Nuestra hermana pequeña, de Hirokazu Koreeda

La estructura básica sobre la que se ha construido la sociedad desde prácticamente el principio de su existencia es la familia. Con el paso del tiempo vemos cómo esa configuración inicial está empezando a aceptar cambios y alteraciones, y sobre todo cómo choca con un sistema económico e ideológico que tiende a favorecer el individualismo, generando todo tipo de incertidumbres pero también de posibilidades. A pesar de esto, el grueso de la sociedad japonesa se caracteriza por una férrea conciencia de sus orígenes y sus tradiciones, algo que le lleva a preservar este sistema familiar a toda costa (entra aquí el sentido del honor, que juega un papel fundamental en la historia del país). Este conservadurismo entra en conflicto, y es puesto en tela de juicio, con los inevitables cambios del mundo contemporáneo (el divorcio, la adopción, la orientación sexual…), obligando a reevaluar qué es la familia y qué estamos dispuestos a sacrificar por ella.

Kore-Eda, que ya había explorado un dilema de esta categoría en la anterior De Tal Padre, Tal Hijo (Soshite chichi ni Naru, 2013), se lanza a la adaptación de los primeros volúmenes del manga Umimachi Diary para dar forma a Nuestra Hermana Pequeña (Umimachi Diary, 2015), un slice of life de cadencia muy pausada que sigue el día a día de tres hermanas viviendo juntas en la casa familiar. Tras recibir la noticia del fallecimiento de su padre, al que no ven desde hace lustros, asisten al funeral en el que conocen a su hermanastra de trece años, hija que tuvo su padre en un matrimonio posterior, y a la que convencen para ir a vivir con ellas. La película transita entonces por un primer segmento centrado en la adaptación de la adolescente a este nuevo ecosistema, y en el que se pueden adivinar vagas reflexiones sobre las dificultades y las alegrías de cambiar de vida, o las diferencias entre el entorno rural y el urbano. Y sólo se pueden denominar como vagas por la propia puesta en escena del director, un sello de identidad en su filmografía que se caracteriza por una mirada respetuosa y nada intrusiva en los acontecimientos filmados, que deja espacio para que el espectador saque sus propias conclusiones.

nuestra hermana pequeña

Y es precisamente en el siguiente segmento donde empieza a traicionar esta posición, cuando la hermanastra ya está adaptada y empiezan a brotar pequeños conflictos del pasado, que llevan al personaje a exteriorizar unas inquietudes presentes desde el principio, y que habían sido ocultas bajo una fachada de optimismo y buenas intenciones. De las tres hermanas es Sachi, la mayor y la más responsable, la que se enfrenta conscientemente al gran problema que articula la cinta: cómo educar a las nuevas generaciones, como inculcarles los valores y tradiciones, cuando las generaciones precedentes sólo nos han dejado decepciones y fracasos. Es, sobre todo, el miedo y la sospecha de que sólo somos niños fingiendo ser adultos.

A pesar de todo, Kore-Eda nunca pierde del todo su parsimonia, e intenta mantenerse fiel a la objetividad de lo representado. Tal es este deseo que, a petición expresa de la autora del manga original, las escenas están grabadas acorde a la estación del año en la que suceden. Una decisión que alarga y complica las labores de rodaje pero con la que se consigue a cambio no sólo la adecuación de los escenarios (delicadamente grabados, con suaves travellings) sino de las actuaciones del propio reparto, que experimentan en su propia piel el frío del invierno y el calor del verano. Es difícil saber si proviene del propio guion o si es resultado del acomodamiento del japonés, pero sobrevuela en la película la sensación del piloto automático, de punto de intersección entre obra de autor y producto (algo parecido a lo que sucede con el último cine de Woody Allen), que retrata un Japón pulcro y misterioso, cubierto de pétalos de cerezo en flor, tal y como aparecería en una guía turística para occidentales. Inquietud sólo válida desde este punto de vista y desde este lado del planeta, que sin embargo no ensombrece la indudable sensibilidad de su mirada ni la universalidad de sus temáticas.