Festival DA2020. Volumen 3

Mi granito de arena en esta cobertura conjunta es este breve repaso por algunos de los visionados que he realizado en esta peculiar edición del D’A Film Festival, a través de Filmin, desde la comodidad de mi sofá.

Hotel (Jessica Hausner, 2004)

Comencé por aquí porque el día 30 de mayo solo estaba disponible la retrospectiva de la austriaca Jessica Hausner y aunque me gusta empezar filmografías y bibliografías por el principio, siempre que me sea posible, Lovely Rita se me antojó más árida (mis prejuicios son míos) y decidí saltármela. El edificio que da título a este film es una especie de réplica centroeuropea del Overlook de El resplandor, donde todos los empleados, e incluso sus huéspedes, poseen la famosa hospitalidad austriaca, esa que también encontramos en los personajes de cualquier película de Ulrich Seidl, con el único hándicap de que es imposible percibirla para cualquier observador, por meticuloso que este sea. Irene es una monjil y pizpireta recepcionista, interpretada por Franziska Weisz pero que podría haber sido Kati Outinen si dirigiese Kaurismäki, y la película podría ser suya si nos atenemos a la breve duración de la obra, siempre una virtud, o a la decadencia que impregna los bailes en las discotecas locales, que parecen extraídas de un hotel de Benidorm ocupado por jubilados y viajeros del IMSERSO con pensión completa, de esos que son adocenados por animadores culturales que no hace tantos veranos que han dejado atrás la adolescencia, o al laconismo, la sobriedad y la introspección, que son solo palabras, pero que representan bien lo que sugiere la austriaca en esta su segunda obra, quizá de forma inherente a sus orígenes. Pero, por supuesto, hay más. El folklore hace acto de presencia con la leyenda de una misteriosa dama del bosque que se encuentra a las afueras del hotel, un bosque en el que no nos gustaría perdernos de día y que de noche nos recuerda a aquel por el que caminó el espectro de Laura Palmer de la mano del agente Cooper. Y el misterio como coprotagonista. ¿Qué le pasó a Eva, la anterior empleada? ¿Qué hay en lo profundo del bosque? ¿Estará todo relacionado? La mímesis, incluso (o mejor, sobre todo) la involuntaria, es el mejor medio de averiguar ciertas cosas: ponerse en el pellejo de Eva; empezando por las gafas que encontramos por casualidad cuando las nuestras se rompen ¿por accidente? y lo demás vendrá de la mano, para mal o para bien.

La reina de los lagartos (Juan González, Nando Martínez (Burnin’ Percebes))

En estos tiempos de confinamiento hice, de forma casual y sin ninguna pretensión más que ponerlo en facebook y enviarlo por whatsapp a modo de bobada informal, un vídeo absurdo con dos peluches que terminó convirtiéndose, con entregas diarias durante nueve días, en una webserie (Pelleja y Panda) sobre una oveja (Pelleja) y un oso panda (Panda) que se conocen paseando día a día a sus mascotas en tiempos del Coronavirus, ignorantes de su propia condición de peluches sin vida. Todo primeras tomas, planos fijos, y diálogos improvisados sobre la marcha en base a una idea o gag. Esto me lleva a empatizar bastante con Burnin’ Percebes (Juan González y Nando Martínez), los dos autores de La reina de los lagartos (sin comparar, obviamente; su película tiene montaje, banda sonora y muchas otras cosas de las que mi tontería carece, pero yo no me dedico a esto, y dejemos ya de hablar de mí). En la presentación de la obra previa a la proyección (el hecho de incluir estas cosas y las cabeceras promocionales antes de cada película, dotan a este D’A 2020 de ese aura de festival que quizá podría echarse en falta al tratarse de un evento online) confiesan abiertamente que son todo casi primeras tomas, lo de los planos fijos se puede observar (diría que si no todos, casi todos; igual me equivoco pero es la sensación que recuerdo, o quizá la mentira es otra forma de contar la verdad como digo abajo en torno a otra película) y los diálogos semi-improvisados pueden adivinarse desde la conversación inicial de Berta (Bruna Cusí) con su hija Margot, explicándole (sin dar demasiado detalle) que su amante es un extraterrestre que las va a abandonar porque tiene que regresar a su planeta. La querencia personal de sus autores hace que apuesten por el super 8 (quizá también la carencia de un presupuesto bollante) en esta película que exhala amateurismo, buenas ideas e intenciones, y cuyo principal defecto se me antoja un metraje extendido intencionalmente hasta los 63 minutos, que tal vez en la mitad de tiempo habría obtenido mejores resultados. Sin embargo, para mal o para bien, es parte de su estética y estilo, y quizá me este equivocando y esa obertura de varios minutos con un lento zoom out de una virgen, junto con los planos de un lagarto gigante asolando la ciudad cual Godzilla pero con unos efectos especiales algo más limitados y el eterno baile de Javier Botet en calzoncillos y el de Margot embutida en su traje de lagarto con su mochila (que verdaderamente roba la cámara) al son de pasos de procesiones que aportan un toque casi épico, sean lo que otorga su fuerza al film. Al margen de su sentido del humor, que me ganó con escenas como la del profesor de catequesis o la del fotomatón.

