La sátira de Verhoeven, escéptico revulsivo social
Convertir una violación en una excusa para cuestionar la moralidad de la sociedad del primer mundo no debería prestarse a cuestionamiento. Pero convertirla en una sátira le ha conllevado a Verhoeven más de una recriminación. Lo más interesante, por supuesto, es plantearnos desde qué mirada se le reprocha al director su propuesta. Verhoeven se interesa por llevar a la gran pantalla la adaptación de la novela de Philip Djian Oh…, y lo hace dirigiendo un film tan provocador como todos los anteriores que ha firmado, pero con un enfoque mucho más sutil, sagaz y reivindicativo. Eso sí, si algo puede demostrarse es que el director ni es irrespetuoso con la violencia presentada, ni la banaliza. Sencillamente, la presenta tal y como es: tan realista como es capaz de mostrar una cena familiar. Y precisamente eso es lo que la hace irreverente ante nuestros hipócritas ojos. Para estupor de un espectador que no sabe muy bien cómo reaccionar ante los acontecimientos, encontramos una demoledora burla expuesta desde la sermoneadora calma del que es consciente va a levantar ampollas. Porque Elle es fría, y punzante. Un retrato en imágenes de la personalidad de su protagonista. Rezuma un realismo arrollador, porque quiere demostrar que vivimos en una época en la que un acto así de violento está, incomprensiblemente, tan integrado en nuestra sociedad que ya ni le damos importancia. Verhoeven quiere sacudir nuestras conciencias y, de hecho, su finalidad no es ni tan siquiera hablar de la agresión en sí. No es el centro de discusión.
El centro de discusión es, en realidad, el por qué nos hemos abandonado. Como individuos, y como sociedad.
El director, entonces, toma el abominable hecho para arremeter contra el fanatismo religioso; contra unos medios de comunicación que muestran la realidad como mejor les interesa (sesgada, edulcorada o sobreinterpretada); contra aquellos que cortan las alas a la imaginación, o que se esconden tras las normas establecidas para pasar desapercibidos. En última y lógica instancia, el director nos mira directamente a nosotros, espectadores, y nos reprocha que no estamos planteándonos el porqué aceptamos vivir dentro de este manipulado engranaje que es una sociedad tan superficial como la nuestra. Todo esto lo consigue a través de la mirada de Ella: una mujer independiente, hecha a sí misma, controladora, femenina, admirada. Y el director nos reta: ¿qué es moralmente correcto, la reacción de ella o la reacción de su entorno? ¿Por qué nos turba su forma de pensar, cuando está en su pleno derecho a reaccionar y sobrellevar sus desventuras (y enseñar a otros cómo hacerlo) como ella crea conveniente? ¿Por qué nos sentimos moralmente superiores?
Verhoeven, como decíamos, nos sermonea, encontrando en Isabelle Huppert a su perfecta cómplice… mientras se divierte con su exposición. Convierte Elle en un relato sobre la bajeza humana y sus peculiaridades, jugando además con los géneros cinematográficos. El horror deja paso a la aséptica reacción (no únicamente como barrera, sino como forma de vida) que ya introduce Djian en la novela; al juego de miradas, a los enredos familiares. Del más puro thriller pasamos a la comedia, al humor negro, al terror psicológico de nuevo, al costumbrismo…. El avance de los sucesos se presenta de tal forma que el espectador acaba olvidando el acto en sí con el que se inicia el film, para devolverle a él con una bofetada en formato flashback, y para rápidamente dejarlo atrás de nuevo presentando a una mujer que prefiere superar los anímicos obstáculos a través del control, la atracción y el deseo, sentimientos y formas de actuar que la han ayudado durante toda su vida. Es así como el director defiende que si ella, Michèle Leblanc, reacciona como lo hace, no es porque no le haya afectado en absoluto, ni porque sea una psicópata. Es porque está aburrida de lo que la rodea. Porque en su pasado, esa sociedad la trató como una basura. Y, seguramente, acabó creyendo que lo era.
Cambiar el mundo empezando por uno mismo, sin dejarse arrastrar por las normas y represiones de la sociedad global. Esta parece la esperanza de Verhoeven… pero él mismo la boicotea. Tras todo su planteamiento, es consciente de la intrascendencia social de su relato. ¿Hay salvación social? ¿Individual? ¿Estamos a tiempo de cambiar, o somos nosotros mismos los que alimentamos, conscientemente, este retorcido ciclo de vida y muerte, de engaños y envidias, y de egoísmo y venganzas? El hijo de Michèle, a su manera, es el que nos da la respuesta.