A priori 1917 lo tenía casi todo en contra para que pudiese atraerme lo más mínimo, y casi todo a favor para repudiarla directamente sin siquiera darle la oportunidad de un visionado. La participación de la DreamWorks, productora que detesto porque básicamente Steven Spielberg me cae mal (y eso que a veces me gustan sus películas más de lo que querría), su pertenencia al género bélico, que es probablemente el que menos me atrae, el estar «basada en hechos reales«, el tenerla que ver en casa, que uno es muy mirado con esto de la pandemia, y la verdad es que es una película que se tiene que disfrutar mucho más en una sala de cine, efectivamente, como casi cualquiera, tampoco hago ningún descubrimiento. No soy, además, un entusiasta del cine de San Mendes, que dejó de interesarme después de ver su tercera película (aunque no sé muy bien porque he seguido atento al resto de su trayectoria; quizá porque inconscientemente sabía que en algún momento haría algo digno de mi interés, como ha resultado ser 1917). Y una vez empezada, tampoco debería gustarme si me pusiese a analizar minuciosamente ciertos aspectos como por ejemplo esa sensación continua e inevitable de una presencia detrás de la cámara que debería hacerme estar más pendiente del cómo me están contando la historia que de la historia en sí, y de hecho así es en determinados momentos. Tampoco debería ayudar la exagerada grandilocuencia musical en lapsos de tiempo que sin banda sonora serían puro cine contemplativo del que tantas veces me quejo (con razón), aunque también haya otras en que lo pueda llegar a comprar, a disfrutar e incluso a alabar como cualquier otro fan entusiasta.
No debiera resultar paradójico hablar de set pieces en una película compuesta de un único plano secuencia (algo que suele interesarme pero que no siempre es de mi agrado, no tengo más que recordar, por ejemplo, El arca rusa), pero no lo es tanto si sabemos, y si no, no es complicado darse cuenta porque se le ve el cartón a la legua, que ese plano tiene más trampas que una película de chinos, pero es a través de esos estudiados fragmentos que empiezan con las discusiones de la pareja protagonista, nada románticas, es lo que tiene cuando se producen entre dos compañeros de batallón, o escuadrón, o lo que coño sea, y después con las ratas, cuando empiezan las explosiones, no por esperadas menos impactantes, y sí, los malditos movimientos de cámara que a pesar de que me saquen brevemente de la historia en ocasiones me parecen realmente sugerentes, y luego el espectacular y hitchcockiano accidente de aviación que de alguna forma trunca momentáneamente el viaje y transforma la odisea en otra cosa, y ese golpe escaleras abajo que directamente se carga la inmersión en el plano, que por muy trucado que esté admitamos que es una inmersión real, simplemente para retomarlo, y todo lo que viene después ya es directamente adrenalina pura, con un tramo final de los de aguantar la respiración, como decía, es a través de esos fragmentos como me ganó la película. Mucho mejor esto que Jarhead o las pelis de Bond hechas con piloto automático (como este texto poco más o menos), dónde va a parar. En el fondo Revolutionary Road no estaba mal, aunque no me quedaran ganas de volver a verla nunca más.