Una fábula en Hollywood
En 1940, Chaplin alertaba sobre la locura de Hitler en El gran dictador (The Great Dictator). En 1941, Fritz Lang enviaría a Walter Pidgeon a la caza de Hitler en El hombre atrapado (Man Hunt). En 1942, Lubitsch se burlaría de Hitler y los nazis con Ser o no ser (To Be or Not to Be) argumentando que el humor era tan poderoso como las balas. Pero sería Quentin Tarantino quien mataría a Hitler en Malditos bastardos (Inglorious Basterds, 2009).
Tal vez el asesinato cinematográfico de uno de los mayores asesinos de la historia (sin duda el mayor, a nivel hollywoodiense) fuera fútil, aunque resultaba complaciente para el espectador y permitía albergar la esperanza de que el cine, el arte, la fantasía tal vez, conseguían hacer cambiar la realidad y evitar las tragedias. Algo parecido a lo que se desarrolló de modo más abstracto en Los límites del control (The Limits of Control, Jim Jarmusch, 2009). El cine nos ha presentado numerosas realidades alternativas, distopías futuras, pero no ha conseguido de modo tan impactante como lo hiciera Tarantino con sus bastardos aniquilando a Hitler —En el sentido diametralmente opuesto tenemos la invasión nazi de Inglaterra en It Happened Here (Kevin Brownlow, Andrew Mollo, 1965)—. En Érase una vez en… Hollywood baraja de nuevo, parcialmente, la posibilidad de una historia alternativa, mezclando los destinos de unos personajes de ficción con la desgraciada tragedia de Sharon Tate y sus amigos a manos de la enloquecida secta de Charles Manson.
Rick y Cliff, dos amigos
A medio siglo de la masacre, Tarantino desarrolla varios hilos argumentales entrecruzados. Por una parte, la historia de Rick Dalton y Cliff Booth, por otra la de la familia Manson y, finalmente, la de Sharon Tate. Lejos de lo que se publicitó en un principio sobre la película, Érase una vez en… Hollywood no es un thriller en el que un par de detectives investigan los asesinatos, sino que es un retrato de dos personajes y un retrato de Hollywood. Tan próxima a la realidad histórica como a la fábula, Tarantino se acerca, como nunca antes había hecho, a sus dos personajes principales. No se limita a esbozarlos puntualmente con actitudes físicas o réplicas verbales, sino que desarrolla su historial y personalidades. Rick Dalton es, como el mismo se reconoce, un has been, un famoso caído en el olvido, que abandonó su carrera triunfal en la televisión de los 50 para tratar, infructuosamente, de conseguir la fama cinematográfica. Relegado a papeles de malvado en pilotos de nuevas series, promotoras de nuevos valores, Rick mantiene a su lado desde hace una década a su doble de acción, Cliff, un auténtico amigo que no tiene inconveniente alguno en ejercer de chófer y lampista para el actor. De este modo, Rick y Cliff son un brillante dúo maravillas, el primer auténtico dúo de la filmografía de Tarantino, mucho más allá de Dr. Schultz y Django (Django desencadenado, Django Unchained, 2012). Tarantino despliega una capacidad (que previamente asomaba sólo de modo puntual) para presentarnos en formato de buddy movie la sincera amistad y la complicidad entre ambos personajes (sin dejar de lado el egoísmo y la autoindulgencia patética de Dalton en horas bajas o el lado oscuro de Booth). Comentó en alguna entrevista que, de relacionarla con algún director, lo haría con Claude Lelouch. Más allá de que esta declaración se hiciera en territorio francés con interés de halagar a los anfitriones, es cierto que el director se aleja sobremanera de sus obras previas. No hay un objetivo definido, una venganza por realizar, un crimen por cometer, un trabajo por acabar… El tono de cotidianeidad de las andanzas de tan peculiar dúo, la musicalidad de las secuencias, marcada desde la banda sonora, y el esfuerzo por alejar la trama de una estructura estándar, vinculándola más a pequeñas anécdotas que a una linealidad, sitúan la novena película de Tarantino más cerca del citado director francés o de algunas obras indie que de toda su filmografía previa. En oposición a las discursivas set pieces de Pulp Fiction, Kill Bill o Malditos bastardos, Érase una vez en… Hollywood se despliega en base a secuencias relativamente breves, diálogos naturalistas y supuesto metraje televisivo.
