Most Beautiful Island, de Ana Asensio

Big Apple, Big Dreams

“Hola, soy Ana Asensio la guionista, directora, protagonista y una de las productoras de esta película” así comienza la versión audio comentada de Most Beautiful Island (íd., Ana Asensio, 2017) en una presentación que sentencia el estado de la cuestión cinematográfica autoral: los filmes más interesantes del panorama son concebidos por pluriempleados que deben poner todo su capital material y mental para sacar adelante estos proyectos. Frente a una tradición fílmica que presenta Nueva York como un fruto del que sacar todo el jugo, de aquí a un tiempo y a causa de un cambio en la voz del que mira —antes, hombres acomodados; ahora, mujeres migrantes de orígenes humildes— interpretamos la ciudad como un territorio hostil, asfixiante e impredecible. Luciana (Ana Asensio), la protagonista de esta película, huye de una España natal desde donde la imagen de una niña la acosa, es su hija. Ya en Nueva York y en medio de una enrarecida precariedad laboral, se enfrenta a la soledad y la culpa. Un misterioso trabajo nocturno parece presentarse como su redención. El filme transita desde el drama social hacia el thriller psicológico dando así la vuelta al personaje de la mujer migrante y convirtiéndola en una heroína de lo cotidiano.

01. Luciana y la isla

Las primeras imágenes de Most Beautiful Island parten del corazón de la ciudad y de los ojos de un voyeur inexistente. La cámara, oculta en recovecos, sigue a chicas que avanzan entre la gente. Aparentemente ninguna tiene nada que ver con las demás, y es cierto que, si bien alguna de ellas tiene un mínimo papel posterior, en la mayoría de los casos no volverán a aparecer en la cinta. Nosotros, también mirones, las unimos a todas ellas con un alambre invisible. Podrían ser turistas, neoyorquinas o paseantes pero su expresión ausente y su condición de mujer las hacer parecer parte de un proyecto más grande. La última de ellas es Luciana.

Esta primera parte de la cinta contrapone a la protagonista con sus espacios cotidianos y nos muestra sus reacciones ante situaciones habituales en la vida de una migrante. El espacio de trabajo de Luciana es la calle, primero, disfrazada de pollo y repartiendo flyers de un restaurante; después, cuidando de unos niños repelentes y ricos. La aparente fragilidad que transmite el físico de Asensio contrasta con las respuestas de Luciana: se cuela en el médico a pesar de no tener seguro o rompe un vestido para poder salir de la boutique con él a precio de ganga. En resumen, la descripción de un personaje que está dispuesto a todo para sobrevivir. El espectador vive con Luciana estos momentos, se siente parte de la acción del filme y asentiría a la pregunta de si los sucesos que acontecen pertenecen al mundo de lo real ¿Cómo consigue esto Asensio? Un trabajo de cámara en 16mm aleja las imágenes de la saturación hiperreal del digital y las acerca a la suciedad e imprecisión del analógico. La directora conoce a su espectador potencial sabiendo que este cinéfilo asociará el trabajo en película y la cámara en mano con el cine de Cassavetes, paradigma del arte sin artificio. Por otro lado, la decisión de no incluir extras profesionales en producción contribuye a que cada reacción esté registrada en el momento exacto en que se produjo: la sorpresa es real, la duda es real, los ciudadanos son reales.

El espacio doméstico en la ficción de Asensio es igual de importante que el público. Allí es donde Luciana guarda, en bolsitas herméticas, objetos que conservan el olor de su niña perdida. Lo vulnerable se cruza con lo perturbador en el personaje de la mujer cuya ausencia e impermeabilidad, parece a punto de romperse en cualquier momento. Su reacción en el espacio acuoso de la bañera, uno de los momentos más íntimos en el cine, ante una horda de cucarachas que aparecen por un agujero de la pared confirma su inestabilidad: Luciana observa los insectos mientras se hunden, los aparta levemente de su cuerpo con una mueca indescriptible.

Los espejos juegan un papel estético y simbólico vital en el cine de Asensio. La primera vez que vemos a Luciana en el sofá de su casa es a través de un espejo, desde una posición de cámara oculta para la vista. Esta decisión intensifica la sensación voyeurística a la vez que nos cuenta un secreto: la mujer que estamos viendo es un espejismo de sí misma. Los primeros pasos que Luciana da hacia su destino también se narran a través de reflejos: primero, cuando compra el vestido negro que le permitirá acceder a su nuevo trabajo; después, cuando se enfunda en él y se mira al espejo. Un sonido metálico chirría en nuestras pantallas y con él, un fundido a negro: Luciana parece predecir el peligro que ya habita en ella.

