«La decepción mata, el rechazo solo te mutila.»
La verdad sobre perros y gatos (The Truth About Cats&Dogs, Michael Lehman, 1996)
El cineasta tranquilo. La trama paciente. El cazador cazado
Planos impecables, encuadres que hipnotizan, diálogos que potencian las ya de por sí envidiables interpretaciones individuales, y un argumento bien llevado para no aturullar a un espectador que no necesita de mucha acción, ni de múltiples personajes, para disfrutar de una interesante trama de espías. Esto es la última película de Anton Corbijn.
Pero a muchos no les atraerá la adaptación de Corbijn. Dirán que le falta acción. Que es un filme demasiado estudiado como para permitir al espectador simpatizar ni aun someramente con sus protagonistas. Que no permite adentrarse en la trama porque se nos obliga a quedarnos mirándola desde el margen, a contemplar ensimismados las imágenes como si de un cuadro se tratase, perdiendo la tensión, y eliminando la gracia que teóricamente tiene el género porque no da margen a la duda, o a la interpretación, casi coaccionándonos a seguir la pauta marcada de forma tan evidente. Si es que incluso las escenas cámara en mano, únicos momentos de máxima acción y limitadas a las escenas clave del filme, parecen seguir un lento y cronometrado compás…
Sí, sí, pero…¡y qué compás! Desde el primer encuadre, ese mar portuario, y sus sincronizadas ondulaciones que ya nos alertan de que algo está pasando. Conseguir mantener el interés, la tensión, la intriga, sin un ápice de acción, de persecuciones de coches de esas que tanto gustan, ni nada por el estilo… Cinematografía pura acompañada de un guion ligero, pero intenso (no hay más que dejarse llevar y deleitarse en las conversaciones entre Günther Bachmann -interpretado, magistralmente como siempre, por el norteamericano Philip Seymour Hoffmann– y Martha Sullivan -impecable también Robin Wright).
Quizá una buena definición para el director y su cine sea, aunque pueda parecer precipitada tal afirmación, que “está continuamente buscando la perfección, creando algo muy sencillo a partir de un material de lo más complicado”. De esta forma, con solo tres películas en su haber, la evolución es innegable: en Control (Íd., 2007), que se nos antoja le sirvió para adentrarse en la industria sin salir de su zona de confort (inevitablemente la película parece uno de los cuidados videoclips que el director rueda para Depeche Mode, en largo), convertía la muerte de Ian Curtis -elemento de atención principal en todo el filme- también en un homenaje a la música del grupo. Tras El Americano (The American, 2010), donde conseguía que empatizásemos con el paciente asesino a sueldo a base de mostrarle lo más humano posible, nos llega esta El hombre más buscado, en la que, de nuevo, se centra en un único personaje principal. Ahora, en un espía del Gobierno muy alejado del prototipo Bourne de Robert Ludlum o el famoso 007 de Ian Fleming -muy al contrario, parece más el afable vecino del quinto-, y, también de nuevo, atormentado por sus acciones del pasado y consecuencias (aunque cada uno de ellos de una forma completamente distinta), para rodearle de un elenco de colaboradores, amigos y enemigos, que ayuden al espectador a acompañar al personaje hacia su melancólica desgracia. Mimándole, sintiéndole. Respetándole.
El hombre más buscado, entonces, quiere explicar el destino del que es honesto, del que pretende ayudar a los demás sin conseguir gran cosa a cambio, pero que, como cualquier otro, debe saber jugar sus cartas. Si Control le servía a Corbijn para hablar de la necesidad de sobrevivir al propio tormento, y El Americano de la de dejar atrás el pasado, El hombre más buscado ahonda en las consecuencias de engañar, y ser engañado. Y qué mejor forma que de la mano de un espía creado por John le Carré, uno de los novelistas más reconocidos del género, especializado en tramas relacionadas con la Guerra Fría y, por tanto, potenciando la tensión versus la acción. Un caramelo para Corbijn, por supuesto, para perfeccionar el estilo propio que ya va consolidando.
Así, conoceremos al alemán Günther, degradado a trabajar en Hamburgo tras una misión teóricamente mal gestionada. Su historia la conoceremos a través precisamente del hombre más buscado al que hace alusión el filme, Issa Karpov, un joven que podría ser un terrorista islámico o un simple ciudadano idealista que escapa de la tortura en Rusia. De esta forma, el director no renuncia a explotar al personaje principal, algo en lo que ya parece experto (no en vano inicia y finaliza el filme con primeros planos de su persona), pero no obvia la trama a tres bandas de la novela: refugiado y abogada, inteligencia alemana, inteligencia americana. Intereses, ideales y corrupción se reúnen alrededor de Günther, que deberá actuar en consecuencia.
