Me han propuesto escribir unas líneas sobre la última película del portugués Pedro Costa, que vi solo una vez, una noche, en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, en 2014. Primero: que por fin llegue a los cines españoles una película de Costa es un acontecimiento. Por eso la voté en mi lista, pese a ser de 2014. El director de Juventude em marcha (2006) empezó haciendo de mensajero entre algunas personas que había conocido en Cabo Verde y familiares o conocidos suyos que residían en Lisboa, en la época en que rodó Casa de lava (1994), película que narra un viaje al país africano. Fue a través de esa correspondencia que Costa entraría en contacto con el barrio lisboeta de Fontainhas y comenzaría a tejer, a filmar, la que es una de las trayectorias cinematográficas más bellas, íntegras y coherentes de las últimas décadas. Segundo: si me pongo a pensar en Caballo dinero, en sus imágenes, lo que más recuerdo es la oscuridad. Las luces nocturnas de Lisboa, el rostro de Ventura, su figura tratando de atravesar no solo la noche sino también las brumas de su propia memoria de una vida a la intemperie. Recuerdos, fantasmas, anhelos de una vida menos precaria persiguen a un hombre que observa como su lucha por la dignidad y la supervivencia está abocada, en último término, a la desintegración. Y ahí interviene la cámara de Costa, que en una charla en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona dijo que filmaba para preservar en el tiempo a algunas personas y algunas historias. Pero la textura de su película —pocos cineastas le sacan tanto partido al digital— no es tanto la de la mezquina realidad como la de un sueño extraño en el que nadie se presta a confirmarnos quienes somos y qué diablos hacemos aquí.