De principios, y miedos. De idealismos y realidades. De ceguera e intereses
Look, kid, we can’t always save the day. All right? We’re just cops. Janitors.
— Prisioneros (Prisoners, Denis Villeneuve, 2013)
Una situación inesperada, una desgracia personal. O las propias y fundamentales creencias, más o menos erróneas para otros. O una guerra, que lo cambia casi todo.
Buenas personas que se convierten en torturadores, en asesinos. Por culpa de un individuo que lo único que quiere es vengarse de Dios, o por culpa de una conspiración que se escapa al control o conocimiento del que se ve involucrado. O perturbados, por muchos motivos, que se esconden tras otras personalidades, consciente o inconscientemente, para no sufrir. Secretos personales para proteger a una familia, a una comunidad, e incluso a un país.
Secretos forzosos, tras descubrir una verdad. Y crear el caos, para acallar, o reivindicar, un horrible sueño. O para mantener un terrible equilibrio.
Villeneuve juega desde el inicio de su carrera a mostrar los límites de la moralidad y la ética, y cómo éstos pueden ser pervertidos en función de los intereses y situaciones, o sencillamente acallados por el simple hecho de introducir un atisbo de duda en sus cimientos. Por el propio individuo, por la acción de un tercero, o por la coacción de un sistema.
A nivel individual, a nivel social. A nivel mundial.
Y es que el director investiga la mente humana, la presión ejercida por factores internos y externos, haciéndonos partícipes de una investigación tan compleja que debe ser analizada desde distintos frentes, con desigual intensidad. Por qué existe la misoginia, cómo una guerra afecta a los civiles durante generaciones, cómo reacciona todo un pueblo cuando la violencia forma parte del día a día… incluso cómo un hombre intenta evadirse de sí mismo para seguir viviendo.
La complejidad de esta búsqueda es evidente, por lo que el interés de Villeneuve en mostrar sus resultados en formato de thriller cada vez más negro, más profundo, más psicológico, se correlaciona de forma lógica con el terror de los temas que trata. Y es que incluso la comedia que es ‘El hombre duplicado’ de Saramago la transformó en Enemy (íd., 2013) en un intensísimo y lamentablemente por muchos poco valorado filme psicológico en el que se adentraba en la mente de un profesor de Historia (¿o en la de un actor?) para ver cómo alguien es capaz de superar sus traumas. ¿Era eso de lo que trataba, verdad? ¿No?
La sencilla complejidad de Villeneuve
One plus one, does it make one? It comes from Tarkovsky’s Nostalghia.
— Incendies (íd., Denis Villeneuve, 2010)
Vayamos ya a Sicario. Villeneuve es claro desde el inicio: “Sicario” significa asesino a sueldo. Sicario, un lobo solitario que trabaja, que mata, por dinero.
Pero el director se reserva mostrar esa faceta del individuo que se ha visto obligado a convertirse en asesino hasta el último cuarto del filme. Porque todo, incluso el por qué existe un sicario en la historia, es mucho más complejo… Y, en realidad, Villeneuve sabrá, como en todos sus anteriores filmes, llevarnos paso a paso para que junto a él comprendamos sus descubrimientos, gracias a la sobriedad de unas imágenes que acompañan guiones llenos de matices y a una música minuciosamente elaborada para reforzar cada sentimiento, de los protagonistas y del espectador, con la finalidad de llegar, junto a él, a la conclusión de su investigación. Más adelante hablaremos de Kate y veremos un ejemplo que ilustra esta afirmación.
Si algo marca Sicario es la crítica al modus operandi de los gobiernos y, en concreto, al de Estados Unidos. Obviamente, Villeneuve, siguiendo su estilo, no la hará abiertamente, sino que la vehiculará a través de la composición de sus escenas: La bandera al fondo de una sala de reuniones, visible pero sin ser el centro de atención, mientras se explica la operación ilegal que quiere realizarse; la bandera, de nuevo, izada en la entrada al cuartel, al fondo del plano y casi a la misma altura en la que el “asesor” está sermoneando a nuestra protagonista, Kate, agente del FBI, para que se una al equipo; este mismo asesor, silbando el himno nacional mientras espera que el sicario entre en la sala de interrogatorios con el detenido para obtener información de una forma que hace necesario tener que apagar la cámara de vídeo… La sutil evidencia de culpabilidad estadounidense en los momentos clave de las películas de Villeneuve no es nueva. Sin ir más lejos, en Prisioneros Villeneuve hace coincidir la escena de la sobremesa de los padres con la que no vemos que está ocurriendo en el mismo momento: el secuestro de sus hijas. ¿Y qué está pasando en esa sobremesa? Que uno de los padres comienza, a petición de la otra pareja, a tocar el himno nacional con su trompeta…
En Sicario, además, introduce otro formato que apoya la necesidad de fijarnos en la verdad de lo que está ocurriendo: Villeneuve mira ahora en global, y lo hace con planos cenitales de los vastos desiertos fronterizos, pero siempre forzándonos a mirar un punto concreto, que nunca es insignificante: cinco todoterrenos en fila que avanzan rápidamente hacia un objetivo poco claro; la sombra de un jet privado que avanza rumbo a México, lugar en el que no debería aterrizar… La supremacía de Estados Unidos mostrada exclusivamente a través de sutilezas que Villeneuve deja marcadas en nuestro subconsciente, a medida que hace avanzar la historia que quiere desarrollar.
