El desafuero romántico
Makoto Shinkai, creador de Your Name (Kimi no na wa, 2016) de la película de animación más comercial de la historia de su país desbancando dieciséis años después a El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001), es cualquier cosa menos un advenedizo. Llevaba mucho tiempo presentando sus credenciales, escalando peldaños, rindiendo homenaje a sus mayores pero sin demostrar ninguna pleitesía interesada. Shinkai, a la misma velocidad que la hoja del cerezo descendiendo tras su fulgurante floración (cinco centímetros por segundo, aseguran) se ha convertido en el buque insignia de lo que todo Japón querría que significase para el mundo el anime. Su tema principal: la sublimación del cuelgue adolescente como único (¿último?) acto de rebeldía antes de abandonar la edad prohibida y tirarse de cabeza a lo que quiera que la multinacional de turno tenga reservado para mí. Un último despliegue de colores antes del corrimiento definitivo al gris.
Antes de Your Name: trenes, viajes al centro de la tierra y zonas seguras. Su manifiesto fundacional llevó por título Other Worlds (Tooi Sekai, 1997). Había vagones de metro —¡por supuesto!—, música de Erik Satie que pretendía dictar sentimientos y dos personajes que parecían estar solos en el mundo. En 90 segundos. No necesitaba más para llevarle a uno bien lejos —cometas, juventud recobrada, destellos de una tarde de verano, fragmentos de frases que pudieron ser de ella, ¡pero no de cualquier ella!, de Ella—.
She and Her Cat (Kanojo to Kanojo no Neko, 1999) era ya una temprana obra maestra. Realizada con apenas 25 años, lograba contar en cinco partes y menos de cinco minutos la historia de una japonesa solitaria desde el interesado —pero enamoradizo— punto de vista de su gato. Vida interior, el goteo de la lluvia y la búsqueda de esa emoción de las pequeñas cosas. No hay trampa ni cartón: Shinkai quiere emocionar. Y está seguro de poder hacerte llorar en un tiempo récord. ¡Ríndete, cínico!
Con una duración similar pero rodada 14 años después, Someone’s Gaze (Dareka no Manazashi, 2013) podría ser otro día cualquiera en la vida de nuestra anterior protagonista. Camino ahora del trabajo, manteniendo una relación aparentemente distante —pero emotiva, sí, muy emotiva— con su padre. También hay gatos y esa sensación de elegía, de vida pasada contada en tiempo presente. (Un malintencionado podría decir que son como anuncios de seguros animados: lacrimógenos, nostálgicos, certeros reveses a nuestra memoria selectiva que siempre nos pillan con la guardia baja. Si de algo podemos acusar a Shinkai es de querer convertir en eterna toda aquella inocencia interrumpida hace mucho tiempo). El buen rollo puede acabar rondando el kawai y lo más cerca que ha estado Shinkai ha sido en Egao (2003), un video musical con hámster adorable y fémina risueña. Y es que en sus piezas cortas hay espacio para todo, incluso para el desmelene. Como en los apenas 60 segundos de A Gathering of Cats (Neko no Shūkai, 2007) en la que un felino reiteradamente pisoteado por una familia poco cuidadosa sueña con una venganza de proporciones colosales, al más puro estilo Godzilla.
Viaje a Agartha (Hoshi o ou kodomo, 2011), su tercer largometraje, tenía algo de aventura a lo Jean Cocteau, de Orfeo Negro tan ilusionado como desesperado. Una huérfana con una radio capaz de sintonizar el otro lado del cristal y un falso profesor que quiere arrebatarle su mujer a la muerte. ¿Cabe pareja más desesperada? El descenso al submundo funcionaba como respuesta especular a El castillo en el cielo (Hayao Miyazaki, 1986). Reflejo en un lago y reencuentro con otra civilización antigua, con los últimos guardianes de la laguna Estigia. En el apartado meramente visual, Shinkai rozó la gloria con El jardín de las palabras (Koto no ha no niwa, 2014), un mediometraje que elevaba la animación a nuevas cotas de perfección jamás vistas. Su pasión por el detalle era lo que hacía trascender esta historia pequeña, genuina obra de cámara alrededor de los encuentros furtivos entre un estudiante campanero y una profesora desmoralizada. El primero únicamente quería hacer lo que mejor se le daba (zapatos, sí, ¿qué pasa?). La segunda, en pleno control de daños en lo que a su vida sentimental se refería, se contentaba con encontrar un refugio bajo la lluvia. El vínculo, del que luego hablaremos, estaba a punto de establecerse.
