Cortometrajes
Una de las actividades, quizá no habituales o a veces no premeditadas, que más me motivan de los festivales es aventurarme a algunas (o todas) las sesiones de cortos. Obviamente los festivales solo de cortometrajes me disgustan porque (me) roban por definición esos momentos en los que, en vez de ir a las salas imponentes regadas de colas interminables, prefiero ir a la contra y sobre todo estar solo… porque ver cortos es una experiencia claramente pensada para hacer en solitario. No me hagan caso. Estoy desvariando y escribiendo medias verdades, que cuentan son las peores mentiras. Creo que toca echar la culpa a la pandemia, a la dichosa enfermedad por el nuevo coronavirus, esta maldita Covid-19, al confinamiento, y naturalmente al doctor Fernando Simón, director del CAEC, el cual a buen seguro es responsable hasta de que políticos como la presidenta de la CAM, la señora Ayuso, parezcan incluso menos espabilados que el nieto de Rick, Morty. Qué mal manejo estos temas. Espero que tanto unos como otros salgamos bien de estos momentos, aunque a buen seguro ya no queramos vernos ni hablarnos…
Volviendo al mundo del cine, que también miente mucho. He tenido ocasión de ver todos los cortos que se proyectaban en los 11 días de festival, al cual por cierto había valorado en febrero acercarme por primera vez, pero obviamente no era posible… y sin embargo, lo ha sido de otra manera que cambia la experiencia festivalera de manera considerable: por ejemplo he visto todos en compañía en contra de mis postulados (de mentira). Gracias al acuerdo del D’A con Filmin, e imagino al visto bueno de distribuidoras y responsables varios, hemos podido disfrutar de manera remota de una parrilla muy interesante. Ojalá otros eventos similares opten por implantar algo parecido. Siendo un gran defensor de las salas de cine siempre, la alternativa “en casa” me parece la alternativa necesaria en este caso excepcional, y quizás podría ser un prometedor complemento para momentos más cariñosos.
Entre los 19 cortometrajes seleccionados hay una amplia variedad de enfoques, tratamientos y sensibilidades. Algunos no me han interesado nada o incluso un par me han irritado. No descubro nada porque convendremos que en el formato corto todo se puede perdonar, todo se puede magnificar, y todo puede ser maravilloso. O nada. Dado que lo bonito es quedarse con las cosas que nos gustan, que nos aportan y que nos enseñan, he hecho una selección (condicionada por mis propias limitaciones: no he sabido acercarme por ejemplo al fascinante Los páramos) que considero merecen mucho la pena por varias de esas razones.
Ni oblit, ni perdó
La pérdida es un sentimiento que no se puede dominar porque aún cuando logramos desactivarlo durante un tiempo importante, es capaz de regresar y generar ya no solo angustia y dolor, también una inmensa ira por la imposibilidad de recuperarse completamente, de volver al estado anterior. Si la pérdida es trágica, violenta y política, como ocurre con Betlem y su familia, que es la de Guillem Agulló, joven asesinado en 1993 por un banda neonazi, la situación puede ser tan dramática como desoladora. Y lo que nos cuenta este notable trabajo es justo lo contrario, o no justo, precisamente, pero desde luego algo más elocuente y constructivo a otros niveles: cómo se puede enfrentar un hecho de esas características, luchando contra el tiempo y contra unas ideas deleznables. En unos tiempos en los que, no se debe obviar en ningún momento, existe un partido a nivel estatal que recupera directamente ese llamado sentimiento nacional (que nos llevó a una guerra civil y de seguido a casi 40 años de dictadura católica y un considerable atraso y retraso social, civil y libertario), hacer memoria cercana, enfrentarse a nuestras contradicciones, para finalmente alzar la voz solo mirando hacia nosotros mismos, a los valores que nos mueven a seguir adelante y al recuerdo imborrable de lo que se perdió. La conclusión, expuesta en dos lindas escenas (quizá sin diálogos hubieran sido todavía más eficaces y poderosas), resulta tan preclara como emotiva, una declaración a continuar la lucha contra el odio y el fascismo, y a convivir con el pesar del recuerdo.
