The Affair

Vivir para recordar

La fachada de un edificio cumple diversas funciones. Además de ser el principal reclamo de la arquitectura, suele servir también como estructura, sujetando parte del peso de la construcción. Responde, por tanto, a un nivel estético y a otro puramente funcional. Aplicando esta definición a The Affair (íd., Sarah Treem y Hagai Levi, 2014-; Showtime) alabada por ciertas voces críticas como una de las series más destacadas de 2014 y premiada recientemente en los Globos de Oro, es una fachada hermosa, incluso original en su concepto, pero poco a poco, capítulo a capítulo, se va desmoronando, mostrándose incapaz de sustentar la estructura. Detrás de un gran planteamiento, dos personajes interesantes y un sugerente escenario, el guion zozobra a mitad de temporada y termina naufragando cuando convierte el febril encuentro entre dos amantes en un intrincado melodrama que provoca desinterés y cierta frustración.

Los primeros compases de la serie de los responsables de In Treatment (2008-2010; HBO) son deslumbrantes. Logran algo tan difícil como capturar en imágenes toda la complejidad del juego de seducción entre Noah y Alison, el profesor neoyorquino y la camarera de Montauk. Desde el primer momento, la primera mirada en el Lobster Roll, sus cuerpos se buscan, se encuentran y desencuentran en una espiral de deseo irrefrenable. Él ve en ella una posible huida de su vida familiar, una musa inspiradora y unos labios irresistibles; ella ve en él un resquicio por el que reengancharse a la vida, un hombre distinto a los que la rodean y una cierta belleza madura. La infidelidad de ambos con sus respectivas parejas se complementa con un misterioso crimen, una incógnita desvelada con cuentagotas. El pasado se pliega sobre el presente para mostrar cómo cada uno de los dos lidia con ese amor inesperado que está destinado a cambiar sus vidas para siempre.

La yuxtaposición de dos versiones distintas de los mismos hechos abre un gran abanico de posibilidades para el espectador, siempre a la busca del detalle distintivo, de la prueba clarificadora o el indicio de una mentira. El juego entre los puntos de vista conlleva desvíos, incoherencias y olvidos, implica revelar cómo se ve cada uno a sí mismo y cómo ve a los demás. Es un viaje en la memoria en el que los recuerdos de ambos se bifurcan, se cruzan y colisionan cerca del final. Sin embargo, a medida que éste se acerca, la fórmula se vuelve repetitiva, inconsistente y, en última instancia, tramposa. El recurso fácil y algo incongruente al tráfico de drogas empieza a tirar por tierra todo lo construido con anterioridad, y el hecho de que la primera temporada acabe en un cliffhanger de ese calibre es una muestra de deslealtad hacia su audiencia.

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Quien esto escribe se declara culpable en primer grado de haberse entusiasmado con los dos primeros capítulos de la serie, de esperar más de ella a cada momento, de exigirle, quizá, demasiado. Y culpable, también, como tantos analistas con sus objetos de estudio, de desear un desarrollo diferente de la trama, de preferir unos personajes sobre otros y sentir frustración cuando la narración se desvía hacia derroteros alejados de las expectativas propias. La absolución puede lograrse resaltando los aciertos y virtudes del conjunto, que no son pocos. Lo más destacable, aparte del interesante planteamiento original, es el ambiente de Montauk, con su faro de postal y sus acantilados de aguas embravecidas, sus turistas veraniegos y su comunidad enquistada en viejas rencillas. La investigación de Noah para su novela supone la excusa perfecta para deambular por el lugar que utilizó Max Frisch para titular una de sus libros más relevantes. En cierta medida, el Montauk de Frisch (Editorial Laetoli) es una recomendable lectura complementaria a The Affair, por cuanto el texto del escritor suizo narra desde un punto de vista autobiográfico una aventura de fin de semana con una amante más joven. Esa es la anécdota de partida, lo demás es una reflexión sobre el amor y el oficio de escritor, la fidelidad y la memoria, aliñada con descripciones puntuales de ese Montauk aparentemente idílico pero marcado por una punzante melancolía. Ahí estaba el camino abierto para The Affair: por un lado el bloqueo creativo de Noah y la relación con el ególatra de su suegro, y cómo ese verano en Montauk impregna su segunda novela; por otro, el sentimiento de pérdida de Alison, su enclaustramiento en una asfixiante cotidianeidad y su permanente huída de todo y de todos. Pero esa sería otra serie, una ficción paralela que, por desgracia, jamás veremos.  

El plano final de The Affair no augura nada bueno, aunque habrá que esperar a ver si la segunda temporada recupera el tono inicial. Sólo así podrá sobrevivir como serie televisiva de primer nivel, en un panorama en el que entró como un soplo de aire fresco y amenaza con convertirse en un rotundo fiasco. Dominic West y Ruth Wilson cumplen con creces su cometido, pero sus personajes, Noah Solloway y Alison Lockhart, merecían un destino más adecuado a su compleja historia de amor y sexo. La bella fachada de The Affair se resquebraja cuando se traiciona a sí misma, y no hay nada que podamos hacer para volver a vivir esa atmósfera del comienzo, salvo recordar.