La imposibilidad de viajar en el tiempo
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Conocí o más bien saludé a Ángel Santos, antiguo colaborador de esta revista, en la última edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Me había gustado su película, que se presentó en el certamen y ganó el premio Las Nuevas Olas. Una noche, entre copa y copa, Sergio Vargas me propuso escribir una crítica de Las altas presiones para Miradas, aprovechando la proyección del filme, en diciembre, en el Festival Márgenes, que celebra este año su cuarta edición. Acepté el encargo, pero he creído conveniente puntualizar esto, para que nadie pueda llevarse la falsa impresión de que le estamos haciendo un favor a uno de los cineastas de la casa.
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Le pedí a Ángel un enlace para poder volver a ver su película, ya que me había quedado dormido durante unos minutos al inicio de la misma, despertando justo a tiempo para no perderme un bello travelling circular que da dos vueltas completas a la sala en la que está tocando el grupo de rock psicodélico Unicornibot, en el Liceo Mutante de Pontevedra, ciudad donde transcurre parte de la historia. El segundo visionado de Las altas presiones me permitió participar de una reunión que se me había escapado la primera vez: hablo de los Miércoles Suicidas que tienen lugar en el piso donde se está alojando Miguel, el protagonista de la película, durante su estancia en Galicia. La primera vez no había entendido bien de donde sale el personaje de Alicia (Itsaso Arana). Y tampoco había podido ver que, antes del concierto de Unicornibot, en el piso tiene lugar otro fogonazo musical, mostrado esta vez en un travelling más corto, que termina con Miguel recluyéndose discretamente en su habitación. Ahora mismo, sin embargo, me da algo de rabia haber tenido que volver a ver la película. Más que rabia, me ocurre que no tengo claro si el verla de nuevo en tan poco tiempo ha podido contribuir a enturbiar o confundir mis sensaciones primerizas, las que me hicieron decidir, en Sevilla, que me gustaba el filme. Que me sigue gustando, pero esta vez me he obligado a mirarlo con los ojos de alguien que sabe que tiene que escribir una crítica sobre él.
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Así que me apresuraré a contar por qué me interesó la película cuando la vi en el SEFF. Conozco a unas cuantas personas que pasan o han pasado por situaciones parecidas a la de Miguel en Las altas presiones, que incluso suscribirían prácticamente en la totalidad sus palabras durante la conversación que mantiene con su amiga Mónica (Marta Pazos), filmada también en una sola toma, que en algún momento se detiene o desvía ligeramente, pero que esencialmente es una vuelta alrededor de la casa de los abuelos de Hugo (Hugo Torres). Una vuelta que empieza y termina más o menos en el mismo lugar. Otra circunferencia: esta, desdibujada, como sus vidas. La representación de títeres que tendrá lugar poco después también empieza y termina con un hombre quedándose solo. Trabajos de una semana y relaciones que agonizan. La otra noche le confiaba a un buen amigo la extrañeza que es inevitable sentir ante ese caprichoso proceso según el cuál conoces a una persona a la que eventualmente llegarás a besar, y a abrazar en las horas más recónditas de la noche, con la que compartirás un fragmento de tu vida hasta que un día se suelta un engranaje, o alguien en una habitación sin puertas pulsa un botón, y todo eso comienza a desaparecer. Tú y esa personas os veis obligados incluso a reescribir vuestra forma de trataros como si vuestra relación fuera una película que visteis mucho tiempo atrás y de la que ya casi nadie se acuerda. Pienso en el mundo desapareciendo, llevándoselo todo, en Encuentros con la pareja maravilla, quizá mi relato favorito de Pablo Vázquez. Pienso en el amigo del que os hablaba antes, tras hacerle yo esta exposición sobre el misterio de sentir algo y dejar de sentirlo, diciéndome: “A mí eso me parece muy triste”. Pero pienso también que tanto la felicidad como la apatía o el desgarro son estados mentales y, como tales, absolutamente permeables: a veces, puede bastar con zambullirse sin pensarlo en el agua fría del Atlántico o con tocar, como quien no quiere la cosa, la mano de alguien. Las altas presiones trata sobre alguien que atraviesa un estado mental, y que se interroga sobre el lugar al que tiene que ir o la acción determinada que tiene que hacer para intentar cambiarlo. Volver a caminar por la ciudad en la que creciste, hablar con un viejo amigo, dar un beso a destiempo, descubrirte mirando el agua pero decidir que no, que la solución tiene que estar en otra parte.
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Parecería que la forma de esta película fuera el círculo, un círculo que, aún agrietado e informe, se va cerrando sobre el protagonista. O puede ser que él lo perciba así. Pero el desplazamiento en el plano que abre el filme me lo hace ver de otra manera: lo primero que vemos es una carretera, pasan los coches, pero la cámara se desplaza hacia la derecha, desviándose de la carretera, del camino, e internándose en el edificio abandonado que Miguel visita en busca de localizaciones para esa película que no sabe ni de qué va. Las altas presiones podría ser también un relato sobre alguien que se ha perdido y no encuentra su sitio en los relatos de su presente, en las formas geométricas que se disponen a su alrededor. Le encontramos, nada más empezar la película, a un lado de la carretera. En Portugal, cuando empieza a sonar un fado y la pareja que muere y la que podría nacer empiezan a bailar, él se queda sentado, vencido en el sofá, fuera de la ecuación. De vuelta en Pontevedra, llegará a intuirse la posibilidad de un triángulo raro del que Miguel no querrá saber nada. Tan sólo durante el directo de Unicornibot le veremos, durante un instante, presa de la energía que inunda la habitación, energía de la que hablaba el mismo Ángel Santos en la entrevista que le hicieron mis compañeros. En el plano final, se configura una forma geométrica, entonces muy sencilla, tan sencilla como dos puntos tocándose en el espacio. Un espacio, el de los hospitales, que por regla general suele ser aséptico e inquietante.
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La primera vez que vi Las altas presiones me cogió desprevenido, en el ya citado plano final, el sueño sobre viajes en el tiempo del que hablan Miguel y Alicia. Pensé que igual se hablaba de dicho sueño en la parte de la película que yo me había perdido por estar, precisamente, durmiendo, perdido en alguna ensoñación. Tras el segundo visionado, constato que no, que no se habla de viajes en el tiempo más que en ese último plano. Aunque, bien pensado, esta también es, sobre todo, una película sobre la imposibilidad de viajar atrás en el tiempo y arreglar las cosas, como intentan hacer los protagonistas de algunos relatos de ciencia-ficción.