Lanthimos nos fascinó, nos incomodó y nos sacudió con Canino (Kynodontas, 2009), primero, y con Alps (íd., 2011), después. Tal vez por la violencia que encerraban, más fuera de campo que a nivel visual. Tal vez por la falta de explicaciones de las situaciones presentadas. Quizás porque la extrañeza de tales situaciones nos provocaba una risa que preferiríamos no mostrar. Dramas narrados en tono de comedia. De todo ello hay también en Langosta (The Lobster, 2015). Esta extraña historia de una sociedad en la que los solteros que no encuentren un amor serán transformados en animales no tiene otro parangón en la cinematografía actual más que con las otras obras de la filmografía de Lanthimos. Sorprendente es, también, que en esta ocasión haya ido más allá de sus límites anteriores con una obra menos cerrada, más narrativa y, quizás por ello, haya contado con un elenco actoral de renombre. Su protagonista, David, un envejecido Colin Farrell, es un solitario que debe encontrar en un centro balneario un amor en el periodo de mes y medio. Transcurrida esta fecha (prorrogable si caza solteros en fuga en alguno de los raid que se organizan) sin conseguirlo, será convertido en animal. Tal como suena, sin dar más explicación del porqué ni de cómo se hará. David opta por ser reciclado en langosta, porque su fertilidad es pareja a su longevidad, aun a riesgo de acabar en un caldero o ser desmembrado en vida.
Lanthimos mira de nuevo con lupa, mediante la alegoría y el surrealismo, una sociedad intransigente y rígida en la que el amor es una obligación y dónde la espontaneidad, la autonomía o la libertad no tienen cabida alguna. Progresivamente David verá como sus compañeros (miopes, cojos o gordos) encuentran opciones y cómo la única mujer por la que él puede sentir un mínimo interés es una psicópata que llega a matar a su hermano (previamente transformado en perro)… Las forzadas relaciones entre hombres y mujeres, la frustración por no encontrar un alma gemela, la estrategia oficial (que incluso llega a proveer a las nuevas parejas de un “hijo” caso de tener problemas de relación) son mostradas por Lanthimos con tanta frialdad como sus imágenes indican pero con continuas muestras de humor negro. Rizando el rizo, la historia nos muestra como David consigue fugarse e integrarse en una comunidad aparentemente libre que vive en el bosque como los eremitas de Farenheit 451 (íd., François Truffaut, 1966). Sin embargo las normas de este grupo, aunque permiten la masturbación (severamente castigada por los otros), no permiten relación alguna entre ellos. Enamorado, ahora si, de una joven que le corresponde, deberán ocultar su amor en su entorno y solo mostrarlo como una supuesta simulación en sus escapadas a la ciudad dónde viven los enemigos. Lanthimos nos deja finalmente con la imagen más dolorosa de una ceguera compartida. Una derrota que no se acepta y a la que se rechaza, metafóricamente, no mirándola. Una vez más, la sonrisa se hiela ante sus imágenes.