Y es aquí cuando encontramos el reto autoimpuesto de Corbijn: el argumento ya no es secundario para él, ya no es la excusa para hablar de sus personajes. Ahora se interesa en poner sobre la mesa un tema candente, aprovechando que en mente de todos persisten recientes escándalos (las escuchas del Gobierno de Obama a Merkel, sin ir más lejos), situando el género en primera línea y haciendo que El hombre más buscado sea la clásica película de espías ideal para ser desarrollada en pleno siglo XXI, recordándonos que todo esto no es cosa del pasado… Así que el director selecciona el relato de Le Carré para desmenuzar, muy sutilmente, las verdaderas motivaciones de cada país, que en su supuesta lucha contra el terrorismo, pasando por encima de acuerdos, integridad y moralidad, acaban priorizando el desarrollo individual frente a la seguridad mundial (con alusión muy directa a esto en el filme).
Por supuesto, y como es de esperar, esta denuncia no es, ni mucho menos, directa. Corbijn presentará su idea jugando con nosotros, espectadores, a través de un símbolo, tan escondido que está al alcance de todos: la transformación de Issa.
Issa, perseguido por tres países a la vez, debe pasar desapercibido. Y qué mejor forma que cambiando su aspecto físico. Pero, ¡ah! lo que hace es únicamente recortar su barba. Nada más. Interesante elección: hasta el momento, la barba hacía que nosotros mismos estuviésemos en contra del hombre, irracionalmente, siguiendo los inconscientes instintos de supervivencia que se nos ha obligado a sentir tras años de campaña negativa hacia cualquier miembro de la sociedad islámica. De esta forma, Issa genera únicamente desconfianza en nosotros, y esa mitad árabe que confiesa en su presentación (su madre es chechena) es la que le otorga rápidamente la etiqueta de “culpable”. Pero tras la transformación, al salir del baño, nos encontramos ante la cara de un guapo occidental. Su mitad rusa aparece ante nuestros ojos, y al igual que la joven e idealista abogada (una inexpresiva Rachel McAdams, en su línea), nos convertimos en sus defensores: unos simples rasgos físicos, y ya nos ponemos del lado del “inocente”. Así es como nos hace pensar Corbijn: lo que antes parecía un comportamiento arisco se convierte ahora en timidez, y lo que era temor del espectador, se convierte en ternura. De esta manera Issa se convierte en un monigote al servicio de los distintos Gobiernos, de ahí que podamos verle desde los dos puntos de vista, terrorista e inocente benefactor, pero también en el títere del director para reírse de nuestros prejuicios.
Los americanos seguirán viendo en él una amenaza (no en vano las tensiones entre ideales de los países a los dos lados del Globo estuvieron latentes -y arrastraron a casi todo el Planeta- durante más de cuarenta años), pero los europeos se verán inmersos en la duda, eso sí, más a nivel personal que profesional. No obstante, sin cerrar la crítica a los americanos, el director explota también el hecho de no hacer recaer en ellos toda la culpa: la alianza Europa-América (al margen del equipo de Günther) será la denuncia del director y autor de la novela para demostrar que, por un lado, el viejo continente sigue a las órdenes del nuevo y, por otro, que en ninguno de los dos lados, lamentablemente, encontraremos trigo limpio.
La película funciona, tanto para amantes del género como para profanos. Y lo hace porque el director sigue la misma premisa que en sus dos anteriores films: pausa, entendimiento, y perfección. De esta forma, evita complicar la adaptación de la novela de Le Carré proporcionando los nombres y datos justos para que sigamos sin problemas la evolución de la trama (algo que, muchas veces, puede llegar a ser un auténtico suplicio para el espectador), acercándose mucho más al estilo -sin duda propiciado por las líneas del novelista- de incursiones como la reciente El topo (Tinker Tailor Soldier Spy, Tomas Alfredson, 2011) o El sastre de Panamá (The Tailor of Panama, John Boorman, 2001), también muy diferentes a las películas héroe-espía del tipo citado inicialmente, pero desmarcándose igualmente, y también, de ellas, haciéndola brillar con luz propia… .
Con todo esto, no hay más que decir que nuestra propuesta es que se deguste la oferta de Corbijn, sin prisas, sin esperar sobresaltos. Sencillamente, disfrutando del momento, a cada momento. Y El hombre más buscado se convierte en toda una racional y sobria sorpresa.