Requisitos para ser una persona normal

Todo lo que me gusta es anormal

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1. Ir al cine solo

A una película de amor además. Tócate la minga, Dominga. Me cago en mi amarga sonrisa, en mi muertos pisoteados, en la sombra de lo que nunca fuimos, en los monos discretos y las jirafas bajitas. Yo, un gordo como el de Requisitos para ser una persona normal, llego el primero y no me dejan entrar porque todavía no se puede entrar y no me dejan. Las parejas hacen cola tras de mí. Algunos se besan. Otros hablan de otras parejas que no están. Yo tengo la boca seca pero no puedo beber agua porque no quiero sacarla (el agua) de la bolsa porque no la he comprado en el cine. Se la he comprado al chino de abajo de mi casa que es casi más cara que la del cine (es que soy un anormal). El chino y su mujer siempre saludan, espero que no maten a nadie y me pregunte Telecinco. La llevo (el agua) en una bolsa con la gorra que llevaba puesta (ahora me ha dado por llevar gorra) y con una gorra rara que me he comprado en una tienda molona en la que la dependienta me hacía tan poco caso que no dejaba de hablar por teléfono “llámalo tú tía, sorpréndelo, a lo mejor te lo coge desde su bólido, jejeja, éstas no se lo van a creer, tú llámalo, no te cortes, es muy guapo pero tú también, el otro día se os veía bien, ahí los dos en el bar y es que, es un tío tío total, lo llamas y ya está, verás como te dice que ya, que sí, y quedas hoy o cuando él quiera, no te cortes, de verdad, llámalo”. Yo la interrumpo y me mira con desprecio porque es una tienda de skaters jóvenes y yo parezco una camionero de Minnesota buscando un buen filete y una puta de saldo sin gonorrea ni cistitis. “Ahora te llamo guapa, estoy ocupada (se me ha colado en la tienda un gordo de mierda con una gorra rota y una mirada antigua)”.

2. La sinceridad

Cuando llego a casa me pongo en diferido el Valladolid-Las Palmas y leo twitter con un ojo cerrado para no ver el resultado. Le bajo el volumen a la tele porque Ignacio, con toda su buena intención, me ha mandado un vídeo del co-protagonista en un programa de radio (hay cámaras en la radio, el futuro entre los presentes). Me arrepiento de haber dejado de escuchar el fútbol. Además se ha metido relleno para hacer la película, no es ni gordo. Es como Obama que es el primer presidente negro y no es ni negro. Que se haya metido relleno es una definición perfecta de lo que es la película (y de lo que pudo haber sido), de su impostada voz de ratón con el aire de un globo lleno de helio, de su zona de confort, de su confiada ingenuidad, de su humor ramplón y colorido. Los humoristas españoles jóvenes son una caterva de pijos posmodernos sin puta gracia y que supongo que funcionarán también por enchufe. Porque vaya pandilla, madre. La película también me ha hecho recordar a mi madre (que no es Silvia Munt) y a que no soy demasiado cariñoso con mi familia. Soy gilipollas en un montón de cosas. A lo mejor me llaman un día de estos para hacerme el gracioso en un programa de radio con gente sin gracia.

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3. Escribir (de cine)

Le he dicho a Óscar que lo voy a hacer porque quiero volver a colaborar en Miradas. Miradas es una de mis anormalidades favoritas. Es parte de mi vida, de mi historia y biografía. Haber volado sin motor con los anormales de JD, Sergio, Alcover, Tonio, Brox, Diego, Pulido, Vázquez, Junyent a mi lado es un privilegio casi vetado para las personas comunes. Iba a escribir de Phoenix pero se me adelantaron y dije: pues la española Óscar, que a mí siempre me ha gustado escribir de las películas españolas. Porque conozco a gente que ha visto todo el cine filipino de los últimos 7 años y luego cree que Antonio Del Real es Antonio Martín el que jugaba al baloncesto. La crítica de cine española también debería formar parte del cine español y ese tiene que ser uno de nuestros compromisos. No es fácil conocer la obra entera de uno con bigote del que no recuerdo el nombre. Pues eso, la española, la de Leticia Dolera, que hace cortos así como graciosillos y tuvo los santos huevos de insultar a grandes películas como Amer (íd., Hélène Cattet y Bruno Forzani, 2010) u otra que nos gustaba mucho en el festivalillo ese que hacían en Madrid para que los frikis se hicieran los graciosos en la oscuridad. Tal vez no sabían que ahora en la radio tienen cámaras. Escribir de cine es como hacerse un análisis sintáctico y de sangre a uno mismo.