Restos de cosas
Al poco de arrancar la película me vino a la memoria Migala y su disco Restos de un incendio. Uno de tantos vínculos sentidos pero veleidosos de entre los temas y estilos que nos han marcado y de alguna manera nos han terminado invadiendo. Otra conexión en el alambre sea la imponente voz de José Sacristán recitando unos elocuentes versos… de igual manera que en las canciones de Migala se puntean a veces con diálogos de películas. Es probable que en verdad, aquel disco y este corto hablen de lo mismo o de la misma manera, en este caso aquello que ya dejó de ser y de lo que apenas nos quedan los restos, como por ejemplo las vetustas fotografías que el protagonista numera, quizá para enlazarlas entre sus desordenados recuerdos. Hurgando en otro tiempo, inundando casi literalmente la memoria, Restos de cosas es una obra tan pequeña como maravillosa, donde una puesta en imágenes inquieta y delicada se fusiona magistralmente con la literatura, la música y lo escénico. La cámara interpela una suerte de conversación con la imagen que registra y esta simbiosis fluye naturalmente, sin detenerse, en busca de lo inasible, como el agua en sus diferentes formas, presencia constante y destructiva, quizá también purgante, que es inicio y final. Restos de cosas nos descubre (por lo menos para aquellos que nos acercamos intermitentemente a las novedades culturales) a un grupo diverso y relativamente joven, ya con una trayectoria de cierta relevancia, al que hay que revisar y tener muy en cuenta de ahora en adelante: el cineasta Salvador Sunyer, el dramaturgo Xavier Bobés (aquí co-director y actor), el poeta Alberto Conejero, el músico Lucas Peire…
Carne
Cinco episodios de animación enlazan las reflexiones de otras tantas mujeres sobre su cuerpo en las distintas épocas de la vida: de la niñez (cruda) hasta la vejez (muy hecha) pasando por la adolescencia (poco hecha), la adulta (al punto) y madurez (hecha). Una característica adicional que añade mayor interés a la propuesta, tanto a nivel conceptual como simbólico, es la selección de diferentes animadoras y técnicas para cada episodio: óleo, acuarela, digital, stop-motion y dibujo en celuloide. El conjunto es compacto y convincente porque lo son cada una de las piezas de manera individual (a mi me gustan especialmente el primero y el último por diferentes razones, si bien es una valoración anecdótica), donde las voces de cada protagonista, mujeres reales que verbalizan con honestidad y sin filtros sus experiencias que a buen seguro fueron, son y serán de muchas más (matices mediante), se desvelan, mágicamente, indisociables de la imaginería visual de cada artista. Un documento comprometido de alcance universal, brillantemente ideado y ejecutado, donde el nombre de su máxima responsable, la brasileña Camila Kater, hay que grabarlo a fuego.
Gang
Una historia breve, directa e incómoda. Está terminando la noche de fiesta para un grupo de jóvenes. Varias chicas se despiden. Pero una de ellas se queda con los cuatro chicos para apurar al máximo. Continúan bebiendo, bailando y desbarrando en lo que parece un apartamento de alquiler vacacional. Lo que aparenta (o no, la verdad que no estoy muy seguro) ser una primitiva competición por ver quien de ellos “se hace a la chica” resulta una traslación sin filtrar y sin tapujos de una realidad muy presente (y de muy jodidas consecuencias como puso en el punto de mira los graves delitos perpetrados hace relativamente poco en Pamplona) de una determinada idea de lo que es el grupo, de ser aceptado dentro de él por supuesto, y de la necesidad de lograr un triunfo (en sentido figurado y literal, si bien desnudo de verdadero valor); por el camino, porque lo peor es que no es parte de ningún plan sino algo interiorizado y en cierto modo aprehendido, queda la mujer desprovista casi de entidad y sin parte en las fuerzas del equilibrio. La conclusión elíptica, que deja un leve interrogante sobre cómo ha terminado para algunos la noche, para mi gusto es elocuente: todo sigue igual al día siguiente porque la fiesta no tiene porque pararse… hasta que se ponga la balanza donde es importante: quizá el protagonista es el punto de inflexión necesario, pero hasta donde vemos sigue atrapado en (las reglas de) el gang.
