Berlinale 2020. Crónica 3

A la tercera va la vencida. Después de un arranque flojo, tanto en la Selección a Competición como en el resto de las películas presentadas en las secciones paralelas de esta 70 Berlinale, el festival ha empezado a coger fuerza progresivamente. Tuvimos el estreno con fin comercial y publicitario de la Disney de la nueva propuesta de Pixar, Onward (íd., Dan Scanlon, 2020). Se trata de una película de fantasía con forma de road movie de aventuras y temática fraternal. Pese a que el transcurso sea entretenido y emocionante, debido a su estructura convencional definitivamente no va a entrar en el podio de obras mayores del estudio de animación.

Fuera de competición también encontramos el estreno surcoreano de Time to Hunt (Sa-nyang-eui-si-gan, Yoon Sung-hyun, 2020), suerte de distopía en que el capitalismo salvaje se ha tragado no solo a una ciudad sin ley debido a la inflación, sino a sus habitantes, cuyo sueño es el de escapar y llevar una vida relajada junto al mar. Para lograr ese sueño, los protagonistas de la película —tres actores de moda de la filmografía del país oriental— deciden llevar a cabo un gran golpe. El inicio es trepidante, con escenas de acción bien llevadas y con una puesta en escena intrigante y gris. El problema es que el desarrollo se arrastra y dilata para intentar subrayar unos mensajes más simples de lo que cabría desear a lo largo de una persecución tan retorcida como inverosímil, y que abandona el tono desenfadado que tan buen resultado le estaba dando en el inicio.

Volevo nascondermi (Giorgio Diritti, 2020)

En la sección Forum encontramos el primer trabajo en solitario de uno de los cineastas del colectivo Los Hijos, Anunciaron tormenta (Javier Fernández Vázquez, 2020). El filme es un documental de investigación que estudia el proceso de colonialización española de parte del golfo de Guinea Ecuatorial a partir de dos elementos: el material que el director ha podido encontrar en su viaje, y la información contenida en los informes sobre África del Archivo General de la Administración —situados en la última planta del edificio, lo cual ya es una significativo—. El foco se pone en detallar la muerte del último rey de los bubis, Ësáasi Ewera, pues el relato oficial resulta contradictorio. Pero el interés está en cómo este hecho ha definido el futuro del pueblo de los bubis. Pese a los descubrimientos de Anunciaron tormenta, se echa en falta mayor riqueza en el lenguaje cinematográfico, que debido a la falta de recursos audiovisuales abusa de dos muletas: la sobreexposición de planos a modo de transición y la filmación desde la sala de doblaje. Aun así, Fernández Váquez encuentra algunos —efímeros— momentos poderosos a través del montaje y de la recuperación de películas de archivo.

Ya en la sección a competición, la cinta de apertura fue El prófugo (Natalia Meta, 2020). La protagonista es una mujer cuya profesión es el doblaje y que se dedica a cantar en coros como afición, pero que tiene la pesadumbre de convivir con graves problemas de insomnio, en su mayoría debido a unas pesadillas totalmente acordes a sus diversos miedos. El prólogo de la película tiene una potencia cinematográfica admirable: se trata de un pequeño cuento de horror de puesta en escena sobria y aliñado con un humor sin estridencias, dado el gran nivel actoral de la pareja protagonista. Pero después de ese gran inicio, ni tan solo Érica Rivas, la actriz principal, logra salvar del tedio a una película que parece tener miedo a lanzarse de lleno al terror, haciendo que lo que en un principio era enigmático, se convierta en rutinario. La tensión escala muy levemente porque Natalia Meta se resiste a poner en juego todas sus cartas hasta demasiado tarde.

En Berlín también se proyectó el biopic de Anton Ligabue, pintor del siglo XX conocido por sus obras enigmáticas. En Volevo nascondermi (Giorgio Diritti, 2020), el director italiano decide apostar por una narrativa caótica y repulsiva al inicio de la película, con un montaje que parece desear establecer contrastes entre pasado y presente, no tanto para definir más precisamente al personaje, sino para transmitir la locura en la que la memoria de Ligabue está marginada. El grado de autismo del pintor queda retratado en su comportamiento, pero no se explota a través de las imágenes, demasiado exageradas, sino con las interpretaciones. Una vez se supera la primera parte del filme y se establece la cinta en el presente diegético, deja de ser tan estridente formalmente para convertirse un retrato más convencional de un hombre excéntrico. El paso de malvivir en lo salvaje y en manicomios, sus preocupaciones anteriores, pasan ahora a tratar de salir adelante tras su reconocimiento en el panorama cultural italiano. La dificultad de socializar, explotada en la actuación de Elio Germano —que se postula como una apuesta firme al Premio al mejor actor—, aborda el patetismo y lo melancólico con algunos momentos de sensibilidad, pero en general es de un exhibicionismo exasperante.

