Y el dique se rompió
Esta película podría ser una precuela de Margin Call (íd., J.C. Chandor, 2011), si no fuese porque ambas terminan solapándose en el tiempo, ya que La gran apuesta desemboca en los acontecimientos que narra el film de Chandor. En aquella, el personaje interpretado por Zachary Quinto se daba cuenta de lo mismo que el Dr. Michael Burry (Christian Bale en la película que nos ocupa), solo que cuatro años más tarde, cuando a su empresa (un trasunto de Lehman Brothers) y al resto del mundo le estalló en sus mismas narices. Llegó el momento en que a la gente le fue imposible pagar sus hipotecas y los inversores que habían montado complejos productos financieros, que a veces ni ellos mismos entendían en su esencia, basados precisamente en esos préstamos hipotecarios se dieron cuenta de la cruda realidad. El comienzo de la última gran crisis financiera que todos conocemos y en mayor o menor medida hemos experimentado, siempre que no nos incluyamos entre esa pequeña porción de la población que suscita tanto asco pero a la que a la vez nos queremos parecer, quizá uno de los muchos y más grandes problemas de la sociedad actual.
Ver juntos a Adam McKay en la dirección y Steve Carell en la interpretación podría inducir a pensar que se trata de una comedia, y una de las divertidas, y así parecen certificarlo las nominaciones que obtuvo en los Globos de Oro (en la categoría de mejor comedia o musical), por ejemplo, y aunque tenga pequeñas delicatessen humorísticas (en particular los boquetes a la cuarta pared, que comienza horadando el personaje de Ryan Gosling desde el mismo inicio del film, y que integran apariciones estelares de Margot Robbie o Selena Gomez explicando términos económicos complicados, para cualquier espectador medio profano en la materia, desde un placentero baño de burbujas o la mesa de un casino respectivamente), la historia que nos están contando no es cosa de risa, sino más bien todo lo contrario, y desde luego el tono no tiene nada que ver con el de trabajos previos de su director como Hermanos por pelotas (Step Brothers, 2008) o El reportero (The Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004). Puede hacernos gracia, por ejemplo, ver a Christian Bale en camisa y corbata en su despacho tocando a la batería ficticia grandes hits de Pantera o Metallica pero la realidad de su personaje es que se lucró a costa de las grandes entidades financieras que se dedicaban a jugar con las hipotecas de las personas de a pie, que no dejan de ser los perjudicados al final en todo este asunto. Esto es lo que nos cuenta la película, y no con el ánimo ni con el tono adecuados para hacer reír. Burry no hizo nada por evitar la catástrofe, pero ¿alguien le habría creído?. Ben Rickert (Brad Pitt) lo deja muy claro a sus dos jóvenes compañeros coinversores: «Si tenemos razón, la gente perderá sus trabajos, perderá sus casas, perderá sus pensiones», en una situación que a su vez, y siendo sinceros, no resulta creíble. Pero tal vez sucedió, tal vez existió esa persona capaz de sentir lástima, compasión, y hasta algo de empatía, por aquellos a costa de los cuales se estaba enriqueciendo obscenamente. La vida está llena de paradojas parecidas.
Steve Carell, tras su trabajo en Foxcatcher (íd., Bennett Miller, 2014) está comenzando a forjarse una identidad fuera de la comedia que tan bien le sienta—sigo acordándome del genial gag del croma en Los amos de la noticia (Anchorman 2: The Legend Continues, Adam McKay, 2013)—, pero que también le estaba encasillando y a él quizá le apetecía este cambio de aires. Yo me sigo quedando con el cómico, aunque no digo que sea mal actor dramático. Su Mark Baum también se lucra a costa de la situación, pero primero se dedica a asegurarse de que lo que dice Burry es cierto. Su investigación es una de las partes más interesantes de la película, ya que se nos va mostrando el problema estructurándolo de forma escalonada desde la cima hasta la base. Visto lo que ocurrió después, la crisis como una realidad, no es difícil imaginar que lo que nos cuentan McKay y Charles Randolph (que coescribe el guion) es seguramente lo que ocurrió, gente que se compraba viviendas que no sabían que no se podían permitir (aquello de vivir por encima de sus posibilidades, que dijera el otro) y agentes inmobiliarios y bancos que ofrecían hipotecas sin miramientos, sin preocuparse de decirles que no podían permitírselas, y que siendo realistas, quizá tampoco lo sabían. El sistema fagocitándose a sí mismo, la cita de Mark Twain al principio del film encaja a la perfección: «No es lo que desconoces lo que te mete en líos, sino lo que sabes con certeza y resulta no ser así». O algo parecido.
Y aunque no es, como decía antes, la película de Adam McKay que uno esperaría, y aunque la cinta no esté tan bien, que lo está, por lo que cuenta, que al fin y al cabo no deja de ser una dramatización de la realidad, y probablemente más fiel de lo que podríamos llegar a creer, sino más bien por cómo lo hace, hilvanando las historias de los cuatro cabezas de cartel, del póquer de actores que al fin y al cabo son los que han puesto al producto en los focos de atención mediática, pues de contar con otro elenco lo más probable es que la película hubiese pasado, lamentablemente, desapercibida, hilvanándolas de manera que no colisionen pero a la vez componiendo con ellas un relato común verdaderamente sólido (y sórdido), a pesar de ello, encuentro a su director en lugares tan insospechados como la selección musical que nos ofrece (reconozco que siempre me engancha un poquito por ahí), que, me doy cuenta, tiene más peso del que quizá debería admitir, y me gana con detalles quizá, o quizá no, tan nimios como ese cierre con When the Leeve Breaks, que por otra parte también es mucho más que adecuado para rubricar lo que acaba de contarnos. «If it keeps on rainin’ leeve’s going to break…»