Del cine de 2015 me quedo con la sobrecogedora invocación a los espíritus del mal de Marion Cotillard interpretando a la Lady Macbeth de Justin Kurzel. La personificación shakesperiana de la ambición femenina no se agota en cada nueva lectura que se hace del personaje: Kurosawa hizo de ella un ser hierático, contenido y siniestro con profundos paralelismos formales y ontológicos con la anciana que introduce al protagonista en su ciclo de ambición autodestructiva. Se contrapone con la visión de Orson Welles con una Jeanette Nolan que mostraba pasión, sí, pero tan cargada de acartonamiento y teatralidad que su actuación quedaba finalmente lastrada. La Lady Macbeth de Polanski, en cambio, es delicadamente humana, pero si en el director francopolaco se muestra como una niña encaprichada y totalmente irreflexiva, en Kurzel se convierte en una mujer plenamente dotada de consciencia y con una frialdad transida de pasión que se hace creíble y absolutamente fascinante.