Siendo que toda moda es efímera, que su tiempo de vida viene determinado por el interés inconstante de un público veleta, los blockbuster lo son todavía en mayor medida por aquello que tienen de fórmula del agotamiento. Detrás de ellos no suele haber nada, salvo el agotamiento de su propia fórmula. Bien es cierto que no siempre son mero espectáculo, que en ocasiones se intentan explorar ideas o emociones o cualquier otra clase de subtexto que se presupone en cualquier obra artística por más comercial que sea —ya que siempre existe subtexto, incluso cuando los creadores no son conscientes de ello—, pero entonces son apenas ecos, rara vez una intención autoral con pretensiones de marcar en piedra alguna clase de discurso o pensamiento más o menos profundo sobre la sociedad o las personas. Al fin y al cabo, rara vez alguien tiene a su disposición doscientos millones para hacer algo que se salga de las líneas maestras tiradas por parte de un departamento de marketing completamente desconectado de la cultura humanística.
En el cine, el universo Marvel se antojaba una refrescante excepción a lo anterior. Aunque sus primeros pasos fueron torpes, dándonos una serie de películas menores que corrían riesgos más bien tímidos, hasta ahora había conseguido ir alternando entre la inmundicia de entretenimiento sin alma —con Thor (id., Kenneth Branagh, 2011) y Thor: El mundo oscuro (Thor: The Dark World, Alan Taylor, 2013) a la cabeza— con los blockbuster de autor, limitados, pero excepcionales a su manera —Guardianes de la Galaxia (Guardians of the Galaxy, James Gunn, 2014), Iron Man 3 (id., Shane Black, 2013) y, en menor medida, Capitán América: El Soldado de invierno (Captain America: The Winter Soldier, Joe Russo y Anthony Russo, 2014)—, consiguiendo un satisfactorio equilibrio entre el entretenimiento intrascendente y ese algo más, esa posibilidad de ir más allá de la acción de chuchufleta. Al menos, hasta ahora.
Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, Joss Whedon, 2015), liberado de la carga de Los Vengadores (The Avengers, Joss Whedon, 2012) al no tener que explicar la reunión de los involucrados, puede centrarse en lo más relevante: frenar la amenaza global que, por sus dimensiones, ninguno de los héroes podría abordar por separado. El problema es que la mayor amenaza de la película no es Ultrón, un sosias de Tony Stark que no siempre funciona como reflejo oscuro de Iron Man, sino otro aspecto al cual sus protagonistas no pueden enfrentarse: una narrativa endeble, si es que no directamente nefanda.
Narrativamente, la película es una torpeza en sí misma. Si bien las peleas son divertidas en su sucesión de highlights heredados de su primera entrega —al menos, para quienes consigan obviar unos efectos especiales que no acaban de funcionar siempre—, todo lo que debería dar empaque a esas situaciones insiste en sacarnos fuera de la película de una forma particularmente violenta; desde el tratamiento que se hace del personaje de la Viuda Negra, convertida aquí en una niñera de Hulk a través del manido recurso del trauma infantil —poniendo en paralelo, al tiempo, a los dos personajes como almas gemelas: da a entender que es igual de monstruoso una mujer que no puede procrear que un hombre que no puede controlar sus instintos asesinos; incluso obviando el subtexto ultraconservador, nada queda de esa Viuda Negra que, en Capitán América: El Soldado de invierno, había demostrado ser un personaje fuerte e independiente sin dejar de ser femenina—, hasta el desarrollo de Visión, cuya mesiánica presentación queda abortada desde el momento que se presenta como uno más del grupo (y más bien ausente) en vez del salvador que nos explicitan que es, la película desconoce qué hacer con sus personajes. Incluso cuando películas anteriores sí supieron cómo hacerlo.
Ya sería grave si esos fueran sus únicos problemas, aunque todavía disfrutable como entretenimiento vacío, pero ese no es el caso. La torpeza con la que Whedon aborda el tono general de la película, introduciendo elementos de humor en los momentos dramáticos o trazas de épica allí donde debería haber cotidianidad, sólo es comparable al descomunal tamaño de los deus ex machina que justifican la acción. Si Los Vengadores triunfan sobre Ultrón no es debido a sus esfuerzos, sino porque así lo ha decidido el guionista.
¿Acaso Vengadores: La era de Ultrón lo hace todo mal? Ni mucho menos. La presentación de Visión es excepcional, especialmente en relación con una escena cómica que involucra el martillo de Thor —lo cual hace que se sienta peor lo desaprovechado que está el personaje, ya que él es el negativo de Ultrón, no Iron Man—, el personaje de Ojo de Halcón se presenta como un líder extraordinario para los Vengadores y tanto Wanda como Petro resultan personajes que, aunque planos y representando clichés espantosos, funcionan bien en pantalla. El problema de la película es que tiene todos los hilos para funcionar bien, pero no sabe cómo ponerlos en común. No es capaz de ver la importancia de Visión, está demasiado obsesionado con los daddy issues de Ultrón y no respeta tanto como debería ni a sus personajes ni a sus espectadores, introduciendo humor a cada instante o basándose en clichés claramente conservadores como una forma de no hacernos pensar demasiado, como si la ausencia de acción o la complejidad de los personajes restaran espectacularidad al conjunto.
Como catarsis de la fase 2 del universo Marvel, funciona mucho mejor Guardianes de la Galaxia que la película que nos ocupa. James Gunn hace una película ágil, divertida y fascinante que nos lleva de la mano hacia un universo de aventuras, pero también de sentimientos e ideas que, si nada se tuerce, se podrán desarrollar en su segunda entrega; Joss Whedon hace una película deslavazada, perezosa y poco preocupada por los resultados, obsesionada con resultar espectacular y copiando los logros de anteriores películas sin pretender asimilarlos para hacer algo diferente, más profundo, mejor desarrollado. Tiene la base de algo bueno, pero no sabe cómo llevarlo a cabo. Si este es el principio del fin o sólo una piedra en el camino, sólo podremos saberlo con el tiempo.