Un parque, diversas casualidades, un sentimiento latente. Shinkai no necesita mucho más: todo japonés adulto conoce esa sensación de vértigo, de fracaso en el éxito que prologa el abandono de la demencial enseñanza secundaria y el ingreso en la universidad elegida. Un alivio después de tanta exigencia.
Los cuatro anuncios que hasta ahora ha filmado Makoto también son redondas incursiones en la épica del esfuerzo. Bosphorus Tunnel (Bosuporasu kaikyō ton’neru, 2011), Sri Lanka highway (Suriranka kōzokudōro, 2013) y Vietnam Noi Bai Airport (Betonamu noibai kūkō, 2014) fueron spots para Taisei Corporation, una empresa especializada en obras civiles faraónicas con casi 150 años de historia. Épica para anunciar sus proyectos más ambiciosos: el túnel bajo el Bósforo que conectará Europa y Asia, la primera autopista de Sri Lanka o un nuevo aeropuerto en Vietnam. Ingenieros de ambos sexos que presumen de hacer lo que hacen como homenaje a sus parientes lejanos o por esas ansias de demostrar que, sencillamente, sí se puede.
Para Z-Kai (una especie de CCC a la japonesa, promotora de cursos por correspondencia preparatorios para la Universidad) se marcó Cross Road (Kurosu Rodo, 2014), una loa al esfuerzo individual recompensado en esta ocasión, además, con un encuentro triunfal ella-él (pisotón incluido). Un subidón animado que te hace preguntarte en qué momento dejó de importarte aprender cosas nuevas.
Apocalipsis adolescente Now: la tetralogía de las estrellas
Cuatro cuentas finamente talladas y pulimentadas a lo largo de 15 años. Con una duración creciente de 25, 60 y 90 minutos, para terminar eclosionando en la hora y tres cuartos de Your Name. Shinkai sabe que te enamoraste del chico/chica de la tercera fila, que te gustaría saber más de astronomía para poder ubicar Venus por las noches y que sigues llorando cuando nadie te ve, ya sea por el recuerdo de ciertos rostros o por la inquietante presencia de millones de planetas inalcanzables.
Empezamos con Voces de una estrella distante (Hoshi no Koe, 2002), en la que Makoto Shinkai ya perfiló lo sagrado del vínculo. De ese vínculo cursi e incomprensible para algunos, pero en extremo venerable en una tierra en la que, de facto, todo puede ser venerado.
Una heroína embarcada en su propio juego de Ender, a ocho años luz del que debería de haber sido su inseparable compañero de instituto. Miembro selecto de un ejército enviado por la ONU para luchar contra un enemigo escurridizo (¿real, siquiera?). Sí, los enfrentamientos al más puro estilo Evangelion se suceden y visitamos por primera vez Agartha, situada para la ocasión en el centro de ninguna parte. ¿Cuántos lustros estarías dispuesto a esperarla? ¿En qué magnitud atemporal miden los nipones sus amores platónicos?
The Place Promised in Our Early Days (Kumo no Mukō, Yakusoku no Basho2004) le añadía dificultad a la ecuación, convirtiendo el binomio habitual en un triángulo amoroso entre un par de cerebritos con ganas de volar y una bella durmiente cuyo despertar puede, ahí es nada, acabar con el mundo. Había universos coexistiendo –no muy armónicamente-, los ecos de una guerra que dividió Japón a la altura del paralelo 42 y una torre de Babel que se perdía en los cielos. Y había, sobretodo, una promesa. Una promesa que no se podía romper, sin teoría de la relatividad que valiese. El primer largometraje de Makoto Shinkai nos dejaba bien claras sus ambiciones (además de director, suyos eran los créditos como guionista, responsable del departamento de arte, autor de los storyboards, productor de las tres unidades, director de sonido y montador). Ganó el prestigioso premio a la mejor película de animación concedido por el diario Mainichi, imponiéndose a Miyazaki (El castillo ambulante), Oshii (Ghost in the Shell 2: Innocence) y Otomo (Steamboy). Toma ya.
