un guion repleto de lugares comunes, que intenta extraernos las sonrisas con secuencias como la de la familia al completo, comandada por el novio de la hija pequeña, ¡fumándose un porro!. Pero lo más probable es que sea yo el que no me entero de nada porque el público se carcajeaba, ligeramente escandalizado, con esa y otras secuencias del mismo corte y al final he visto bastantes lágrimas, y aplausos y ovación de algunos minutos a director y reparto, que estaban allí de cuerpo presente. S.V.

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The Drop

The Drop (Michaël R. Roskam, 2014) Sección Oficial

La asociación entre el escritor Dennis Lehane y el director Michaël R. Roskam nos ha dejado casi tan buen sabor de boca como la comida de anteayer en el Senra. Su título, The Drop, hace referencia a los sobres de dinero de la mafia que cambian de manos en distintos bares de los bajos fondos de Brooklyn, y en ella se mezclan asuntos familiares con falsas apariencias, delincuentes chechenos con policías chicanos, romances complicados con sombras del pasado, humor inteligente con violencia inevitable. James Gandolfini, con el laconismo que le caracterizaba y que dota de autoridad a cualquiera de sus personajes, es el dueño de un bar, que en realidad es de la mafia, capaz de cualquier cosa por recuperar su antiguo status de propietario. Eso es lo que desencadena los problemas. Noomi Rapace es una chica insegura que se enamoró del tipo equivocado, lo que traerá más problemas aún. Pero parece que Rob (Tom Hardy, que lo borda) hace caso al protagonista de la reciente Locke (Tom Hardy), cuando decía aquello de que sea cual sea el problema, puedes resolverlo. Solo ante el peligro en un magnífico y dilatado clímax final, que constituye prácticamente el último tercio de película, y en el que Roskam utiliza el montaje y la banda sonora con verdadera brillantez manufacturando un suspense de los que cortan la respiración, nos acerca al lado oscuro de las cosas. S.V.

Enviados especiales

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