La reina de los lagartos (Juan González, Nando Martínez (Burnin’ Percebes))

Habitación 212 (Chambre 212, Christophe Honoré)

La película inaugural a cargo de Christophe Honoré es otra comedia francesa más en torno a las relaciones y el cuestionamiento de su duración, las perspectivas y las discrepancias de y sobre ellas entre los miembros de la pareja, las infidelidades como consecuencia de todo ello y el devenir de lo que antaño era romance y ahora tan solo inercia a partir de la exposición (o el descubrimiento) de estas. Dicho esto, que el autor cite en primer lugar a Woody Allen en sus agradecimientos de los créditos finales no resulta nada gratuito. Chiara Mastroianni es María Mortemart, que vive aquí su propio ¡Qué bello es vivir! pero en lugar de visitarle los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras (y no desentonarían pues la nieve cubre las calles del París que habita) los que la visitan son los de sus amantes pasados (que dan para equipo de fútbol), su conciencia (un señor que se parece a Aznavour) y sus muertos (literalmente), imprimiendo así un toque de fantástico, máxime cuando los fantasmas también se interrelacionan con el resto de personajes de la historia (su marido es Benjamin Biolay, cornudo en la ficción y exmarido en la vida real, ignoro los motivos de la separación), y sin obviar los efectos sonoros que dotan de un aura de misterio a ciertas secuencias. La puesta en escena intenta evadir su naturaleza teatral con algún que otro plano (e incluso algún travelling) cenital, una maqueta de la calle donde se desarrollan los hechos presidida por los protagonistas enfrentados a ambos lados de la calle cual monstruos de un kaiju eiga, un breve flashback y una excursión a la playa, dejando el resto en el interior de la vivienda conyugal y en la habitación que titula la narración, situada justo en la acera de enfrente, a tiro de ventana. Y entre tanta confusión de sentimientos, queda flotando una pregunta que muchos podríamos aventurarnos a responder, pero quizá no siempre acertaríamos: si algún día nos encontrásemos con nuestro yo de hace treinta años, o el de treinta años después, ¿Nos reconoceríamos a nosotros mismos? ¿O, al menos, nos llevaríamos bien?

Abou Leila (Amin Sidi-Boumédiène)

Es curioso que la primera película argelina que veo en mi vida me estuviese recordando, cada vez más según se iban desarrollando los acontecimientos, a una de esas muestras de lo que se llegó a denominar, bastante acertadamente creo, como cine no narrativo del que yo abominé a principios del siglo XXI y que tanto alababa cierta crítica en aquel entonces, y que tal vez, ahora que soy más viejo y probablemente más aburrido, debería revisar teniendo en cuenta que traté de olvidarla y aún sigo recordándola dieciocho años después. Me refiero a Gerry, de Gus Van Sant, y la odisea de los dos amigos perdidos en el desierto. Y si me la recordaba era sobre todo por uno de los aspectos de su deriva argumental; Abou Leila puede ser muchas cosas, pero desde luego no se trata de cine no narrativo. El film de Amin Sidi-Boumédiène es una turbia road-movie que también sigue a dos tipos por el desierto con una misión difusa, sobre la que poco a poco se va arrojando luz (pero poca; más o menos como cuando en una habitación oscura empiezan a disparar desde fuera y los agujeros de bala la dejan pasar desde el exterior) aunque el misterio siga configurando el centro de la narración, hasta el punto de que en algunos momentos el sentido del viaje comienza a difuminarse entre las pesadillas de uno de los protagonistas, el mentalmente más inestable, progresivamente más imbricadas en la realidad (y viceversa, tornándose la realidad cada vez más pesadillesca), y más sangrientas, dejando al espectador descubrir su naturaleza sin forzar de ningún modo el punto de vista externo que aporta la lucidez que necesitaría el pobre copiloto de este par de centauros (aprovechémonos de una de las traducciones de títulos imaginativas más afortunadas de la historia). Esta narrativa parcialmente fragmentada y principalmente elíptica funciona bien para poner a prueba los nervios y aunque al final todo quede meridianamente claro, el desasosiego no nos abandonará de forma tan sencilla. (Lo de revisar Gerry era broma).

