Como acertadamente comentaba a raíz del estreno de Boyhood (íd., 2014) el amigo y programador del SEFF, Alejandro Díaz, hay en las mejores películas del texano Richard Linklater una pulsión única llena de una vitalidad, directamente proporcional a la de sus propios personajes y sus historias (pues suelen ser más de una, complejas o anecdóticas), que traspasa no solo la pantalla sino que nos sigue acompañando tiempo después y especialmente cuando evocamos sus instantes, imágenes o situaciones. Naturalmente, no se trata de una característica exclusiva del director de Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993) si bien resulta asombroso cómo funciona y se ha desarrollado desde esta fundacional película (el tercer largometraje de su autor y donde, en mi opinión, arrancaba el estilo Linklater) hasta esta su última producción, sobre el papel un intrascendente relato comprimido en un fin de semana de descubrimiento y sensaciones de un grupo de jóvenes universitarios, a principios de los ochenta, con ganas de pasarlo bien y disfrutar. Ni más ni menos.
El gran triunfo de Todos queremos algo, que se me antoja ahora mismo, en parte seguramente porque la tengo muy reciente y esa vitalidad me tiene embriagado, una de las mejores películas de su director: para entendernos al nivel de las mencionadas más arriba, de Escuela de rock (School of the Rock, 2003) o de Antes del atardecer (Before Sunset, 2004), se encuentra sobre todo en ese despliegue de «momentos para recordar» completamente instalados en determinados clichés y lugares comunes, que fuerzan al máximo su ascendente brillante y omiten cualquier tendencia hacia la oscuridad: de manera muy coherente con el tono y la búsqueda de congelar esos recuerdos, los cuales tienen, sin excepción, un rasgo abrumador y maravilloso: resultan tan auténticos e irreales como la propia memoria personal y colectiva, la del creador y la de todos los espectadores. Y ese plano final, tan genuino de Linklater, lo cierra y empieza todo, de manera preciosa: el protagonista empieza su primer día de clase, empalmando una noche de fiesta completa, y literalmente se acomoda en el pupitre para dormir.