Han pasado más de 10 años desde el debut en largometraje de Andrey Zvyagintsev con El regreso (Vozvrashcheniye, 2003) la muy bien recibida (consiguió el refrendo del jurado de Venecia) aunque hoy esté más bien desdibujada en la memoria. No apetece comprobar francamente si es un recuerdo injusto. Sin embargo, a día de hoy parece complicado que dentro de otros tantos años o incluso bastantes más ocurra lo mismo con Leviatán (Leviafan, 2014), brillante disección de precisamente la justicia y la verdad: hay que destacar la habilidad de Zvyagintsev para narrar episódica y esporádicamente, haciendo un notable uso de la elispsis, el despliegue actoral y la auténtica mala baba en la descripción de lugares, cosas y personajes, poniendo de relieve aquel título que tan bien cuadra con demasiadas realidades más o menos cercanas: «Los canallas duermen en paz». (No es tan gratuito por cierto la cita a Kurosawa como sí parece la referencia a Tarkovski cuando se volvió a escribir del film hace más o menos un año cuando resultó que en Los Angeles la habían seleccionado para el Globo de Oro a mejor película en habla no inglesa, que terminó ganando, y un pcoo después para el mismo premio en la cada vez más infumable ceremonia de la Academia de Hollywood, los Oscars). Leviatán es en un primera toma de contacto la historia de una derrota o de varias, o si se prefiere ser más dramático de una tragedia o de varias, la de Kolya principalmente pero también la de su mujer Lilya, o la de su viejo amigo y ahora abogado moscovita Dmitri, y perdonen el spoiler aunque no diga nada demasiado claro… el augurio ya está en las primeras imágenes con esos planos de las olas del mar rompiendo fuertemente contra la costa. Quizá no debería asustarnos que al estar cerca de Kolya y todos los que le acompañan, al conocer su lucha contra un destino inevitable, al ver lo que subyace debajo de lo que sería ¿legalmente? justo, comprendemos que no hay asidero posible, que no hay salvación. Ni siquiera cuando deviene el desenlace y la cruel ironía religiosa del epílogo sirve de despedida, sentimos nada. La fatalidad o la lógica establecida/esperada realmente nos da igual. Estamos vacíos porque la verdad ya no existe.