Terror romántico, romántico terror
Reinventar la historia de Inglaterra desde el siglo XVIII puede sorprender muchísimo menos que el atreverse a versionar a la icónica Jane Austen. Al fin y al cabo, novelas ucrónicas conocemos y ya hemos leído muchas, pero… ¿tergiversar Orgullo y prejuicio, estandarte de la literatura inglesa? Eso ya es otro cantar. Y no únicamente porque la autora analice tan soberbiamente a la sociedad británica de la época, y en concreto el papel de la mujer en un momento en el que el peso y presión social era incluso más elevado que en el tiempo actual, sino, además (y como argumento mucho más frívolo, permitídmelo), porque muchos somos los que encontramos en el romance de Elisabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy el gran símbolo del amor (in)alcanzablemente soñado. Bordes con encanto… ¿no son irresistibles?
Entonces, ¿quién en su sano juicio (además de por querer aprovechar un filón que parece inagotable) les convertiría en guerreros expertos en artes marciales, entrenados para combatir… ¿¡¿zombis?!? Pues Seth Graham-Smith, en 2009. Pero es que el acercamiento para la gran pantalla de Burr Steers, que ejerce de director y guionista, es más atrevido incluso que la irónica (y para muchos, sacrílega) novela: ¿es posible no perder no sólo la esencia del texto original de Jane Austen, sino además mantener casi intactos los mejores pasajes del libro sin caer en la superficialidad, o en la amalgama por la amalgama sin encontrar una relación directa entre los aparentemente opuestos mundos?
Se puede, sí. Y la razón es simple: zombis sociales, existen. Proliferan, más bien. No es difícil hacerlos aparecer en el relato.
Un gran inicio, un muy buen desarrollo, y una enorme escena postcréditos, por mucho que ya nos la imaginásemos, convierten a Orgullo + Prejuicio + Zombis en toda una agradable y disfrutable sorpresa.
Ingleses y franceses. Japón y China. Aristócratas y pueblerinos. Amor y zombis…
Sin entrar en la lógica inconsciente a la que nos lleva la irónica transformación de esta primera sentencia, lo que está claro es que la nueva novela prepara el terreno desde su inicio: vamos a hablar de zombis. Y mucho.
Así que el filme no puede ser menos, pero además supera con creces esta introducción literaria: conocemos al Coronel Darcy, experto en detectar zombis con los primeros síntomas, cuando aún parecen personas vivas. Porque se nos explica que hasta que no prueban el cerebro humano pueden retrasar su exponencial transformación. Personas que hablan, que son astutas, incluso (de ahí a que en un momento del filme se pronuncie la genial frase incluida como introducción en este texto). Aristócratas con un mínimo de inteligencia, al menos cuando aún no se ven sobrellevados por su avaricia. Digo, ansias de poder. Digo… hambre de cerebros.
La crítica social persiste, e incluso está mejor escondida que en la novela original.
Los reiterados consumidores de Orgullo y prejuicio, casi expertos analistas ya de ella, estamos ojipláticos ante esta primera secuencia. Cuando se nos presenta la base de la ucronía planteada que explica esta nueva línea temporal en Inglaterra (entre 1700 y 1800), durante los títulos de crédito que aparecerán a continuación a modo de mezcla entre el kamishibai japonés y el teatro de sombras chinas… las dudas se convierten en ganas de saber más. Y el fino, puro y sobrio humor inglés (aunque el filme es americano) no tarda en surgir. De hecho, ya lo hace en los citados créditos: se dice que se rumorea que la infección la propagaron los franceses… impagable.
Y de esta ocurrente forma de ubicar al espectador en el inminente Apocalipsis zombi… con toda naturalidad se pasa ya a la primera escena de Austen: los Bennet, en su humilde hogar, hablan de las buena nueva, la llegada a la zona de un acaudalado y joven soltero, el Sr. Bingley…
A partir de aquí, todo cobra un peculiar sentido. Las Bennet, de familia humilde, estudiaron artes marciales en China (de ahí esos elegantes vestidos que lucen todas ellas con sutil corte asiático). Los acaudalados burgueses, en Japón. Pero todos ellos van armados al baile, porque nunca se sabe cuándo un ejército zombi puede atacarles. Claro. La premisa se torna pronto obvia en la lógica de un espectador que se deja atrapar por la absurda idea de existencia de personas aprovechadas. Digo, de zombis come-cerebros.
El Señor Darcy caerá rendido ante los encantos de Lizzy cuando la vea luchar, y por mucho que su orgullo le mortifique, tendrá que acabar confesándole su amor. Elisabeth no estará preparada, por lo que conoce, o cree conocer, del malhumorado y estirado Darcy, así que le rechazará (al más puro estilo de una consagrada guerrera, claro)… y así hasta el conocido desenlace. O no tan conocido… pero sí respetuoso en todo momento con la trama y acciones y emociones de todos los personajes. De esta forma, la película es apta tanto para profanos en la historia de amor de Elisabeth y Darcy, como para expertos en suspirar por el bienaventurado romance.
Y, adicionalmente, cualquier irrupción del Sr. Collins hace que valga la pena el visionado de la película, ya que la vertiente cómica del personaje se potencia aquí de forma hilarantemente contenida, con un Matt Smith que parece haberse dedicado a estudiar en profundidad al clérigo, consiguiendo que conserve su repugnante inocencia pero llevándole a la altura de la broma que es este filme. De hecho, cobra más relevancia y consigue mayor empatía que el propio Sr. Darcy (quizá porque, inevitablemente, Sam Riley no es Colin Firth. Tampoco es Matthew Macfadyen). El perfil que este otorga al personaje, más bien indefinido, sin demostrar en ningún momento la famosa contenida atracción por Elisabeth Bennet, no está a la altura de las que seguimos pensando que algún Sr. Darcy acabará llegando a nuestra vida….
La trama de Wickham, la más transformada y la que hace derivar la historia hacia los menesteres políticos (digo, de zombis), es el soplo de aire fresco que consigue fusionar el relato a la perfección. El desenlace final, la batalla de los soldados contra zombis, la liberación de la esposa de Wickham, las explosiones imposibles… todo el imaginario apocalíptico tiene cabida en esta versión que nos mantiene con una sonrisa permanente.
Porque quien busque un filme de terror, no lo encontrará. Quien busque puro romanticismo, pues tampoco. El tono del filme, conscientemente divertido en la medida justa, buscando la complicidad con sus serios personajes y no la diversión palomitera, encuentra el admirable equilibrio entre los géneros de terror, romántico y cómico. Estamos ante un filme con una producción exquisita, en la que destaca la cuidada puesta en escena reproduciendo la famosa época con todo detalle pero que no se ha olvidado de dinamizar las luchas con zombis con modestas pero estudiadas coreografías. Sumado esto al conseguido formato centrado en reírse de sí mismo sin demostrarlo abiertamente, el único “pero” de Orgullo + Prejuicio + Zombis será, precisamente, el que ponga el propio espectador. Un espectador que por orgullo, y prejuicios, no querrá abrir su mente a contemplar la maduramente risible dinamitación de la novela de Jane Austen.