Quien fuera como Han (Solo)

Quien fuera como Han

Madrugada del 17 al 18 de diciembre de 2015. Medianoche en una sala de cine que yo creía que iba a estar repleta, y que sin embargo está a medio gas. Aún recuerdo el estreno del Episodio I, a punto de cumplir los 25 años: un par de horas de cola para sacar unas buenas entradas, en la primera sesión de la tarde, donde todos, al escuchar los primeros compases de la banda sonora, con sus estruendosos instrumentos de viento inaugurando una moderna Walkiria, nos pusimos a gritar, levantándonos de las butacas como poseídos por alguna fuerza (una Fuerza) que nos unía en hermandad. Un subidón de adrenalina. Esta vez la mayoría somos cuarentones y hemos sacado las entradas por internet con un mes de antelación. Parece que ninguno de nosotros está acostumbrado a estas sesiones golfas, más propias de gente o más joven o más vieja. Se nota que somos internautas de pro y que gustamos de consumir descargas en casa, donde no se aguantan pelmas. Uno aplaude tímidamente al aparecer los rótulos que se adentran en el espacio sideral, y el resto nos echamos a reír, entre la condescendencia y la burla. Para todos ha pasado el tiempo, pero para nosotros peor que para Han y Chewie, que lucen fantásticos, preservados para siempre en un metacrilato de religión mundana. Las luces que anuncian el final de esa sesión especial descubren una realidad que de especial no tiene nada: viejóvenes con sus hijos, unos niños que entre bostezos se preguntan qué coño hacen ellos allí, en una reunión de nostálgicos barrigudos que sueñan con envejecer la mitad de bien de Han Solo. La edad y los carbohidratos solo perdonan a los protagonistas, chaval.