Podemos pensar que ya se ha dicho todo sobre los campos de exterminio, que Claude Lanzmann hizo la película definitiva. Pero El hijo de Saul evoca, de nuevo, a Auschwitz, de manera tan diferente como incómoda. Necesaria, obligatoriamente, incómoda. Aquello que no podemos olvidar de modo alguno (pero que en cierto modo se está reproduciendo con los refugiados) es, no obstante, demasiado terrible y obsceno para exhibirlo en pantalla. Ya no podemos recurrir al rostro aterrorizado de Mark Hamill descubriendo el terror en The Big Red One de Fuller. No podemos simplificarlo en un efectista melodrama como hicieran Spielberg o Benigni. Cada vez más telenoticias presentan imágenes con ecos de Auschwitz. ¿Cómo hacer más próxima una imagen que veíamos sin sentirla si ahora vemos imágenes semejantes de las que no comprendemos el sentido? Tal vez por ello Nemes adopta una opción estética, tan peculiar y sutil como eficiente.
Saúl es un sonderkommando, lleva a otros judíos a la cámara de gas, sobrevive mientras otros mueren. Pero es también, víctima. Como Sísifo, muere cada vez que ayuda a matar centenares de compañeros. Saúl sobrevive siendo un muerto hasta que vuelve a vivir, en el infierno mismo, y recupera su dignidad. Y Nemes recurre a una brillante estratagema estética y técnica. Engancha, prácticamente, la cámara al personaje, de frente o en la nuca, y le sigue con afán. Con la ayuda de un actor al que no permite expresar emociones, una banda sonora que materializa el terror y la maldad en sonidos y una lente de 40 mm que mantiene en borroso off todo aquello que está a más de un metro de Saúl, Nemes nos identifica con él. De espectadores pasivos pasamos prácticamente a protagonistas y así entendemos, sufrimos, aquello que era, aparentemente, irrepresentable. Vivimos el horror junto a Saúl. El mira al suelo. A nosotros, Nemes y su cámara nos marcan la mirada. El horror está ahí pero no lo enfocamos, nos resistimos a aceptarlo. No sabemos ya si nuestra mirada es inocente. No sabemos si tal vez somos también cómplices, aquí y ahora, del horror.