Enfrentarse a un film de Quentin Tarantino en una sala de cine (o en el salón de casa, aunque deberíamos convenir que sigue siendo una experiencia distinta al menos en este caso concreto) es como montarse en una suerte de atracción de feria que pudiera conectar y contentar a cualquiera, incluso al más incrédulo o aburrido: las ferias, personalmente, me dan bastante grima y los parques recreativos me resultan indiferentes… Soy un rarito, para que lo vamos a negar a estas alturas. Por eso desde que existe Tarantino voy a ver sus películas como algunos van a ver un partido de fútbol o a gritar a un concierto. Soy un fanboy. Lo reconozco. Pero lo soy en solitario. Voy sin compañía. Me siento lo más lejos del mundanal ruido y/o lo más apartado del contacto humano. Generalmente prefiero los pases más vespertinos posibles. Si bien, al contrario de lo que creo es una norma del fan, siempre he huido de las urgencias: el estreno y las primeras semanas no son recomendables para mis planes de feriante renegado. Y hablando de urgencias, he de reconocer que con Los odiosos ocho me sorprendí estando en continua alerta durante los primeros cuarenta minutos de película, ansioso porque ocurriera algo, como si esa efervescencia se volviera contra mí y quisiera dañarme en lo más profundo de mi vindicación y me repitiera insistentemente: “que pesado Tarantino con tanto diálogo… y tantas idas y venidas, retruécanos mediante” (me hablo a mí mismo de forma aún más espantosa, lo siento). Era todo, como siempre, o casi, ocurre en Tarantino, un engaño de la mente, un cambio de las expectativas y un preámbulo de la atracción. Progresivamente, de forma esquiva pero a la vez acumulando con maldad una alta tensión, la trama, la historia, esto es, el espectáculo avanza hacia un lugar habitual que no se puede evitar: aparece un click (literalmente) en el espectador y la rueda gira sin parar y ya no quieres que se acabe nunca, de hecho te gustaría que volviera a empezar y ver de una manera más auténtica, más sabia, esos primeros cuarenta minutos en los que estabas desconectado y sin la predisposición adecuada, vamos que no te habías enterado de qué iba el juego… En todo caso, sabes que podrás volver a disfrutarlo desde cero en cualquier momento y en cualquier sitio (incluido ese sofá casero no apto para ferias) y que las sensaciones serán aún mejores.