El pasado nunca pasa de nosotros
Las nuevas tecnologías nos han permitido la posibilidad de contactar fácilmente con gente de nuestro día a día, ya sean amigos, familiares, conocidos y también con gente que dejamos atrás hace algún tiempo, a la que se busca en un momento dado o a la que se encuentra por casualidad. Generalmente suele ser un momento de preguntarse cómo ha ido todo y cómo las personas han cambiado con el tiempo, un espacio para rememorar aquellos instantes vividos, teñidos de un encanto o una épica generada más por la nostalgia que por lo que fueron en realidad. La memoria es traicionera y manipuladora, así que en muchas ocasiones no nos damos cuenta de aquello que explica Javier Cercas en su excelente libro El impostor, de que el pasado no pasa nunca y es siempre una dimensión del presente. Y eso es lo que le sucede al trío protagonista de El regalo (The Gift; Joel Edgerton, 2015).
El regalo comienza con Simon (Jason Bateman) y Robyn (Rebecca Hall), una pareja recién llegada a California, donde el marido ha encontrado trabajo en una importante empresa, de ahí que puedan permitirse una buena casa en las afueras, moderna y estilosa, digna de esos programas televisivos que dan ilusión a los que viven en sombríos pisos de escasos metros cuadrados. Ellos son aún jóvenes, bien parecidos y dignos de vivir en un lugar como ese para completar el feliz panorama. Pero no tardarán en cruzar sus caminos con Gordon «Gordo» Mosley (Joel Edgerton), antiguo compañero de colegio de Simon, un tipo de esos que no suele entrar por el ojo a la primera por su tendencia a quedarse mirando a la gente y a hablar de forma errática, soltando ideas que tienen su parte de razón, pero que sorprenden por alejarse de la banalidad de las convenciones para socializar. «Gordo» empieza a dejarse caer por la casa de Simon y Robyn, cada vez con mayor frecuencia y dejando regalos acompañados de notas ilustradas con emoticonos, lo que hará sentirse a la pareja cada vez más vigilada.
El regalo es el debut en la dirección del australiano Joel Edgerton, experimentado en papeles secundarios y al que hemos visto hacer de marido cornudo en El Gran Gatsby (The Great Gatsby; Baz Luhrmann, 2013), de Ramsés en Exodus: Dioses y Reyes (Exodus: Gods and Kings; Ridley Scott, 2014) y de policía corrupto en Black Mass. Estrictamente criminal (Black Mass; Scott Cooper, 2015). Uno de esos actores que suelen cambiar de aspecto con su personaje y que cumplen con efectividad en todos ellos, aunque su nombre no se haga muy conocido para el gran público. También guionista del filme, se reserva para su personaje de «Gordo» esa capacidad de ser invisible en medio de una calle, pero con su parcela de interés cuando se fija la vista en él. Edgerton se reserva ser el motor del cambio que se operará en la feliz pareja y catalizará los fantasmas de ambos, dejando patente que la mejor de las familias esconde un interesante montón de basura bajo la alfombra. Y es que tras el perfil de triunfador de Simon hay un modo de actuar que ha dejado algunos heridos por el camino, mientras que Robyn guarda el resquemor de una fallida maternidad, con una encantadora y apacible sonrisa que oculta un montón de lágrimas.
Todos hemos sido objeto alguna vez de habladurías, de historias que otros cuentan sobre lo que hacemos y lo que somos a sus ojos. Es posible que hayamos sido también contadores de esas historias, de esas charlas de trabajo o de bar que se tienen con otros cuando no hay nada mejor que hablar con gente con la que poco o nada tenemos en común y que tienen como protagonista a alguien que no está allí y que al causar extrañeza por su no adaptación al grupo, es merecedor de ironías y burlas. No le falta razón al que dijo que la historia la cuentan los vencedores, porque si un grupo de personas decide que usted tiene algo negativo o risible, no tardará en sentirse calumniado por gente que ni se ha molestado en conocerle antes de empezar a soltar sus cuentos y será testigo de la paradoja de tener que congraciarse con aquellos que empezaron faltándole al respeto, para no ser el apestado de la manada. O puede que le conozcan y le quieran mal por motivos más o menos justos, en cuyo caso sufrirá un escarnio aún mayor, donde los maledicentes sembrarán la idea en las cabezas de otros de que usted no es trigo limpio y crédulos como (casi) siempre estamos al chisme, eso se quedará ahí dentro, marcando las relaciones con el criticado. Para unos será un pasatiempo, para las víctimas una fuente de malestares o de auténticos problemas, según lo miserables que sean los que maldicen. Ese es el concepto que maneja Joel Edgerton para armar un relato en el que el pasatiempo de hace años puede tener un efecto boomerang, porque los actos tienen sus consecuencias y no se pierden en el vacío si alguien no quiere que así sea.
Edgerton controla con buen pulso las dosis de intriga y los momentos de mayor suspense, donde incluso los “sustos del gato”, esos golpes efectistas y ridículos para dar sustos al precio que sea, quedan justificados por la situación de paranoia de quien los padece. Tanto él como Jason Bateman y Rebecca Hall completan un sólido trío protagonista de una película que te deja pensando una vez que la has terminado. Pensando en las veces que has sido víctima o has formado parte del rito de la manada, por diversión o para que no te tocara a ti pagar el peaje. Pensando en las injustas ideas sobre nosotros que en este momento puede estar sembrando alguien en cabezas ajenas. O las ideas que escritos como este puedan hacer germinar en aquellos que nos leen, para dar ánimos a ponerse a ver El regalo y comprobar cómo el pasado nunca pasa de nosotros.