4. Las comedias románticas extrañas

A ver qué hace Leticia, que se metió con Amer y con otra que nos gustaba mucho. ¿Os digo lo que ha hecho? Pues una película demasiado normal. Previsible. Formularia. Pastelosa. Coyuntural. Hija de un tiempo nieto de la impostura. De Wes Anderson (que os gusta porque umm, ah, ya, yo, ehhh, ummm, mola, los colores), de 500 días juntos (500 Days of Summer, Marc Webb, 2009) que ya huele y duele, de Beginners (íd., Mike Mills, 2010)  que era como si Guy Ritchie hiciera un dibujo de Manuela Carmena, del indie locuaz y vacío de Sundance, popcorn, blablablá, tiroriro, carente de punch y empachado de cool, de trendy swag y de un ritmo fofisano, torpe pero juguetón.

Y no me desagrada su romanticismo extraño, sus arriesgadas paradas en boxes (y slip) del drama soterrado de malos tratos, la homosexualidad plena y feliz del síndrome de down (habría que estudiarlo junto al hijo de la proetarra de la más que interesante Fuego [íd., Luis Marías, 2014]), los escapes escatológicos, la historia de la abuela que no lo es o que el chico esté gordo y pelirrojo. Luego te das cuentas que es relleno y bueno. Y lo de la lista ya lo hizo no sé quién. Y lo de pintar todo el tiempo palabras, pues vale. Y que la escena de los globos y el coche en la rotonda se utilizará en maquetas de anuncios, seguro.

5. El sabor a napalm por las mañanas

La amargura de un mundo contaminado, de un país que se derrite, de una especie que se consolida. El cine me parece barato (4 y algo creo que me ha costado) porque hay mucha gente y se sientan todos juntos y a mi lado. Me voy a una fila separada y esquinada y todos murmuran. El gordo de las gorras en la bolsa con el agua cara y clandestina, se ha ido. A lo mejor creen que soy el actor o algo. Ponen mogollón de anuncios. Demasiados. Es una plaga (una plaga que me da de vivir, porque yo me dedico a eso). Ponen un anuncio bueno y nadie se ríe. Ponen un anuncio malo y la gente se descojona. Siguen riendo en un trailer horrible donde Dani Rovira está incluso menos creíble que en los 8 apellidos vascos de los cojones. Me siento fatal y quiero que caiga una bomba y nos lleve la marea y alguien fotografíe el momento y gane un Pulitzer o dos.

Empieza la película y Dolera pone sus cartas sobre la mesa. Lo malo es que tendría que haber otra baraja bajo la pata de la mesa que está coja, como una persona sin pareja, trabajo, vida social, familiar, aficiones y dos lugares comunes más. Dibuja con pasteles, dinamita con una escritura suelta y llena de homenajes, guiños y referentes. Ella le da forma a lo que ella misma le da fondo. Se separa del cine español que imita sus series de mierda. Al menos eso hemos ganado en la derrota de otra batalla perdida. Porque el cine español es como el puente que construimos cada noche y Charlie lo vuela otra vez. Así el ministro Wert puede decir que la carretera está abierta.

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6. Estar solo

La gente murmura cuando me siento solo y esquinado a ver los últimos anuncios. Solo puedo comprender mejor las relaciones. Que lo naïf esconde lo oscuro. Que los guapos lo tienen más fácil. Que no hace falta un conflicto para hacer fluir una trama. Que tal vez Ikea haya pagado la película y que a lo mejor podemos venderle el guion aquel que nunca escribimos, a la marca aquella que nunca nos cogió el teléfono. Que bajo las capas efímeras de la última temporada palpita un corazón que tal vez lata decidido a otro ritmo toda una obra. Pero qué pena de película normal, de estructura canónica, de chistecitos sin gracia. Y qué alegría de cierto prurito en la puesta en escena, los planos cerrados, las carnes abiertas, la pizza improvisada en dos butacas de playa y un drama que se transfigura y “gentrifica” en comedia comercial modosita y ocurrente. Pero qué pena de siete mandamientos que le obligan a tener diez pecados capitales

7. Ser feliz

Como a todos. Como a la chica que tiene que llamar al tío tío total. A la pareja del cine que, bajo la luz de la luna de la calle de la película, atisban por un primer instante su acompañada (¿y definitiva?) soledad. Al de las gafas que se sentó al lado mío cuando solo éramos 4 personas en la sala y luego se extrañó de que me fuera. Como a Óscar cuando vea que le mando la crítica de verdad, sin excusas, retrasos, ni mierdas mía. Como mi madre mañana cuando la llame y le pregunte que qué tal. ¿Y papá?¿Y mi hermana?¿Y los niños? Ojú, no es malo el chico, ¿le han dado ya las notas? Como David Simón del Las Palmas que tenía que haber sido expulsado en diferido por la entrada a Peña del Valladolid. Como David Simon cuando consiguió poner en pie The Wire, Miguel Ángel, la Pietà y tu primo, la floristería. Como yo que vuelvo a escribir en Miradas que es mi sitio y que es mi espina. Iberia sumergida en sus rumores clandestinos.