Festival DA2020. Volumen 1

Viaje

El viaje como objetivo en la vida. El viaje como respuesta a las ansias de conocimiento. El viaje como fuente de amistades y relaciones. El viaje como disfrute absoluto en nuestra pequeña parte del universo. El viaje como método de auto conocimiento y desarrollo personal. El viaje como la mejor, la única, real, herramienta de relación. El viaje, en definitiva, como experiencia única que engloba todas las experiencias posibles de la vida… Así, encerrados en casa, ansiamos volver a vivir.

Un concepto que desconocen millones de personas que se desplazan de uno a otro lado del mundo (y que, de poder, también se desplazarían a la Luna o Marte) simplemente para ver con sus ojos, para retratar con sus cámaras, para retratarse en sus selfies, aquellos lugares con los que ya se han familiarizado previamente a través de las imágenes vistas en las redes sociales, en la televisión o en las películas. Tanto da si hablamos de Paris y la Torre Eiffel, de Roma y el Coliseo, Nueva York y el Empire State o de Egipto y las Pirámides o Cancún y Chichen Itzá… El turista se desplaza para demostrar a sus conocidos que él, ella, ha estado allí. El goce acaba con el último selfie. No va más allá del autoretrato. El desplazamiento hasta el destino es un engorro. Sobran kilómetros, sobran vuelos, sobran taxis. No interesan los individuos que puede encontrar en el camino, ni los antecedentes o el contexto del lugar al que llegan. El objetivo del turista es situarse en la imagen común, hacerla suya incorporándose a la misma. Realmente, tras la pandemia, el futuro del turismo sería asimilable a un enorme parque temático (como el retratdo por Jia Zang Khe en The World) en el que uno pudiera fotografiarse con (en) las imágenes icónicas de todo el mundo, fueran playas, monumentos o calles… No importa la gente que las habita, su modus vivendi, su historia o su destino. La experiencia del turista es la caza de la imagen.

1. To the Ends of the Earth (Tabi no owari sekai no hajimari, Kiyoshi Kurosawa, 2019)

Algo de lo antes comentado hay en el objetivo del equipo que produce un pequeño reportaje para la televisión japonesa en To the Ends of the Earth, de Kiyoshi Kurosawa. un reportaje inane, como tantos que pueden verse en las televisiones, que toma un lugar, un destino turístico, como pretexto para rellenar media hora de programación con anécdotas banales. En este caso, dando por hecho que el rodaje en la mítica Samarcanda y sus cúpulas azules ya ha tenido lugar, el equipo trata de captar la imagen de un pez mítico pescado en un lago surgido durante la ocupación soviética. Pero la realidad se impone. A la falsa alegría de una presentadora infantil e histérica se añade el maltrato que sufre por un director machista. No se puede captar la esencia viajera porque, simplemente, no la hay. El equipo de producción, como millones de japoneses que se desplazan anualmente por el mundo, se limita a la búsqueda de la imagen “graciosa”: la presentadora en medio del agua, montada en una atracción de feria que resulta un aparato de tortura… El friquismo normalizado culmina en la compra de una cabra a una familia para soltarla en medio del páramo, algo a lo que los uzbekos se oponen, con aplastante lógica, en la mejor escena de la película… no hay, sin embargo, reacción racionalizada por parte de los nipones. Hay dinero de por medio para acallar las protestas y ello dará pie, finalmente, a una segunda crisis. Kiyoshi Kurosawa, quizás harto de ver a sus compatriotas, presas y cómplices del negocio turístico, moverse por el globo sin enterarse de dónde están, tal vez con excesiva obviedad, les remarca mediante la persona de un policía de Tashkent: “El problema es que nos tienen miedo por que no nos conocen, por que nosotros queremos ser amables, pero no hacen nada por llegar a conocernos”. A Kurosawa, sin embargo, los yenes le pueden y el final suaviza, dispersa, la crítica que ha lanzado contra la presentadora dándole una secuencia de gloria final al compás del Himno del Amor que antaño cantara Edith Piaf. Todo hay que entenderlo. La película tiene su origen el marco del 25º aniversario de las relaciones entre Japón y Uzbequistán y la actriz es una famosa cantante de J-Pop, siendo muy posible que la producción de To the Ends of the Earth esté mediatizada por la promoción de la carrera profesional de la joven. Como diría el director del reportaje, hay que dejar de lado lo intrascendente como la reflexión. Business is business.

To the Ends of the Earth (Tabi no owari sekai no hajimari, Kiyoshi Kurosawa)

2. Ghost Tropic (Bas Devos, 2019)

Algo muy distinto de la experiencia inesperada que vive Khadija. Una noche, al dejar su trabajo de limpiadora se duerme en el metro y se despierta, al cerrar el servicio, en el extremo opuesto de Bruselas al que debe llegar.

