Sociedad moderna, sociedad fantasma
Espíritus, ectoplasma. Médiums, escépticos. Ira. Frustración. Miedo. Placer por lo prohibido. Curiosidad por jugar a ser otra persona. Necesidad, de ser otra persona.
Y pantallas de móvil. Vídeos en streaming. Multiconferencias. Noticias al instante. Aquí, y ahora. Toda la información, en el menor tiempo posible. A un sólo click. ¿Quién necesita relacionarse?
Nos trasladamos por las calles sin levantar la cabeza de la pantalla del móvil. Estamos rodeados de gente que no vemos. “Hablamos” a través de Facebook, Twitter, iMessenger, Whatsapp. Desnudamos nuestros sentimientos por escrito, pero no en persona. Y a completos desconocidos.
Desvinculación social. Parálisis emocional.
Assayas traslada su preocupación a la gran pantalla en Personal Shopper, con la excusa de convertir a la protagonista en una médium aficionada, tan temerosa como desubicada en un entorno que no acepta como propio.
Como si se tratase, realmente, de otra dimensión. «Los fantasmas siempre han estado ligados a los últimos avances tecnológicos».
Más tecnología, menos fisicidad.
De subgénero de fantasmas a thriller psicológico, y vinculando cada escena a través de inquietantes fundidos a negro, el guionista y director nos introduce en el mundo de Maureen. En nuestro propio mundo. Aprovechando el eco del escenario, sin reducir el sonido de fondo y utilizando música extradiegética exclusivamente para momentos clave (como cuando la protagonista, reflejo clave de nuestra propia conciencia, se estremece como resultado de la combinación miedo/deleite que le provoca probarse la ropa de la diva del momento), Assayas nos sumerge en una reflexión personal y coral, hasta el revelador e inconscientemente esperado desenlace, fundido a blanco. Y es que el director habla de fantasmas, sí, pero de fantasmas del primer mundo…
Identidad individual, aislamiento social. “Soy médium… mi hermano era médium”. Maureen lo dice rápido, con vergüenza. La misma que la acompaña cuando reconoce quiere ser otra persona. Una vergüenza que transforma en miedo, el de ser ella misma, sin saber muy bien qué significa eso, en un mundo que ensalza a personas muy diferentes. Personas más… superficiales.
La superficialidad conlleva despreocupación, que no deja de ser un estimulante antídoto para una sobrellevar una vida en la que nos cuesta dar la cara. Y es que Maureen, como el turbador Ingo, son en realidad los posvivos de Palahniuk: personas que proyectan sus frustraciones personales, haciéndose daño a ellos mismos, y a los demás. En este sentido, Assayas deja una peculiar puerta abierta a la interpretación de los acontecimientos, con esa enigmática secuencia repetida que no resta culpa a ninguno de los dos. Quizá, en realidad, el verdadero protagonista de Personal Shopper es Gary, el novio de Maureen. El verdadero premuerto. El escéptico, el que goza de la vida, el que necesita muy poco para ser feliz. El que se divierte con lo mínimo, el que pospone el volver a vivir en una engullidora ciudad, tan muerta como sus ¿interconectados? habitantes. Esos que aparentan felicidad a través de sus fotos de Instagram.