Los muertos no mueren, de Jim Jarmusch

Jarmusch vuelve de la tumba

Fui de los pocos que reivindicamos Los límites del control (The Limits of Control, 2009) una película en la que Jim Jarmusch reivindicó el poder de la imaginación y la fantasía frente a las estructuras sociales, políticas y mentales más rígidas y reaccionarias (y en la que la fantasía podía acabar con una suerte de todopoderoso dictador encarnado por Bill Murray). Aun hoy en día, cuando buena parte de sus seguidores repudian aquella obra, considero que es clave en su filmografía, reivindicación de la creatividad y el libre albedrío, como lo sería posteriormente, en tono y formas muy distintas, la tranquila historia del poeta anónimo interpretado por Adam Driver, Paterson (2016). Me resulta, sin embargo, difícil defender esta última propuesta del autor de Flores rotas (Broken Flowers, 2005).

Los muertos no mueren está en la línea lúdica de Bajo el peso de la ley (Down by Law, 1986) y también en la dispersión critica que habitaba los episodios de Coffee and Cigarrettes (2003). Hecha por un grupo de colegas, la última propuesta de Jarmusch parece andar en pos del espíritu juvenil de sus primeras obras, pero resulta tan reposada como Sólo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013). El problema radica en que si bien allí Jarmusch nos hacía sentir cómo los vampiros “vivían” en un estado peculiar y transmitía al espectador inquietudes y sensaciones, frustraciones y esperanzas de los no muertos, esta calma no funciona para estos otros revenants y la película arrastra un ritmo zombi, dando aceleraciones, traspiés y frenazos en su ritmo narrativo.

 

diera a Jarmusch por muerto hace tiempo y éste se permite una burla reivindicando su capacidad creativa a la par que elabora un claro homenaje a George Romero (desde el mismísimo diseño del póster de la película), a su creación zombi, a sus constantes genéricas y a sus mensajes reivindicativos. Hay, en primera instancia, la información dada asertiva y tranquilamente por los personajes más conocedores del género a los demás de que el método más seguro para acabar con los zombis es la decapitación (un sereno Adam Driver no duda tras el primer asesinato de que se trata de zombis y que el tratamiento debe ser “kill the head”). Aparece asimismo vestuario de algunos personajes (o falta del mismo, como demuestra la zombi desnuda) de películas de Romero (y otras cintas del género), referencias geográficas, utillaje (el vehículo de los turistas), memorabilia o posters que nos remiten continuamente a la película seminal de Romero y a otras cintas de la saga. Hay, por otro lado, de modo parecido a alguna cinta de zombis, una denuncia de las causas de la hecatombe, en este caso del fracking, las multinacionales y las fake news.

Los muertos no mueren está habitada por el extraño humor de Jarmusch y un discurso errático que salta de la reivindicación política al juego metacinematogràfico. Si los personajes más antisociales parecen ser los supervivientes del ataque zombi (con el ermitaño Waits comentando la jugada) y el racista Buscemi es objetivo de las iras de vivos y muertos, Adam Driver se desplaza por las imágenes de la película sabiendo que “esto va a acabar mal” porque, a diferencia de Bill Murray, “él recibió el guion entero de manos de Jim”.  Un juego entre amigos, pues, que va más allá de la trama de terror, y que, aun en su desajuste respecto a la narración, aporta guiños divertidos que remontan la función, desde la referencia a Kylo Ren a la de Kill Bill, con el insólito papel de Tilda Swinton. Todo ello aderezado con el ritmo reposado marca de la casa da pie, a la vez, a una de las obras más irregulares del autor y a una de las más peculiares películas de zombis. Hay que reconocer, no obstante, que un Jarmusch menor es siempre una obra interesante y Los muertos no mueren se reivindica a sí misma mediante un dúo interpretativo notable a cargo de Bill Murray y Adam Driver y una serie de apuntes cómicos harto resultones, a costa de los clichés zombis más habituales.

Asumiendo, como se plantea en la película, que las obsesiones post mortem de los zombis (café, música, chuches, wifi, conectividad…) eran ya causantes de una previa muerte en vida, tal vez podamos creer que Jarmusch es capaz de volver de la tumba para seguir realizando su personalísimo estilo de cine.