Como en los cuentos de hadas con final feliz, una semana después de las elecciones municipales y autonómicas, aún hay ogros que miran con estupor cómo los enanos les tumban y descuartizan y brujas que tratan de lanzar hechizos malignos contra sus enemigos. Sin embargo, no estamos en un cuento. Esto no es el país de las maravillas sino una parte del planeta Tierra en la que el hastío ante la incompetencia, la corrupción y el marasmo económico han hecho (finalmente) reaccionar, en una u otra dirección, a buena parte del electorado. Ello ha dado lugar al ascenso de partidos que hasta ahora eran minoritarios, se limitaban a un territorio muy específico o, simplemente, no existían antes.
Parte, buena parte, de esta reacción se puede explicar por la incorporación al denominador electoral de numerosos votantes de nueva generación. Tal vez muchos han rechazado el derecho a votar, rehusando integrarse en un sistema con visos de falsedad e hipocresía. Sin embargo los hay que pueden haber determinado el cambio. Y, pensando en ellos, no puedo dejar de pensar en tres personajes jóvenes de tres excelentes piezas del reciente cine estadounidense. Tres outsiders que revelan tres actitudes distintas ante la vida aunque todos con la clara aspiración de situarse en el sistema.
Tenemos por una parte a Andrew, el joven batería de Whiplash (íd.; Damien Chazelle, 2014). Un lobo con piel de cordero que tiene muy bien definido su objetivo. Triunfar, por encima de todo. Y aprender del ogro, del director de orquesta del conservatorio, para, finalmente, devorarle y ocupar su lugar. Sus pasos iniciales parecen evidenciar candidez pero la capa de humildad desaparece pronto y ensaya con orgullo sus artes para triunfar en el combate. El duelo final no deja lugar a dudas. Andrew está decidido a alcanzar su objetivo y hará todo lo necesario para conseguirlo. Imagino que Andrew, sin dudarlo, habría votado a Ciutadans, un pequeño partido que bajo la bandera de la moderación plantea ocupar el lugar del Partido Popular, su más inmediato referente.
Muy parecido, aunque más siniestro, es el protagonista de Nightcrawler (íd.; Dan Gilroy, 2014). Lou Bloom es na suerte de psicópata también decidido a cambiar su suerte. Sin embargo, en este caso, sus herramientas no nacen en sí mismo sino que son recogidas, memorizadas y utilizadas con presteza a partir de la información presente en internet. Lou es un héroe oscuro de nuestro tiempo, un hijo de la era digital, que puede utilizar, con su moral y su falta de escrúpulos, la información disponible para medrar y triunfar. Bloom es un habitante de la noche que utiliza el lenguaje MBA para seducir y vampirizar a sus víctimas, sea cual sea su estatus profesional o social, y dejarlas caer o sacrificarles en propio beneficio cuando consigue su objetivo. Adecuadamente exagerado con fines dramáticos, no deja de ser un modelo seguido por algunos partidos y poderes fácticos en diferentes ocasiones. Me pregunto a qué partido habría votado Lou Boom en las últimas elecciones. Tal vez prefiero no saberlo.
Marty Jackitansky (encarnado por Joshua Burge, una suerte de reencarnación de Steve Buscemi) es, de todos ellos, el personaje más disparatado, sin duda exagerado para la ocasión —Buzzard, (Joel Potrykus, 2014)—. Marty, tiene, no obstante, una actitud de rechazo frontal al establishment a la vez que, paradójicamente, absorbe algunos detalles del mismo como la iconografía cinéfila de Star Wars o Elm Street y la fast food. El carroñero (buzzard) Marty está dispuesto a vivir del sistema aunque no en el sistema. Lo deja bien sentado la escena inicial en la que, en horas de trabajo, marcha de su oficina (“es un temporal y nadie le controla”, dice) y acude a otra sucursal para retirar el dinero de su cuenta y, seguidamente, reingresarlo, recibiendo así el abono correspondiente a una nueva cuenta. Hecha la ley, hecha la trampa y, si la banca siempre gana, algo nos ha de tocar a nosotros. Desarrolla sus artes, mucho más pobres que la de los otros personajes, entre el engaño, la estafa y el delito y define una actitud de oposición al poder muy evidente. No tengo ninguna duda en que él habría no sólo votado a Podemos, sino que se habría afiliado… para conseguir todos los beneficios posibles, antes de ser expulsado por su agresividad y paranoia.
Podría seguir jugando, seguir especulando, con personajes, elecciones y partidos políticos. Pero me doy cuenta que no iremos muy lejos y se me hiela la sonrisa. Mientras Aguirre, Mas, Cospedal, Carmena, Ximo Puig o Colau juegan a brujas y hadas madrinas, el Círculo de Economía reunido al lado del mar se manifiesta tranquilo, ecuánime y esperanzado… y ahora recuerdo como La cabaña en el bosque (The Cabin in the Woods, Drew Goddard, J. Whedon, 2012) nos revelaba que, más allá de todos los monstruos conocidos, hay otros más terribles que pueden aparecer en el momento adecuado a reclamar su mundo…