Aunque en una primera instancia no me encajaba en la última parte de su carrera un film de estas características, rápidamente me di cuenta que Martin Scorsese no ha seguido nunca unos patrones muy claros en cuanto a los proyectos que iba poniendo en marcha, toda vez que en realidad, aun siendo un cineasta de mucho prestigio y notable trayectoria, es un auténtico superviviente. Por sus conocidas dependencias y depresiones. Y sin duda por el resultado de sus películas, que no siempre han sido los éxitos esperados. No solo respecto a la taquilla, también a nivel cualitativo: repasando su filmografía, y a sabiendas que lo siguiente puede costarme alguna queja o enemistad, más de una vez he estado bastante alejado de sus propuestas: despropósitos conscientes (Silencio, 2016; El cabo del miedo, 1991), fórmulas de cartón-piedra (Casino, 1995; Gangs of New York, 2002), adaptaciones “de qualité” (La edad de la inocencia, 1993)… Debemos agradecer en todo caso la valentía y buen olfato de Leonardo DiCaprio para recuperar a Scorsese y formar con él un entente de indudable alcance hasta el momento (para los próximos años hay al menos dos proyectos más entre ambos): El aviador (2004), Infiltrados (2006), Shutter Island (2008) y El lobo de Wall Street (2013). Todas ellas entre las más taquilleras del cineasta newyorkino, y cambiando la primera (probablemente su película más decepcionante) por La invención de Hugo (2011), un conjunto de obras mayores, que resumen muy bien las diferentes altas capacidades del director de Toro salvaje (1980) para tejer relatos de tonos y cadencias muy dispares. No son tan personales, seguro, como Silencio (que me causa rechazo y hastío a todos los niveles, pero que puedo entender por qué y cómo surge) ni tampoco como este sorprendente film-río de 209 minutos de duración que es el El irlandés, el cual es otro gran hito de su carrera por numerosas razones. De las que me parecen más relevantes dado su impacto más allá del propio relato y hechos que narra, destacaría dos por encima de las demás. El uso, con lógica muy controvertido pues genera dudas imposibles de ignorar, de la tecnología digital para adecuar los rostros de Robert De Niro, Joe Pesci, Al Pacino al paso del tiempo de los personajes que encarnan, demostrando que siempre ha sido un valiente y un visionario, y siempre teniendo en consideración su amor casi obsesivo por el cine (pasado, presente y futuro), el cual le ha llevado a ir mucho más allá como a ser una pieza clave en la conservación de la memoria cinematográfica. El desgarrador epílogo, que suena como un réquiem de aquellos personajes que poblaban sus anteriores cintas alrededor de la mafia, certificando de manera atroz la tragedia del ser humano, donde el irlandés, al que da vida De Niro que es reflejo del propio Scorsese (como con gran perspicacia me comentaba el amigo Rubén Romero), se da cuenta tarde y mal que se ha quedado absolutamente solo y que no ha cuidado nunca como merecían a las personas que más quería: sus hijas.