Sobre la marcha

Retornos a la Naturaleza

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Como los habitantes de Bathtub, con Hushpuppy a la cabeza, que pretendían continuar viviendo en una tierra salvaje (Bestias del sur salvaje [Beasts of southern wild, B. Zeitlin,2012] ). Como los niños que, al inicio de Mud (Íd., J. Nichols, 2012), imitando a Tom Sawyer y Huck Finn, pretenden habitar una barca colgada de los árboles. Como los adolescentes fugados y escondidos en el bosque de Los reyes del verano (The kings of summer, J. Vogt-Roberts, 2013). Como todos ellos, Josep Pijiulà, alias Garrell, huye de la sociedad, de lo establecido, para crear su mundo, su refugio, de fantasía. Sobre la marcha es una obra sobre Garrell pero también es una obra sobre cómo los sueños pueden hacerse realidad, sobre como un deseo, una obsesión, puede superar los obstáculos.

En El diamante blanco (The White diamond, W. Herzog, 2004) contemplaba, con un interés relativo, cómo un chiflado quería poner en el aire un gran dirigible de diseño innovador. En lugar de llevar a cabo tal experiencia en tierra segura, lo hacía elevándole sobre un abismo, junto a una catarata. Jordi Morató lleva a cabo una observación similar, aunque en este caso su mirada está concentrada, absorta, clavada en el personaje al que sigue su película. Durante 45 años Garrell construyó, con sus propias manos y escasas herramientas, un auténtico poblado hecho de maderas, cañas y barro en un rincón frondoso tan próximo a una autopista como lo está la cabaña de Los reyes del verano. Garrell, de quien no conocemos su origen, entorno laboral o personal, ha elaborado con paciencia torres, cabañas y laberintos. Si el uso de found footage, los videos filmados por el propio Timothy Treadwell, permitió en Grizzly man (Íd., W. Herzog, 2005) la elaboración de una cinta brillante, Morató utiliza en la mayor parte del metraje material rodado por un joven amigo de Garrell. Aleix documentó durante varios veranos, en su época de vacaciones, la construcción y reconstrucción de la obra magna del peculiar personaje y llegó a rodar en video casero, a instancias de Garrell y con él como protagonista, diversas cintas de aventuras sobre Tarzán. Morató, a diferencia de Herzog, evita comentarios sobre el personaje, se muestra neutro y respetuoso e, incluso, en la parte final de la película permite que Garrell aparezca no como un lunático sino como un buen salvaje que ha hecho de la búsqueda de la Naturaleza su motor vital. Las segundas lecturas e interpretaciones se dejan para el espectador.

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Concentrado pues en las imágenes recogidas por un fan, veremos, por una parte, las construcciones, erigidas y destruidas una y otra vez. Morató se pone de lado de Garrell y le sigue en su odisea que le lleva de ras de suelo a las copas de los árboles, de allí al lecho de los ríos y, más adelante, a las profundidades de la tierra. Asumiendo que su sino es seguir elaborando torres y laberintos, Garrell construye, destruye tras los ataques de gamberros que estropean cabañas, torres y pasadizos, vuelve a construir, a destruir cuando la carretera arrasa parte de su territorio o cuando la ley le obliga, y vuelve a construir, incansablemente… Morató complementa el material previo con un nuevo rodaje en el que vemos a un anciano Garrell que, perseverante, construye su tumba tallada en roca (en un pasadizo de 20 metros), canales que desvían el curso de un arroyo o nuevos laberintos.

Pero, por otro lado, buena parte de Sobre la marcha se basa en las aventuras de Tarzán rodadas por Aleix con Garrell como peculiar hombre de la selva. Un Tarzán que habla, huye, acecha y pone burlonas trampas al “hombre blanco civilizado”. Un Garrell que corre en taparrabos, descalzo, por bosques, rocas y tronos, que cruza arroyos, se embadurna de barro, trepa árboles de diez metros y se lanza, aullando como Tarzán, a un lago. Tarzán 3, El hijo de Tarzán o Los dos últimos de la tribu son piezas que ponen el punto irónico, involuntario tal vez, a las declaraciones serenas que Garrell hace cuando habla de sus animales, sus construcciones y su laberinto. Garrell deja totalmente de ser el alter ego de Josep Puijulà para ser el alter ego de Tarzán, reivindicando así no solo la creación de un hábitat, un espacio tan emocional como físico que él planteaba abierto a niños y adultos para su disfrute, sino el retorno a la Naturaleza de la que autopistas y torres eléctricas nos van alejando. Aunque tal vez hubiéramos deseado una mínima contextualización del origen y entorno de Garrell, Jordi Morató, de modo harto decidido, centra toda la obra en el ámbito del bosque, evitando cualquier plano fuera del mismo. Solo nos presenta el material del que están hechos los sueños.