Previamente a ello Bas Devos nos presenta una reflexión sobre nuestra experiencia vital. Se refiere a aquellos detalles intrascendentes, luces y sombras, sonidos con los que nos familiarizamos en nuestro entorno vital inmediato, y que forman parte de nosotros mismos. ¿Hasta qué punto desaparecen o permanecen en nuestra ausencia? ¿Cómo serían vividos, interpretados, por otras personas en el mismo lugar? Sin vincularse específicamente a tales conceptos, la ruta que Khadija debe seguir para llegar a su domicilio, va definiendo el personaje y su manera de ser. Quizás Ghost Tropic peque de cierta indefinición de objetivos, pero Devos nos atrapa con las anécdotas que puntúan la peculiar Anábasis de Khadija, al tiempo que define, con sencillez pero con gran certeza, un personaje humilde, trabajador, dolido por la vida pero preocupado por hacer lo que ella considera correcto. Un sin techo moribundo, una extracción infructuosa de dinero en un cajero automático, la visión de la casa en la que antaño trabajara, el encuentro casual con una persona opuesta a ella o la oportunidad de ver a su hija cómo quizás nunca antes hubiera podido, conforman piezas de una personalidad que construye con mimo Saadia Bentajeb. El tono que Devos utiliza, a medias entre el realismo y el onirismo, refuerza la creación del personaje. La extrañeza en el autobús que no funciona, la imagen del “ocupa” en la casa que conociera, los pasadizos del hospital o el encuentro con su hija pueden verse tanto como experiencias reales como producto de ficción. Pero todas ellas contribuyen a completar el rompecabezas de una vida mediante emociones y recuerdos que se van reuniendo durante el trayecto, real o imaginado pero vivido, en cualquier caso, que funde recuerdos y emociones, pasado, presente y futura.

3. Nomad: In the Steps of Bruce Chatwin (Werner Herzog, 2019)

Hay que reconocer que no es ésta la mejor película de su director pero es tal vez la más sentida. Herzog casi se zambulló en el interior de un volcán (La Soufriere, 1977), recorrió la selva amazónica con personajes que se perdieron en ella (Aguirre, la cólera de Dios, 1972; Julianes sturz in den Dschungel, 2000), hizo subir un barco por una montaña (Fitzcarraldo, 1982), ascendió con un alpinista mítico al campo base (y más allá) de una de las montañas más altas del mundo (Gasherbrum, der leuchtende berg,1985), siguió a otros escaladores en un reto suicida y un rodaje accidentado (Grito de piedra, 1991) enfrentó tribus africanas (Cobra verde, 1987), vio arder las torres petrolíferas en el Kuwait invadido (Lektionen ins Fisternis, 1992) y, más recientemente, se desplazó a los hielos polares (The Wild Blue Yonder, 2005; Encuentros en el fin del mundo, 2007). Después de tales proezas viajeras y cinematográficas, experiencias bigger than life, el grueso de la filmografía que ha desarrollado durante la última década, tan sólida como interesante, se antoja, sin embargo, insuficiente en relación con las epopeyas vividas y contadas. Es un problema que se repite en el caso de esta Nomad, repleta de entrevistas, desprovista en su mayor parte de los ácidos comentarios que puntuaban otras obras (Grizzly Man a la cabeza de todas) e impregnada de más nostalgia que de energía. El resultado, no obstante, no es menor, tratándose del homenaje tan sentido como imprescindible de un viajero a otro, en recuerdo de la admiración mutua entre dos nómadas que recorrieron el mundo, vivieron la vida y la retrataron, uno con sus libros y otro con sus películas.

Bruce Chatwin, nacido en 1940 (dos años mayor que Herzog) era un viajero compulsivo y estableció una teoría sobre la necesidad del viaje a nivel personal, creativo, y social. Obsesionado desde su infancia con el viaje, se lanzó a ello retratando sus experiencias en un relato clásico, En la Patagonia (1977). Su interés por el nomadismo le lleva a Australia, dónde sigue la pista de los aborígenes por el desierto y sus cantos que les guiaban por él. Es allí, durante los viajes que darán fruto en Los trazos de la canción (The Songlines, publicado en 1987) que coincide con Herzog, quién está rodando Dónde sueñan las verdes hormigas (1984). El prestigio de uno y otro, la verborrea y el encanto de Chatwin (de quién se dice era capaz de seducir por igual a hombres, mujeres, ocelotes o mesas de planchar) dan pie a una amistad que se prolonga durante años. Herzog decide rodar Cobra verde (1987), sobre un violento tratante de esclavos en la costa de Ghana, basándose en el libro de Chatwin El virrey de Ouidah (1980) y Chatwin, enfermo de sida desde 1986 y convaleciente de un ingreso, es invitado al rodaje, una experiencia que relata, atónito, en What I’m Doing Here (1989). Finalmente, un par de días antes de la muerte de Chatwin, Herzog le presenta, a la cabecera de la cama, su último documental, Wodaabe – Die Hirten der Sonne. Nomaden am Südrand der Sahara (1989). Tras la muerte de Chatwin, su esposa lega a Werner Herzog la mochila que Bruce utilizara durante sus viajes.

Así pues, Nomad deviene un relato viajero de un anciano que se cuenta a sí mismo y a un amigo y si bien, formalmente, carece del atractivo de sus grandes obras, mantiene toda la esencia de la aventura, encerrada muy especialmente en los dos capítulos finales en los que el duro Herzog se las ve y se las desea para contener las lágrimas. Es allí dónde se nos explica cómo Herzog ha seguido viajando con la mítica mochila, narra anécdotas de rodaje de Grito de piedra o los azares de Cobra verde a los que Chatwin asistiera entre fascinado y admirado. Pese a las entrevistas con diversos colaboradores de Chatwin, fuentes de información para los trazos de la canción, esposa y biógrafo, Nomad acaba siendo una obra más autobiográfica de lo que parece porque definiendo a Chatwin, siguiendo su relato y su vida, Herzog también se define a sí mismo. No deja de ser relevante cómo Nicholas Shakespeare, biógrafo del escritor, responde a las críticas sobre las supuestas invenciones de Chatwin, diciendo que no mentía, sino que, además de la verdad, añadía lo suficiente cómo para que ésta fuera lo suficientemente atractiva… Una noción que puede ser extensiva al director alemán y su cine… Y que para sus seguidores, y para los viajeros, no es sólo aceptable, sino celebrable.