Hollywood, de la pantalla a la realidad
Junto al excelente dúo Pitt – DiCaprio, y por delante de la simpatía de Margot Robbie o Margaret Qualley, hay un tercer leading role en la película, el mismísimo Hollywood. La ciudad ejerce, como en otras ocasiones, su papel de ensoñación. A pesar de hablar de presupuestos, de utillaje, de los trucos y efectos especiales, los decorados y las historias contadas en series televisivas acaban teniendo relevancia en la trama no por su argumento, sino por el reflejo o la influencia que ejercen sobre los personajes. Así, los valles cercanos a Los Angeles y los jardines de las urbanizaciones resultan ser escenarios de la suerte de película en la que “viven” los dos protagonistas.
Ciertamente, referirse a una película como “un canto de amor al cine”, hace temer un desfile de guiños cinéfilos sin orden ni concierto. Pero lo que para otros directores es un listado de nombres o lugares ajeno a la narración, para Tarantino es, precisamente, parte de ella. El director sitúa la acción hace medio siglo, en un momento en que parte de Hollywood se vendía a la televisión y en el que el Cinerama era uno de los últimos inventos para resistir el impulso de ésta. Las imágenes de la película están plagadas de marquesinas con títulos de estrenos, pósters de cine, pancartas gigantescas de James Dean y de diálogos con referencias a obras de Polanski, a cintas interpretadas por Sharon Tate, a Steve McQueen y La gran evasión (The Great Escape, John Sturges, 1963) … Pero, frente a todas ellas, está la omnipresencia de la televisión en los estudios en que sobrevive Rick Dalton y las referencias a series reales como F.B.I., El avispón verde (que permite una divertida secuencia entre Cliff Booth y Bruce Lee), Valle de Pasiones, Bonanza, Batman, Tierra de gigantes, El virginiano, El agente de CIPOL, Mannix o Cannon. Hay, por otro lado, el destino alternativo que tomaron algunos actores y que Tarantino presenta no sólo con respeto sino con veneración, el spaghetti-western. Tenemos, pues, ofertas de trabajo en Roma a las órdenes de Sergio Corbucci o Antonio Margheriti… ¡o en España con Romero Marchent! Tarantino exhibe todo ello con conocimiento, coherencia en el contexto de la película y abundantes detalles en la exhibición de pósters (con el diseño y los dibujos propios de la época), material cinéfilo e incluso escenas de las cintas supuestamente rodadas por Rick en Italia.
Al lado de todo ello, nos regala algunas escenas que de la cinefilia saltan al concepto más icónico de cine: la cara de felicidad de Sharon Tate comprobando cómo ríen los espectadores al salir de un cine dónde se exhibe una comedia en la que participa —Una película real con Elke Sommer y Dean Martin, La mansión de los siete placeres (The Wrecking Crew, Phil Karlson, 1968)—, el entorno de la vivienda de Cliff, una caravana plateada situada junto a una bomba extractora de petróleo tras una pantalla de drive-in y, muy especialmente, la iluminación al anochecer de una serie de letreros de neón a lo largo y ancho de Hollywood.
Epílogo
Sin duda, una vez Tarantino decidió alejarse de su esquema habitual, se planteó numerosas opciones. Hay en Érase una vez en… Hollywood material para muchas películas (sin contar con el material descartado que incluye escenas con Tim Roth y Damien Lewis). Sharon Tate podría ponerse a cantar al salir del cine, ignorando los giros del destino. Cliff podría dejar de ser un alter ego y salir heroicamente del cerco con su viejo conocido, encarnado por Bruce Dern. Marvin Schwarzs (Al Pacino) podría convencer a Polanski de desarrollar Chinatown con Rick como protagonista. O, en giro romántico (este sí, ciertamente, harto improbable en el director), Rick podría enamorar a Sharon…
En cualquier caso, el título final, el plano final, de Érase una vez en… Hollywood deja clara la voluntad de Tarantino de mezclar realidad e imaginación. Hollywood, su Hollywood, es aún capaz de limitar las secuencias sangrientas (o reducir su duración), crear fantasías y hacernos creer en ellas. Alejada en su mayor parte de la violencia emblemática de su cine, esta suave fábula irritará a numerosos seguidores y, posiblemente, no tenga continuidad en la décima obra de Tarantino (¿realmente será la última como siempre ha anunciado?). Pero esta nueva apuesta resulta, en el contexto de su filmografía, innovadora y eficaz, inteligente y entretenida. Esperemos que, como Rick Dalton, Quentin no tenga que dedicarse a la publicidad como sugieren las divertidas escenas de los créditos finales.