Cinco centímetros por segundo (Byōsoku Go Senchimētoru, 2007) estaba formada por tres instantes suspendidos en el tiempo, fatalmente marcados por el desencuentro. Un viaje en tren bajo una fuerte nevada, una promesa de amor antes de ser abducidos por la vida adulta. ¿Fulgores excesivos, romanticismo histérico? No, Takaki sólo quería despedirse como es debido de Akari. Pero una inclemencia meteorológica conspiró para que eso no ocurriese. El vínculo interrumpido se traduce en una vida sin objetivos. Takaki se nos obsesiona entonces por las estrellas, que en esta mitología adolescente equivale a estar todavía buscando, a no poder olvidar. No quiere tanto ser cosmonauta como alejarse lo máximo posible de una tierra que le duele. Cualquiera que se acerque a él lo entenderá: amar al que amó se considera una apuesta perdida en el país de los arrozales, las máquinas tragaperras impulsadas por bolas de acero y los políticos que piden perdón con muchas reverencias, aunque sigan sisando con idéntica maña que en Occidente.
Con todo este bagaje a rebosar de elementos comunes (esos que conforman el tortuoso mundo de la autoría), llegamos a su enésima consagración taquillera con Your Name. Pero esta vez existen interesantes variaciones que enriquecen sin duda al conjunto, comenzando por la presencia de momentos abiertamente cómicos, contrapunto anhelado a tanto drama desaforado entre mocosos trascendentes. Your Name son también trenes, lluvia y estrellas, incluso lluvia de estrellas. Este volvería a ser el marco incomparable, la temática de los fondos del anime. Pero Shinkai se muestra más ambicioso que nunca, fusionando temas recurrentes en la filmografía no sólo nacional, sino mundial: el enfrentamiento entre lo rural y lo urbano, la relativización del género sexual, la deformación del espacio-tiempo, la inminencia de un cambio, de una catástrofe. Un peligroso ejercicio de acumulación del que podría haber surgido un genuino engendro.
El vínculo entre Mitsuha y Taki nace en un entorno mítico para el joven nipón: las aulas (la ausencia de movimiento) y los medios de transporte (la velocidad). Lo seguiremos a través de tres instantes muy concretos: el inicio de la secundaria, el final de la misma y al término de la formación universitaria. La magia mediante la cuál ambos pueden llegar a comunicarse (aun viviendo en líneas temporales distintas) la desencadena un ritual shinto. La puesta en escena del mismo es también dual: el templo (cercano a la civilización) y el finis africae, el auténtico hábitat de los kamis (la gruta inmemorial, el reducto de la adoración original transmitido de generación en generación a través de la veterana intermediadora, fuente de conocimiento y guardiana de los secretos).
El resultado de tanta predestinación será el inopinado intercambio de cuerpos entre los dos jóvenes. Ella será él y viceversa. La habitante de un recóndito pueblo de la prefactura de Takayama vs. el tokiota sofisticado y posero. Paradójicamente, los éxitos más importantes en el terreno amoroso los lograrán él cuando la feminidad tome las riendas y ella cuando sea el chico el que gobierne sus emociones y reacciones.
Pero el vínculo, como ya hemos visto, no se establece para ligar con otros. El vínculo es algo personal e intransferible y exige del conocimiento (o de la voluntad de conocimiento) de ambas partes. Si hasta ahora habíamos visto a nuestros héroes separados por la adversidad, la distancia o la enfermedad, ahora le toca el turno al tiempo. Shinkai afina su sinfonía intergaláctica con videos musicales, fragmentos de cometa, padres resentidos o ausentes y un juego de espejos (ese “¿quién eres?” que funciona casi como motor de la acción) que permite que ambos lleguen a complementarse escuchando los consejos del otro. Un cruce desacomplejado entre Lady Halcón (Ladyhawke, Richard Donner, 1985), Ranma (Ranma ½, Rumiko Takahashi, 1989-1992) y Código fuente (Source Code, Duncan Jones, 2011), entre la maldición, la mera curiosidad erótica y el día de la marmota que te permitirá evitar la hecatombe. El cine de Makoto Shinkai ha evolucionado de lo particular a lo general, del micromundo cerrado de sus heroínas tristes al megaespectáculo con banda sonora con la que desgañitarse a coro en tu karaoke favorito. De un intimismo ensimismado a un panteísmo épico. De la depresión en ciernes a la revelación que justifica toda una existencia. Los espectadores nipones que han crecido con él se reconocen sin lugar a dudas en ese joven desesperado que acaba descubriendo (como tantas y tantas veces en el manganime) que el destino le deparaba un trabajo heroico… y mientras piensa en todas estas cosas (mientras se ejercita en el noble arte de las fugas mentales), el japonesito medio continúa cogiendo disciplinadamente el metro, desempeñando una faena que aborrece y malgastando sus noches en tabernas sórdidas donde además hay que reírle las gracias al jefe.
No, no os creáis mucho más afortunados. ¿Te queda mucho más que hacer aparte de recordar su nombre?