No obstante, aunque claramente no comulga ni con los ideales del sueño americano, ni con los actos necesarios para conseguirlos, no pierde la esperanza y, más aún, no condena la actuación de sus organismos a los ojos del espectador (igual que en Prisioneros dejaba a nuestra imaginación el permitir salvar a un padre que ha cometido horribles delitos en pro de salvar a su hija). Y es que deja que la sombra de la duda recaiga ante Kate, ante el espectador. ¿Qué conocemos nosotros para cuestionar que no es escondiendo la verdad una posible forma de ganar la batalla al narcotráfico?
La CIA, Estados Unidos, nos mantiene, espectadores, civiles, tan ciegos como a los dos agentes del FBI que utiliza para perpetrar una barbarie en Sicario. Una atrocidad sólo posible creando un caos (se repite varias veces durante el filme la justificación de su necesidad) que devuelva el mínimo equilibrio y, por tanto, la paz. De nuevo, ¿quiénes somos nosotros para juzgar esa actuación?
No hay personas buenas y malas. No hay luz y oscuridad. No hay verdades absolutas. Pero sí hay miedo. E intereses: individuales para sobrevivir; sociales, para asegurar la prometida tranquilidad al primer mundo.
Villeneuve nos hace observar, descubrir, aprender… y dudar.
Observa. Aprende. Y duda
Nothing will make sense to your American ears, and you will doubt everything that we do, but in the end you will understand.
— Sicario (íd., Denis Villeneuve, 2015)
Y es que, como en todos sus filmes, el director es un maestro en sumergirnos desde el minuto cero en la historia a través de la mirada de sus protagonista
s. Aquí, la empatía hacia Kate se hace evidente: tambores de guerra empiezan a sonar, ya incluso en la presentación de las productoras en los títulos de crédito. Tambores que identificamos con la preparación para el combate, pero también con el estado alterado que provoca el disponer todo el cuerpo en tensión.
Tambores de guerra… y un corazón acelerado. La música extradiégetica se emplazará siempre alrededor de Kate y a lo que debe enfrentarse. Ya sea en una redada, o en un bar.
La personalidad de Kate se definirá, además, perfectamente en la escena introductoria (en la que el director consigue un ambiente enfermizamente tenso): Tras pasar por un infierno y descubrir uno incluso peor, un agente le pregunta: “¿Qué explicamos a la prensa?”. Y ella, tajante, responde: “La verdad”.
Nos encontramos ante una persona fiel a sus principios, recta y justa. Y con esto es con lo que juega Villeneuve, como avanzábamos. ¿Se mantendrá Kate fiel a sus principios cuando se vea involucrada en una misión ilegal? ¿Se replanteará sus ideales una vez conozca la intrínseca turbiedad del objetivo que sí defiende, o al conocer mejor a sus nuevos compañeros? O resulta que esos ideales no son propiamente suyos, sino los de su país y, en ese caso… ¿cambiará su forma de actuar cuando se vea acorralada y al límite? ¿Lo hará antes, después? ¿Lo hará, realmente?
Todas estas preguntas quiere verlas respondidas Villeneuve, así que centrará los dos primeros tercios de su película en Kate. Casi cualquier plano puede justificarse desde la mirada de la protagonista, e incluso el perfil de las personas con las que interactúa parece exagerado, mostrándoles tal y como les ve ella (de hecho, el cartel del filme puede considerarse spoiler de esta visión desde la que se centrará el filme). Por ejemplo, el asesor, Matt, se presenta como un arrogante que tiene respuesta para todo, entrenado para encarar cualquier pregunta y situación. Y el sicario, Alejandro, es tan misterioso para Kate como sus actos y las pocas palabras que los acompañan.
El sicario, verdadero protagonista del horror que le toca vivir a un país vendido
¿Crees que la gente que te ha enviado es distinta? ¿De quién crees que hemos aprendido?
— Sicario (Denis Villeneuve, 2015)
El último tercio obvia ya la mirada de Kate, y se centra en la del sicario. Porque una vez que Villeneuve ya ha investigado la reacción de la agente y nos ha zarandeado con una bofetada de realidad, toca, de nuevo, introducir confusión. El sicario, buena o mala persona, tiene un objetivo personal que se corresponde con el del Gobierno para el que trabaja y que no deja ser, paradójicamente, el mismo objetivo que el de otros criminales del negocio del narcotráfico.
Kate y Alejandro, dos vidas con un final común, planteadas por Villeneuve en contraposición a la de un policía mexicano y su familia, que utiliza para dividir el filme.
Una familia compuesta por un hijo que aún mantiene la inocencia, aunque sabe perfectamente qué es lo que está pasando; una madre que mira para otro lado; y un padre corrupto por el entorno, pero que tiene claro no quiere lo mismo para su vástago. Así que les conoceremos siempre en una escena tan corta como similar: por primera vez cuando Kate acepte la misión, una vez se plantee la misión para desmantelar un túnel de paso de droga y, finalmente, como no podía ser de otra manera, cerrando con el personal sello de Villeneuve. Es decir, cerrando con una duda que se presenta demasiado evidente como para serlo realmente: disparos de fondo mientras se celebra un partido de fútbol.