Abou Leila (Amin Sidi-Boumédiène)

Nevia (Nunzia De Stefano)

El debut en la dirección de Nunzia De Stefano, como las obras de su ex marido Matteo Garrone, con el que ha colaborado de forma habitual, se ubica en los suburbios napolitanos, donde las familias hacen lo que pueden, en muchas ocasiones al margen de la ley, para salir adelante. La protagonista de este cuento con final feliz y hasta felliniano, es Nevia, también prometedor debut de Virginia Apicella, una joven que vive con su abuela y alguna que otra prostituta más, mientras trata de que el estilo de vida de su antecesora no les salpique demasiado a ella ni a su hermana pequeña. La cámara sigue casi todo el tiempo a Nevia, y casi siempre en prolongados planos secuencia, interrumpidos, salvo contadas excepciones, solo cuando se fragmenta el tiempo real, ofreciendo al espectador una conexión muy potente con el personaje, que trata de huir de un entorno amenazador poblado de esas prostitutas encabezadas por su abuela que piensan en captarla para que se labre un futuro, sus clientes que también la reclaman, individuos que se dedican al trapicheo, y algún que otro pretendiente amigo de la familia, también de dudosa reputación, hasta llegar al circo donde encuentra una vía de escape. Un cuento edulcorado y muy bien contado, donde en todo momento estamos bastante seguros de que nada malo va a pasar porque el tono de la historia nos da la clave, y de vez en cuando resulta agradable toparse con películas como esta, donde se despeja la oscuridad con la pureza, el desparpajo y la picardía, a partes iguales, como en una receta, que supuran esas dos hermanas, y también la suerte que les acompaña. Podríamos hablar de realismo mágico sino fuese porque es puro realismo sucio con una manita de vitroclen.

My Mexican Bretzel (Nuria Giménez)

La cita que abre la película ya indica por donde van a ir los tiros. La mentira es una forma más de contar la verdad (o algo parecido). Woody Allen, en What’s Up Tiger Lily, cogió una película japonesa (Key of Keys, Senkichi Taniguchi, 1965), cambió algunas secuencias de orden y la dobló inventándose los diálogos, algo parecido a lo que luego hicieron los paisanos de La hora chanante / Muchachada Nui con sus Retrospecter / Mundo viejuno. Guy Maddin hace películas mudas como si no existiese el cine sonoro, como un abuelo con un Nokia el cabrón, y no lo digo como algo malo, porque Drácula, Pages From a Virgin’s Diary y The Saddest Music in The World me encantan, aunque My Winnipeg me dejó frío (no he visto las otras, quizá debería). Chris Marker contó una historia poniendo voz en off a unas fotos en El muelle (La Jetée (1962)). El debut de Nuria Giménez tiene un poco de todos, y a la vez es diferente. En My Mexican Bretzel parte de las cintas de video de los viajes de sus abuelos, que deberían tener posibles porque en las tres décadas que abarcan los vídeos encontramos veleros, casas de verano y destellos de riqueza a lo largo de todo el mundo, vídeos silentes que acompaña con efectos sonoros esporádicos, y nos cuenta una historia, el diario de una tal Victoria Barrett, en torno a esas imágenes, y lo hace sustituyendo la socorrida voz en off por unos arriesgados subtítulos (ojo con las distracciones, recordemos que es un festival online y las pelis las ves en casa, y como dejes de mirar entonces no te enteras de nada), narración que a su vez, hace gala de cierto ingenio para extender capas de impostura en la trama del falso documental, y que sólo se desvelarán en los textos finales (el autor del libro que inspira a la protagonista, el medicamento que comercializa su marido), pero también más allá, siendo la última, y tal vez su mayor triunfo, que se disfrute más después de su visionado que durante el mismo.

My Mexican Bretzel (Nuria Giménez)

Algunas bestias (Jorge Riquelme Serrano)

Dicen que todo el mundo debería ir al psicólogo al menos una vez en la vida pero los miembros de la familia protagonista de esta película chilena quizá nunca deberían abandonar la consulta. Compuesta por el matrimonio y sus dos hijos (la parejita, nunca mejor dicho), que buscan convencer a los suegros de él, o sea, los padres de ella, para invertir en la isla en donde pasan el fin de semana y convertirla en una especie de parque natural guiado (el guía/guarda se pira después de la primera noche tras ver lo zumbados que están), los seis conforman un grupo salvaje que a simple vista no difiere de cualquier familia corriente. Pero no lo son, el aislamiento (otra película ideal para la inusual situación que vive el mundo en esta primavera) y el alcohol sacarán a la luz el odio y el amor que se profesan unos a otros (siendo el segundo no demasiado adecuado, y que nadie se deje engañar por unos inocentes paréntesis previos). La inmoralidad de unos es casi tan sorprendente como la tolerancia de otros, y los planos desde el cielo a vista de dron y los preciosos paisajes no son sino el contraste necesario ante lo nauseabundo y lo repulsivo. A destacar los planos fijos en dos de las secuencias clave de la película en los que va creciendo la tensión (hasta que estalla, claro) de modo que nos podría parecer que estamos en la isla de supervivientes o en la del pobre olvidado Kim Ki-duk (que sigue haciendo películas majas aunque nadie se acuerde ya de él) y no en un pequeño paraíso en la tierra.