La comedia
Habitual del festival desde su debut en Rubber, Quentin Dupieux ha ido participando con Wrong, Wrong Cops, Realitè, Au poste! y Le daïm. Mandíbulas (Mandibules, 2020) era esperada como la visita de un viejo conocido. Autor de un cine del absurdo, el antiguo colaborador de Cahiers du cinema parece haber encontrado un objetivo vital (y un medio de vida) en este encadenado de situaciones burlonas para con una serie de personajes a los que humilla y expone públicamente, poniendo de relieve defectos habituales en el ser humano. Su trayectoria hizo un giro en Au poste! en la que el absurdo codeaba con el surrealismo, insertando como co-protagonista al oyente en la historia narrada por el personaje central y rematando toda la película como un espectáculo dentro de otro. Le daïm fue otra vuelta de tuerca en la que un individuo delirante se obsesiona por una chaqueta de piel y decide filmar una película en la que nadie más que él lleve chaqueta, aunque sea a costa de asesinar a aquellos que se niegan a ello… En Mandíbulas deja de lado tanto la constante de la representación que aparece de modo continuado en sus obras (los espectadores ocasionales de la peripecia de Rubber, la creación cinematográfica en Realité y Le daïm, la narración oral en Au poste!) y, de modo muy significativo, evita el absurdo para dedicarse a una trama ligera de dos buscavidas en busca de fortuna imprevista. Es por ello que Mandíbulas parece tomar un camino distinto a otras obras de Dupieux, evitando la repetición del esquema anterior y cambiando el absurdo (que podía rozar lo gratuito) por un humor más gamberro. La pareja protagonista no se asombra de encontrar una mosca gigante sino que se afana en domesticarla para obtener frutos ilegales y, en un recorrido tan errático como disparatado, van topando con sucesivas situaciones que dan pie a gag que se integrarían perfectamente en la filmografía de los Farrelly, aunque se desarrolle a un ritmo mucho más suave. Mandíbulas, con su disparatado dúo de desarrapados (ganador del premio a interpretación masculina), vendría a ser una nueva versión de Dos tontos muy tontos dirigida por Albert Serra.
Juan Cavestany es otro sospechoso habitual de Sitges, dónde se han celebrado sus obras anteriores (Dispongo de barcos, Gente en sitios, Esa sensación). Aunque me resulta una de las obras más interesantes del Festival, no hubo unanimidad en esta ocasión en la que Cavestany no bucea en historias diversas sino que reelabora una única historia en cuatro versiones. Una pareja de Burgos viaja a Nueva York, aprovechando que su hija marcha a estudiar a Madrid. Sin embargo, ni la mujer parece entusiasmada con el viaje, ni Nueva York parece ser lo que cuenta la guía turística que el marido lee continuamente. La estatua de la libertad adquiere extrañas posturas, los edificios no tienen identidad alguna y el suburbano les lleva a un paraje mesetario desde el cual caminan a unas calles muy semejantes a las de la periferia de la ciudad castellana. Después de unos días en los que el viaje ha adquirido un tinte irreal, una suerte de epifanía revela a la pareja que están dentro de una película mal acabada y la historia se repite con variaciones hasta en tres ocasiones. Sucesivamente, a medida que evolucionan las repeticiones, Nueva York ira alejándose de su identidad burgalesa hasta que la pareja alcance la felicidad y la consciencia de estar en un auténtico viaje y no en la ensoñación (con tintes pesadillescos) en la que estaban sumidos. A diferencia de Dupieux, Cavestany mima a sus personajes y les otorga, con cariño, identidades propias, los contextualiza en su malestar cotidiano y sus preocupaciones. Más allá de las burlonas variaciones, el mérito de Cavestany radica en otorgar humanidad a la pareja protagonista para hacer crecer la película.
Con menor empaque que las anteriores, otras cintas desarrollaron la comedia en tonos harto diversos. Comrade Drakulich, ganadora del premio al mejor guion, tomaba un vampiro como pretexto para desarrollar una crítica de la Hungría comunista. La llegada desde Estados Unidos de un viejo camarada tan lozano como tres décadas atrás, despierta las sospechas de la policía política que no duda en colocar a una agente como “escort” pese a los celos de su pareja, mientras el PolitBuro desea que el camarada sea un auténtico vampiro capaz de otorgar la inmortalidad a Brezhnev. La cinta de Márk Bodzsar funciona como un reloj con un ritmo y un medido guion que dosifica unos gag vistos en otras ocasiones (los inefables vecinos-espías remiten directamente al impresionado médico de El apartamento) y deja tan buen sabor de boca como sensación de deja vu.
Y más que sensación, certeza de deja vu, en los casos de Vicious fun y Save yourselves!. En el primer caso, un divertimento con el cine ochentero en el objetivo, de las teen movies a los slasher, mezcladas cuando un adolescente con ansias de perder la virginidad topa con un conjunto de psychokillers de los que escapará por pelos. Cine tan superficial como desprejuiciado y burbujeante, enfrentado a la rigidez formal de un producto Sundance. Save yourselves! es un producto que sigue los estándares de comedia de dicha factoría, burlándose con excesiva suavidad de los hípsters que serán los consumidores principales de esta película. Tan simpática como blanca (y blanda), la película de Alex Huston Fischer narra la historia de una pareja que no se pelea pero está en crisis y que tiene la mala fortuna de aislarse del mundo justo en el momento en que este es invadido por unos alien con malas intenciones. Save yourselves! se ve con tanto agrado como rápido se olvida.
Hay sin embargo obras menores de fuerza considerable, de mala leche, que se necesitan y se agradecen. 12 hour shift, de aparente menor presupuesto que las anteriores y guion poco desarrollado, destacaba por el pulso enérgico que Bea Grant, directora, y Angela Bettis, intérprete principal, otorgaban a la propuesta. En ella, una enfermera adicta facilita el tráfico de órganos desde su puesto en un turno de planta hospitalaria pero su negocio se complica una noche mucho más allá de lo previsto cuando coinciden una psicópata tan patosa como peligrosa, un delincuente a punto de fugarse y varios candidatos a perder sus riñones. 12 hour shift alcanza niveles inesperados gracias al brío de su desarrollo y a la contundencia de la actriz protagonista.