La calma tras la tormenta. La desorientación tras las decisiones. La desazón tras lo conseguido, y la necesidad de recuperar el aliento. Max se levanta a cámara lenta de la arena que ha cubierto su cuerpo y le ha protegido del abrasador sol, pero que también es símbolo del peligro que ha conseguido superar… y de la verdad absoluta que le rodea:
Su mundo es tan árido como el carácter que éste le ha obligado a desarrollar. No hay ilusión, no hay cabida real para la redención. Porque la esperanza del Paraje Verde, alegoría del renaher de la sociedad y un lugar que a estas alturas del filme aún no conoce nuestro protagonista, se verá pronto truncada con el que es el mejor fotograma de toda la película: el lodazal en el que habitan los hombres cuervo.
Este fotograma de Mad Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, George Miller, 2015) no sólo es el mejor impasse del filme, de la rabiosa furia al atronador silencio sólo perturbable por el latir del corazón de un espectador que aún siente la adrenalina que recorre sus venas, sino que además es el gran momento de un George Miller que pasa la mano por la cara de todos los que no confiaban en que un filme de pura acción fuese, literalmente, arte en imágenes.