El destino de Júpiter

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En la creación es útil el enciclopedismo. Cuando se tienen intereses muy abiertos, un amplio conocimiento de las cosas, las posibilidades de caer en gestos vacíos por pura repetición o en estructuras insípidas ya mil veces vistas se diluyen exponencialmente según avanza nuestra erudición: el saber nunca hace de menos, siempre suma. El problema llega cuando caemos en la trampa conceptual de creer que la sapiencia otorga por sí misma capacidad para transmitirla, para darle uso, cuando en realidad son dos cosas desconectadas entre sí; el conocimiento sólo remite a sí mismo, las herramientas conceptuales para utilizarlo siempre son ajenas a su esencia. Para ser sabio no basta sólo con conocer, sino también saber cómo aplicarlo.

Hasta el momento, los hermanos Wachowski habían salvado la papeleta no sin enfrentarse ante un público y una crítica que no siempre comprendían la lógica tras sus películas. Después del masivo éxito de Matrix (The Matrix, Andy Wachowski y Lana Wachowski, 1999), con la bula que ello implicaba para sus dos secuelas —ya que, dado el componente industrial de Hollywood, nadie iba a darles por perdidos porque se desinflaran en las secuelas: podían considerarse trabajos alimenticios—, se enfrentaron con dos estrepitosos fracasos de crítica y público, las excelentes Speed Racer (id., Andy Wachowski y Lana Wachowski, 2008) y El atlas de las nubes (Cloud Atlas, Tom Tykwer, Andy Wachowski y Lana Wachowski, 2012), que con el tiempo se han convertido en sendas películas de culto. No debería extrañar a nadie el fracaso en tanto los Wachowski no son directores próximos a los códigos estéticos del mainstream, por más que Matrix fuera un éxito. Desde su primera película, la olvidada Lazos ardientes (Bound, Andy Wachowski y Lana Wachowski, 1996), han demostrado una independencia envidiable a la hora de levantar proyectos a la contra de crítica, público e, incluso, el sentido común. Pero no siempre se puede jugar a la contra de todos.

En el caso de El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, Andy Wachowski y Lana Wachowski, 2015), una space opera de presupuesto desorbitado, los Wachowski han puesto el volumen al 11 para tocar un grandes éxitos del anime cyberpunk delante de un escéptico público occidental. El resultado, desastroso. La aventura nos sumerge en un rico universo lleno de matices, peinados extravagantes y trajes de fantasía en un guion renqueante que acumula falsos finales constantes, donde todo el peso recae sobre unos protagonistas —Channing Tatum como héroe, Mila Kunis como damisela en apuros— que no aportan nada salvo ser arrojados una y otra vez del punto geográfico del universo donde estén a otro donde les necesiten. Un exquisito paseo por el universo donde intuimos interesantes tramas políticas y mundos fascinantes que recorrer, pero que se queda en un deambular sin pies ni cabeza por una serie de set pieces desafortunadas donde el presupuesto no perdona, sino que agrava, la cantidad de problemas del deficiente CGI o sus escenas de acción confusas y alargas de forma innecesaria.

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El problema de los hermanos Wachowski es su propio fanatismo otaku. Nos dejan ver su sabiduría sobre cultura japonesa, ciencia ficción e incluso teoría queer, en sus mejores momentos incluso pueden recordarnos a los modos excesivos de un Thomas Pynchon del espacio, pero no sienten la misma pasión por la técnica cinematográfica o la narrativa; todo es deslavazado, caen en clichés de género espantosos —porque queer sí, pero feministas en absoluto: la dama en apuros tiene que ser salvada por el héroe de forma constante siendo, además, su interés romántico— y su dirección se antoja, siendo amables, poco cuidada. Todo para que, al final, lo más interesante quede fuera: la trama política y el universo que construyen para contener una serie de aventuras anodinas salpicada de una acción deficiente incapaz de satisfacer la curiosidad o el interés de nadie. Grandes ideas en lo conceptual fracasadas por un deficiente trabajo de desarrollo.

La posición de esta pareja de hermanos se tambalea. Si el tiempo colocará a la película en una posición más favorecedora y se convertirá en una obra de culto o le ocurrirá como a las secuelas de Matrix, de las cuales está más próxima dada las dimensiones del desastre, es algo que sólo el tiempo nos dirá. Lo que está claro es que estarían mejor creando mundos que intentando darles vida, que los resultados son mejores cuando adapta que cuando intentan crear algo de cero sólo por sí mismos. El destino de Júpiter no nos permite vaticinar el destino de los Wachowski, pero sí nos deja ver con claridad la diferencia entre el sabio y el fanático: donde ambos tienen el conocimiento, sólo el primero sabe utilizarlo para construir algo efectivo con él.