The Leftovers. Ausencia

Hasta que lo pierdes. Hasta que te encuentras

La ausencia presente

Lo que queda tras el desayuno es lo que nos alimenta el resto del día. Las migajas de lo que somos, el poso con fondo del café que nos conforma. Luego está el piloto automático, el comandante autómata, el salvoconducto condenatorio y el sobrecargo cortito de buena leche mala. Luego ya estamos nosotros que nos perdonamos como si importara, y la prensa y la radio que dibujarán una polla en nuestra esquela-obituario. Pero anteriormente todos estábamos juntos y vivíamos apiñados al calor de la hoguera que nos protegía de nuestros miedos y de los miedos de los otros animales. Los ciervos querían entrar en casa a tomarse un Jägermeister, los conejos se escondían en una madriguera dentro de su madriguera, los perros, que ya no son los que eran, enseñaban sus colmillos, que tampoco era lo que fueron, algún bestia robaba al niño Jesús que ya no estaba ni en la cuna, ni en la casa, ni en el barrio, ni en el mundo. La mula y el buey eran nuestros padres. Todos vivíamos desnudos en Mapleton.

El estilo es como un animal acechante que te espía y teme su propia capacidad para hacerse demasiado presente. Lindelof, Perrotta, Richter, no. Los tres se quitan del medio pero dejando barras de pan para que los encontremos y les invitemos a un bocadillo. Los tres hacen como se van el 14 de octubre para quedarse todo el año. Los dos están tan presentes como el marido de Nora, como Sam el niño que desaparece el primero en toda la serie, como la familia de Aimee. El amargo sentido del fantastique de Damon, el retorcido costumbrismo de Tom, el trascendente humanismo de Max, también se quedan. Siempre presente, todo el rato, desde la invisibilidad de la modestia o de la omnipresencia, del carácter transmitido o de la cuarta pared a la que golpea lloroso Justin Theroux en la carátula de la temporada. Poniendo un hilo conductor a la deriva del ser humano, a su dolor, a la pérdida de ese dolor.

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Irse

A veces es más fácil porque es un golpe que luego duele en frío solamente. O que no duele nada porque es un golpe que destruye nuestro sistema nervioso y no nos da tiempo para despedirnos (que muchas veces es lo que duele). Tal vez eso sea lo más duro. O lo menos. O tal vez no sea un golpe. Una caricia, un fundido a negro, un fade out musical. En The Leftovers es un motivo más para hacer política, para organizar una fiesta, para salir en la tele. Por eso comienzan a llamarlos “Héroes” e incluso celebran un día en su honor (en algún pueblo de Castilla La Mancha se hará un concurso de juegos florales que ganaré yo). Seguramente no les importa o no lo saben. Cuando te vas te sales de la película de tu vida y ya no vuelves a no ser que un guionista listo le quiera dar un giro de esos que venden humo. Lindelof ya no es así y por eso se abraza al espacio vacío argumental tanto como a la ausencia dramática de muchos de los protagonistas principales de la historia. Nadie se pierde, ya que todo es pérdida.

Por eso la profesora de los hijos de los Durst siente siempre la presencia de la mujer de su amante o del propio amante a la puerta de la escuela. Por eso no sabemos dónde iba ni que quería la señora que desaparece bajo el pene del agente Garvey, ni el chico con síndrome de down, ni el que se estrelló contra el coche de Matt y su esposa. No sabemos si el hijo de Gladys había escrito una carta a su madre antes de desaparecer en combate mientras esperaba aburrido en el campamento. No sabemos ni lo sabremos (ni querremos saberlo) porque no hay que explicarlo todo, porque lo peor es cuando se nos explica todo y entonces tenemos que reconocer que no sabemos (no hemos entendido, no nos importa) nada.

Quedarse

Aparentemente es más sencillo porque el hombre es un animal de costumbres que sabe adaptarse a las nuevas circunstancias de forma relativamente natural. Una polla. Lo difícil es saberse fuera de los demás. Perder a tu familia aunque fuiste uno de los pocos que no perdió a nadie. Quedarse y quedarse solo, que es lo malo de quedarse en algún sitio. A Garvey le pasa eso y se dedica a soñar cosas raras, disparar a perros y a desear una normalidad que tanto su padre loco como su mujer muda le niegan. A Matt le queda encontrar una explicación que busca en Dios, la misma que le hace intentar mantener a toda costa un lugar para rezar y reunirse y no estar en casa. El cadáver vivo de una esposa tetrapléjica tras el accidente es demasiado carnal para su ansia de espíritu. A Nora solo le queda sacar provecho de su desgracia, encontrar trabajo a costa de otros afectados, convertirse en un ícono de las víctimas del terrorismo invisible e ininteligible de aquel 14-O. Ser ponente, ser mártir, salir de la normalidad que era su vida cotidiana de madre, esposa, cornuda y parada. Ser y estar.

Tal vez por eso destacan tanto los dos capítulos (el 3 y el 6) que siguen a esos dos últimos personajes. A Matt en la búsqueda del dinero que le lleva directamente al pecado (juego, violencia, traición), al hospital y al fracaso. A la redención cadente de su ímpetu constante. A Nora a un congreso donde en su búsqueda de sí misma se encuentra con que la están suplantando y metiendo en líos, mientras ellas se mete en otro tipo de líos más mundanos. Acaba conociendo al fabricante de los muñecos que crearán la catarsis del último episodio y al timador que motiva el conflicto extraño de todos los demás: la ausencia del hijo pródigo, Tom, que es más bien hijastro y más prófugo que pródigo.

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La presencia ausente

El penúltimo capítulo explica algunas cosas pero no por qué motivo Los Culpables Remanentes no dejan de fumar. Ese efecto cómico de su acción (porque hace gracia) añade más matices a su rotunda corporeidad. Van de blanco, no hablan y fuman mientras te miran fijamente (lo mismo que mi abuelo, me decían de manera involuntariamente lúcida el otro día en clase). Su presencia nos habla de la ausencia de los demás, nos la traen a la cabeza, nos recuerdan todas esas cosas que no queremos olvidar y hemos olvidado queriendo. Nos la traen al corazón por empezar a traérnosla al pairo. Gladys, Patti, Laurie y Meg, con sus pintas de vecinas de comunidad, de amigas de vuestra madre, son las precursoras de todos los desastres, cada una a su manera. Lo femenino siento mucho más dolor ante lo humano.

Gladys por convertirse en una mártir dejándose ser lapidada para ponerse a la altura de cualquier profeta de cualquier religión de cualquier siglo de cualquier lugar. Patti por ser la líder determinada que hace y deshace y que en la cotidianidad anterior ya apuntaba maneras de visionaria con su desequilibrio y su instinto. Laurie por haber abandonado a toda su familia por perder el hijo que llevaba dentro (tal vez la mejor escena de toda la serie) mientras su marido se la metía a una desconocida. Meg por ser la nueva, la generación siguiente que no va a permitir que el blanco cegador del recuerdo se apague y se extinga. Que el tiempo y el dolor nos convierta en muñecos de nuestra cuitas. Sus presencias son garantía de humanidad, aunque sus actos parezcan lo más inhumano de la primera temporada.