First Cow (Kelly Reichardt, 2019)

Las alegrías, al fin, llegaron de la mano de Kelly Reichardt y Philippe Garrel, con dos filmes magníficos. First Cow (Kelly Reichardt, 2019) empieza con un perro que escarba en la tundra. Su esfuerzo obtiene recompensa: una imagen tan poderosa como lo son dos esqueletos enterrados de la mano. A partir de ahí, la película se traslada al siglo XIX para dar sentido a esa estampa. El paisaje se vuelve verde y frondoso, y aparece un hombre recogiendo setas. La primera acción que emprende es definitoria: ayuda a poner del derecho a una salamandra que estaba boca abajo. En seguida se reúne con los cazadores con los que está de viaje, a los que sirve como cocinero, pero que le odian y agreden ya que no es capaz de traer caza. De noche, mientras prosigue recolectando setas, encuentra a un chino escondido. El hombre está desnudo —otro elemento determinante, pues su transparencia y honestidad son claves del personaje—. Al mismo tiempo que los protagonistas llegan a un fuerte, también lo hace una vaca, la primera de todo el poblado. En el lugar conviven colonos ingleses, preocupados por nimiedades como la moda en París, con los bastos americanos, incapaces de evitar la violencia. La hostilidad no solo se encuentra en la cantina, hogar de la mayoría de las disputas en el género del western, sino en la misma cola del mercado. Y en ese clima de ojeriza surge la serena historia de amistad del cocinero y el chino. Como en cualquier relación, en los momentos más intrascendentes es cuando hay más ternura, y la cámara de Reichardt es totalmente cristalina en ese aspecto. La economía narrativa, de pocas palabras y planos pero muy bien escogidos, hace que la sutileza y la calma sean las mayores bazas de First Cow, que logra conferir de un lirismo a la película sin tener que recurrir constantemente a la música acústica, como le ocurría en Old Joy (Kelly Reichardt, 2006). De este modo, del mismo modo en que ocurría en Los hermanos Sister (The Sister’s Brothers, Jacques Audiard, 2018), el sueño americano llevará a los protagonistas a situaciones límite, en este caso no mediante la búsqueda del oro, sino de la excelencia culinaria. En la entrañable película de Reichardt, lo primero que uno hace al llegar al que se será su hogar es colocar un ramo de flores.

La sensibilidad de la directora americana también la comparte con otra de las grandes cintas de esta Berlinale, Le sel des larmes (Philippe Garrel, 2020). En este caso, y pese a estar situada en el presente, el filme del director francés resulta totalmente anacrónico. Un hombre deambula por París, y en un duelo de miradas de una parada de autobús a la otra, el romper el hielo nos lleva a una sucesión de interacciones romántica retratadas con una puesta en escena tan desfasada como brillante. El inicio —y el final, que no desvelaremos— recuerda mucho a La mujer del aviador (Le femme de l’aviateur, Éric Rohmer, 1981), en tanto a cómo surgía la estructura de “chico conoce a chica” en el transporte público. Y es que, en vez de escribir por Instagram, en Le sel des larmes los personajes se envían cartas. Ese componente prácticamente obsoleto de la última película de Garrel hace que comparta varios elementos con el universo de Woody Allen. El protagonista, álter-ego del cineasta, es un mujeriego incapaz de entender a las mujeres que se encuentra atrapado en una comedia de enredos de apariencia simple, pero que es en realidad un retrato humanista. De este modo, la nostalgia se apodera de una narrativa terciaria en la que Garrel redime la incapacidad de establecerse con las chicas —más jóvenes que él— de su personaje a través del patetismo, como el cineasta neoyorquino. Guarda relación también con él el uso de una voz en off que actúa de narrador omnisciente, y que confiere una candidez ineludible a las interacciones entre personajes. Pero el director francés no resulta vago en cómo define a los protagonistas. Uno de los momentos más preciosos de la cinta transcurre un club nocturno parisino, en que la elegancia y sutileza de la coreografía ya precisa la personalidad de la chica de la que Luc se ha enamorado: ella no se limitará a bailar con él, sino que fluirá con libertad. Le sel des larmes viene a mostrar que aún no hemos encontrado la clave para relacionarnos con el sexo opuesto, que, como le ocurre al personaje interpretado por la maravillosa Oulaya Amamra, nos han dado el cigarrillo, pero no el encendedor.