02. El camino

El segundo tercio de Most Beautiful Island se convierte en un periplo hacia el destino de Luciana y, a la vez, una pregunta con su respuesta ¿Cómo llega una mujer sin recursos de una punta de Nueva York a la otra? Asensio decide que la cartografía de su film mantenga las distancias reales del mapa de Nueva York. Así, es factible que llegue corriendo del punto geográfico de una escena a la siguiente lo que continúa aumentando la sensación de estar frente a la mismísima realidad. Aunque la tensión del film ya ha comenzado su subida infinita, lo social aún juega una parte esencial en este peregrinaje. Luciana tiene que arreglárselas para evitar pagar un taxi o para demostrar una fingida seguridad ante un terreno peligroso.

Durante su corto viaje, Luciana deja atrás progresivamente sus pertenencias y elementos de su cotidianeidad que la ligan a un espacio seguro. A través de esta pérdida la directora pone en relevancia, quizás inconscientemente, los mecanismos de deshumanización que tienen lugar sobre el cuerpo de las mujeres precarias hasta convertirlas en meros objetos desligados de su yo más individual. Nuestra protagonista abandona primero Brooklyn, el barrio en el que se mueve durante la primera parte del filme y lugar de confianza, para entrar en el ajetreado Chinatown y el industrial Chelsea. Las conversaciones en idiomas que la propia Luciana no domina tampoco están traducidas al espectador lo que incrementa la hostilidad del territorio y la desubicación del personaje. Luciana tiene un uniforme obligatorio en su nuevo trabajo, un vestido corto y negro combinado con unos tacones del mismo color. Su anterior vestimenta —vaqueros, deportivas y sudadera de capucha— le conferían una cierta posibilidad de resistencia frente a lo desconocido, el vestido la sexualiza, la fragiliza y, como veremos en la tercera parte, la neutraliza. Al fin de su periplo Luciana también abandonará la mochila con la que había cargado hasta el momento. Ante la imposibilidad de llevarla a su nuevo trabajo y haciendo gala de otra de sus estrategias de supervivencia, esconde sus pertenencias una a una envolviéndolas en papeles de una basura. Sin los objetos que han construido el personaje a través del filme, Luciana ya no es nadie y está preparada para superar la dura prueba.

03. La redención

El último tercio de Most Beautiful Island ocurre enteramente en la oscuridad de un sótano industrial. Si bien el diálogo y el dinamismo a través de la cámara en mano habían estado presentes anteriormente, Asensio decide sacrificar este realismo en favor de una tensión que escala y un entorno artificial al más puro estilo del universo David Lynch.

Una vez Luciana se ha unido al resto de mujeres presentes, las seis se convierten en clones idénticos e inidentificables: seis mujeres migrantes, bellas y vestidas exactamente igual. Es la ignorancia de lo desconocido lo que convierte el inicial drama social en un thriller psicológico y una coreografía con sus puntos y contrapuntos. Asensio juega con el diseño de sonido para irnos descubriendo las posibles atrocidades que tienen lugar en la supuesta fiesta: los sonidos mecánicos de ascensores, los aplausos… Los espacios vacíos entre la entrada de una chica y la siguiente en la misteriosa sala origen de todas las dudas son oportunidades para desgranar información e ir individualizando a las mujeres en función de cómo estas se enfrentan a sus miedos. Entra la primera mujer, Luciana intenta salir de la sala, su huida es bloqueada por dos guardaespaldas 4×4, la restricción nos angustia más si cabe. Entra la segunda mujer, Luciana se escabulle hacia el baño e intenta salir por la ventana, un resquicio de la realidad social del migrante vuelve al film a través del discurso racista que le grita uno de los guardaespaldas: Asensio nos hace recordar que la protagonista es una mujer española y esta condición es la que le hace estar allí. Finalmente, es el turno de Luciana.

Conviene no revelar demasiado acerca de la naturaleza del reto al que Luciana debe enfrentarse. La misma Ana Asensio promovió un eslogan para el film “no cuentes el final” y no vamos a contrariarla al respecto. Una vez entra en la sala y en un clímax que aguanta cerca de veinte minutos sin perder un ápice de su tensión, Luciana acepta la situación interpretándola como una redención frente al pasado, la razón por la que tenía que venir a Nueva York. La Luciana entre valiente y perturbada que hemos visto a lo largo de la película emerge en estas últimas escenas con fuerza. El clímax —sobre el que pasamos de puntillas para que cada espectador lo disfrute individualmente— acaba de golpe. En el telón de fondo del único instante de felicidad en el filme, vemos la última broma de Ana Asensio, un cartel gigante con la frase “Big Apple, Big Dreams” una crítica a la idealización de la metrópolis. Un final narrado desde la experiencia y que resuena en la realidad cotidiana del migrante actual.