El escritor francés Louis-Ferdinand Céline dividía a los hombres en dos categorías: los exhibicionistas y los mirones. Hoy día, con los avances tecnológicos, es muy fácil ser ambas cosas a la vez, pues podemos cotillear todo aquello que los demás deciden compartir en sus webs o redes sociales y al mismo tiempo tenemos la capacidad de mostrar todo nuestro saber hacer y nuestro músculo, físico o intelectual, para que otros nos digan qué buenos somos. No obstante, las preferencias se mantienen y muchos nos sentimos más cómodos escorándonos hacia uno de los lados del espectro, hacia el lado de los que observan a los que viven sin mucho complejo. Ese es el lado que ha elegido Clement, protagonista de No es mi tipo (Pas son genre, 2014).
Clément (Loïc Corbery) es un joven profesor de filosofía que por motivos laborales se traslada a Arrás, al noreste de Francia, un lugar que no le atrae lo más mínimo, pues solo se siente a gusto en París y detesta la pobreza de la vida social provinciana. En Arrás conocerá a Jennifer (Emilie Dequenne), una peluquera divorciada y con un hijo pequeño, amante del karaoke y lectora de la prensa del corazón. A priori, entre ambos no parece haber mucha conexión, pero Clément se siente atraído por la belleza de Jennifer y emprenderá una relación con ella, en la que él le introduce en autores como Kant y Dostoievski y ella le da a conocer la existencia de Jennifer Aniston y a descubrir el placer de vivir la vida en lugar de observarla desde la distancia del que especula sobre su sentido.
El filme comienza con una ruptura de Clément con una mujer y más adelante le veremos reencontrarse con una antigua novia que le reprocha la frialdad que mostró durante su relación. Clément ha escrito ensayos sobre la imposibilidad de un amor duradero y parece haberlo llevado a la práctica en su vida real o quizá han sido sus propios fracasos los que le han llevado a pensar de forma pesimista en temas sentimentales. A pesar de ello no es alguien que viva retirado en su rincón y disfruta de la ebullición de la vida social en la gran ciudad. Él es de esos intelectuales que lanzan grandes pensamientos al mundo sin perder de vista los instintos más primarios y la seducción de mujeres que les atraen (—esto lo podemos ver a diario en redes sociales, de muchos que arreglan el mundo en un mensaje y andan detrás de las que tienen los avatares más vistosos, practicando aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”—), así que concentra todas sus clases en Arrás en tres días para poder pasar el resto de la semana en su amada París. Algo le va a atar a la pequeña localidad y es Jennifer. Jennifer no es una mujer sofisticada, pero es atractiva y eso le basta a Clément, porque con ella podrá llevar a cabo con mayor efectividad su seducción intelectual. Ella no tiene un gran nivel cultural, pero está lejos de ser tonta y quizá tiene más de una enseñanza para el siempre insatisfecho Clément. Jennifer es de las que vive la vida con ilusión y aunque no le esté dando mil vueltas a las cosas, tiene claro lo que quiere y lo que no y en su nuevo amante se encuentra con ambos extremos.
No es mi tipo es la primera película del belga Lucas Belvaux que se estrena en nuestro país y aquí se sirve de la novela homónima de Philippe Vilain para contar una historia que tiene ingredientes ya conocidos, como la atracción entre personajes opuestos y sus diferencias sociales o en sus concepciones del amor. Unos ingredientes que podían haber dado lugar a la enésima comedia desenfadada sobre la guerra de sexos y que sin embargo componen un resultado con algo más de miga de lo habitual. Porque No es mi tipo no es una de esas historias románticas como las que a veces protagoniza Jennifer Aniston y que pondera la Jennifer del filme. No es de esas narraciones con las que pasar un rato viendo algo inofensivo y fácil de olvidar, sino una cinta que se sirve de algunos de los lugares comunes del género para dejar poso y que vista en pareja puede dar lugar a debates enriquecedores. Porque el desarrollo y el desenlace nos hacen pensar en lo que entregamos cuando amamos a alguien, en lo que estamos dispuestos a cambiar de nosotros mismos por hacer feliz a la otra persona y en la parte de nuestra individualidad que somos incapaces de alterar y que nos enfrenta con el ser amado y también con el resto del mundo. Esa parte que puede hacernos tropezar siempre en la misma piedra y que nos llevará a la decepción. Será por eso que muchos escogen ser mirones del amor y optan por ver cómo lo sienten y padecen otros, para teorizar sobre ello y ahorrarse los daños de exhibir sus sentimientos. Y es que como decía Umberto Eco en El nombre de la rosa, que tranquila sería la vida sin amor. Y que insulsa.