Greata (Nàusea)
Es el primer film de su pareja de directores e intuyo también (o casi) para los co-guionistas y los tres actores protagonistas. Normal al ser un trabajo enmarcado en uno de los programas del Festival de Donosti para estudiantes. Lo relevante es que el resultado, aun estando constreñido a su propia condición de trabajo iniciático y compartido, es francamente bueno. En apenas ocho minutos nos topamos con un buen sentido narrativo, una más que estimable labor del reparto (me atrevo a aventurar que han los responsables han sabido por donde tirar), un agudo sentido del golpe de efecto o punto de giro o como prefiráis llamarlo, y una resolución que, aunque encajaría de alguna manera en lo que se puede llamar chiste final, aporta lecturas adicionales muy interesantes, que ponen de relieve cómo nos comportamos, ya sean jóvenes o gente más adulta, ante aquello que nos descoloca y que no entendemos. Al fin y al cabo, casi todos los problemas podrían tener un mejor desenlace o al menos uno más eficaz si hubiera voluntad de entender y hablar con la otra parte.
Os prexuizos da auga
Producido y montado por Angel Santos, amigo y antiguo colaborador de esta revista, y dirigido por Santos Díaz, Los prejuicios del agua tiene numerosos hallazgos los cuales ya se concentran desde el primer fragmento, quizá el mejor de los tres que conforman este pequeño corto con aires, en el mejor sentido posible, de película larga. El agua, tan presente en la climatología de Galicia, puede llegar a ser todo un enemigo de la tranquilidad alterando las situaciones más cotidianas. Tales como entrar, aun con todo el cuidado del mundo, empapado en una biblioteca; que la dichosa botellita de agua te arruine, sin darte cuenta, el almuerzo mientras ves un ensayo; o que una cena romántica se vuelva bizarra y termine la noche con un chiste de cama en verdad bastante gracioso… Unas pinceladas que reparten ironía y estoicismo con una aparente ligereza sobre cómo nos relacionamos con el entorno y entre nosotros mismos, donde apenas hace falta decir nada (de hecho diría que sobran la mayoría de los diálogos) porque todo está presente con fuerza en una imágenes precisas y sobre todo en las respuestas que contienen que abrazan la comprensión y solidaridad. Juntos siempre se llega más lejos. Nada más terminar el corto, lo primero que me vino a la cabeza es que me gustaría mucho ver un largometraje a partir de estos mimbres y planteamientos. Creo que podría ser una auténtica gozada.
La nuit d’avant
Sorprendente y atmosférico experimento que brilla con un planteamiento minimalista pero elevado a niveles insospechados gracias a la magnífica resolución donde la puesta en escena (quizá aquí sí es el término más adecuado) y la labor de la única actriz resulta crucial. Son unos quince minutos en el que una actriz de gira, desde su habitación de hotel charla por teléfono con su pareja o con alguien muy cercano; ella le cuenta el argumento de una de las primeras películas de Vicente Minelli, El reloj de 1945, sobre la historia de amor fulgurante entre dos desconocidos, Joe y Alice, con Nueva York de fondo y el tiempo limitado: él tiene un permiso de dos días y debe volver al frente. Traslado la sinopsis en crudo de aquel film (que por cierto en un ejercicio impertinentemente cinéfago descifré por mi cuenta a pesar de que no lo he visto), no tanto la cálida interpretación que va desgranando la mujer a su interlocutor. Aunque el texto importa conectando ambos tiempos y ficciones, me interesa mucho más cómo funciona la cámara, cómo se cortan y encadenan los momentos, cómo la actriz doble se levanta, se mueve, se cambia el teléfono de mano, como se tumba en la cama y cómo habla, su entonación, la emoción e incluso desilusión que desprende una conversación puramente cinematográfica… la cual trasciende la pantalla pero sin desvelar su misterio.